Epílogo

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O L I V E R

Diez años después...

—El éxito de un amor, se mide en cuanto es capaz de volverte loco —aseguro, mientras le amarro las agujetas al pequeño que me observa con ojos de admiración.

—Creo que ella me vuelve loco —me confía tiernamente.

—¿Cómo?

—Nunca estoy seguro de lo que hará, siempre me sorprende.

—Aún eres pequeño, tienes todo el tiempo del mundo para descubrir si es amor. —Acomodo sus rizos una última vez y lo ayudo a bajar de la silla en la que estaba sentado.

—No soy pequeño, ya tengo cinco.

Suelto una risita y le doy la razón, cinco años es toda una eternidad.

—¿Y qué sientes por ella? Siendo un niño grande deberías saberlo...

—No es fácil, papá. Ella no es fácil.

Vuelvo a reír sin dejar de sorprenderme por lo mucho que se nos parece este pequeño, no solo en lo físico, cada uno de sus gestos, su modo de pensar, las palabras que utiliza, es una pequeña réplica, mía y de su mamá.

Papá, nunca pensé que alguien me llamaría de ese modo. Amaya y yo ni siquiera habíamos hablado sobre tener hijos, no estaba en los planes, pero llegó y lo transformó todo. Como dos niños que crecieron sin referentes nos esforzamos mucho por hacer de él, un niño feliz. Y creo que lo hemos conseguido.

—¿Por qué demoran tanto? —se queja Amaya entrando en la habitación de la que estábamos a punto de salir.

—Es que pasó algo increíble... —comento dejando que mis ojos bajen por sus piernas— Tu hijo está enamorado.

—¿Qué? —exclama ella para nada contenta— ¿Ya? ¿Tan pronto?

Le lanzo una mirada de reproche para que no le corte las alas, y ella asiente dándole una sonrisa al pequeño.

—Ya hablaremos sobre eso, ahora vamos, llegamos tarde.

—¿Por qué la gente se casa? —cuestiona el pequeño que nunca parece ponerle fin a sus preguntas.

—Para algunos es una forma de expresar su deseo de estar juntos para siempre.

—¿El tío Gael quiere estar para siempre con la tía Nina?

—Sí, solo es una forma de celebrar eso.

Se queda pensativo por varios segundos, mientras bajamos las escaleras, y solo un momento después hace una afirmación muy segura.

—Yo también me quiero casar, con Luisa.

Tan pequeño y tan comprometido, con lo que me costó a mí aceptar que estaba enamorado.

—Dentro de muchos años serás libre de hacerlo, ahora eres libre de ser un niño y jugar con ella —cede Amaya, no muy contenta.

—¿Seré libre siempre? —pregunta sintiendo curiosidad por una palabra que solemos usar a menudo.

—Claro que sí, Ander. Serás libre cada día de tu vida. 

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