Capítulo 50

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"Mejor morir luchando por la libertad, que ser preso todos los días de tu vida"

Bob Marley

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A M A Y A

Siempre tuve claro que no sería fácil, nada en mi vida lo ha sido. Desde pequeña tuve que aceptar que mi vida jamás sería como la de los otros niños, y a pesar de entender los riesgos que el mundo me deparaba, algo dentro de mí siempre buscó la libertad.

Todos quieren hacerte daño, me decía mi mamá. Y por mucho tiempo lo creí, por mucho tiempo sentí que no debía confiar en nadie, que con nadie podía compartir mis secretos porque siempre habría quien quisiera usarlos en mi contra.

Cualquier riesgo que eligiera tomar podía llevarme a la muerte, pero hay algo que nadie tiene en cuenta, y es que nunca me ha asustado la idea de morir.

Es parte de la vida, la única certeza que tenemos todos, nacemos y morimos, un ciclo natural al que todos le temen excepto yo, y por eso no dudé el día que tuve que elegir entre vivir siendo infeliz, o asumir el riesgo de mi libertad.

Me decidí por lo segundo, y al parecer libertad y muerte pasaron a ser sinónimos para mí.

Hoy me toca asumir las consecuencias de mis decisiones, y lo lamento por las personas que me han amado, pero no puedo arrepentirme de haber elegido ser libre.

La condición médica con la que nací es la culpable de todo este embrollo, una condición médica que es parte de mí, que aunque no elegí tener fue poco a poco transformando lo que pudo ser la vida normal de una familia normal, en esto, lo que somos ahora, una familia rota que busca destruirse unos a otros, asesinos con corazones fríos en los que no se puede confiar.

Mi mente viaja a Oliver mientras camino lentamente por la helada mañana, nunca pensé que podía ser capaz de sentir algo así, tan profundo que duele incluso pensar en el dolor que le estoy generando con esto. Dejo que las lágrimas me invadan mientras busco en el bolsillo de mi abrigo para encontrar su gorra de invierno, luego de mirarla una última vez la deslizo por mi cabeza sintiendo el calorcito invadir mis orejas heladas.

Mira, mi amor, esta vez sí me abrigué.

Una camioneta me espera unos metros más adelante, traigo las manos en los bolsillos y en cuanto me acerco un sujeto me pide que las ponga en el aire. Volteo a ver por última vez la casa de los Merak, permitiéndome llorar, llorarlos a ellos, a mis amigos que no importó qué nunca dudaron en seguirme a donde fuera, esos que ya tenía y a esos que conseguí en este último tiempo; y también llorar a mi amor, permitiéndome sentir el dolor de saber que nunca más enterraré mis dedos en sus rizos hasta quedarme dormida, que ya nunca lo escucharé por horas hablar de filosofía, y que jamás tendré otra vez la oportunidad de evadir sus preguntas solo para volverlo un poco loco.

Fue corta mi libertad, apenas duró unos meses, pero en tan poco tiempo viví emociones tan profundamente intensas que volvería a elegir esos pocos meses de libertad, aunque estas hayan sido las consecuencias.

No sé cómo, pero mi mamá logró escapar de la policía. No me sorprende, creo que yo también hubiera sido capaz, lo que se hereda no se roba, dicen.

Le bastó solo un mensaje para hacerme venir con ella:

"Amaya, hay muchas personas que amas dentro de esa casa, así que o sales tú por propia voluntad sin que nadie se entere, o salen todos en bolsas negras."

¿Acaso existe algo de lo que mi mamá no sea capaz? ¿Una bomba? ¿Prender fuego la casa? No quise quedarme a averiguarlo. Este es el precio de mi libertad, la vida de las personas que amo.

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