Capítulo 37

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"Confiar es difícil. Saber en quién confiar, incluso más."

Maria V. Snyder

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—Necesito hablarte de algo —le digo después de veinte minutos en silencio pensando en cada palabra que puedo decir, y en cual no.

Con Oliver los silencios no son incómodos, de hecho, me sentía muy tranquila con mi cabeza en su pecho escuchando su corazón.

—Claro —responde él y ambos nos sentamos en la cama.

Me mira con mucha atención, sus ojos intensos en los míos y sujeta mi mano sobre mi muslo.

—Sobre mi papá, y sobre lo que pasó antes de que comenzara la universidad.

—Te escucho —comenta tranquilo, mientras mi corazón acelera su pulso solo por pensar en esa noche.

—Como ya sabes, mi mamá me crió encerrada en mi casa. Ella tenía todo el miedo que yo no podía sentir, porque cuando era muy pequeña solía hacer cosas muy peligrosas. No fui al colegio, ni a la secundaria, todas las clases que tomé fueron en mi casa y por eso no tenía muchos amigos. De hecho, solo uno: mi vecino, Ander.

» Ander fue mi amigo desde siempre, él lograba que yo viviera esa vida que mi mamá no me dejaba vivir. Él me hacía sentir normal; parecerá extraño, pero cuando eres diferente eso es todo lo que deseas, una pizca de normalidad. Ander me daba eso, yo nunca lo hubiese dañado, pero el modo en el que ocurrieron las cosas esa noche hizo que todos los ojos estuvieran sobre mí.

—¿Tú lo… mataste? —pregunta dubitativo, sonando comprensivo de algún modo— Puedes confiar en mí, no voy a juzgarte, solo quiero saber la verdad.

—Yo no lo maté, ni mentí en mis declaraciones; pero mis padres sí mintieron y eso fue lo que lo complicó todo.

—¿Y por qué mintieron si tú no lo hiciste?

—Pensaban que me protegían, déjame que te lo explique…

—No deberíamos estar haciendo esto —le recordé a Ander mientras estiraba mi mano para así tomar la suya y que me ayudara a salir por mi ventana.

Hacía una semana nos habíamos escapado una noche, pero al regresar mi mamá nos descubrió y las cosas se complicaron un poco.

—Tu falta de miedo debería quitarte la preocupación por las consecuencias —simplificó bajando ágilmente por las escaleras que él mismo había traído desde su casa.

—Así es, de hecho. ¿No ves que lo estoy haciendo otra vez? —Saqué la lengua de forma fastidiosa y salté más de un metro obviando los últimos escalones.

—¡Así no, bruta! ¡Que si te doblas un pie no llegaremos lejos! —me regañó dándome un golpe en la cabeza para hacerme reaccionar.

Nos fuimos en su auto, habían organizado un fogón en la playa para despedir el verano porque luego de ese fin de semana todos ingresaban a la universidad.

Todos menos yo que, como todo en mi puta vida, lo haría a través de una pantalla lejos de los supuestos peligros que escondía el mundo.

Las cosas se volvieron incómodas en ese fogón, yo tenía dieciocho años recién cumplidos, y una necesidad exagerada por vivir todas las experiencias que una adolescente normal podía vivir en una noche.

Había un chico, se me hizo lindo y fue muy evidente que yo le gusté, así que me besó, y yo lo besé también, luego tocó algunos sitios, y yo dejé que lo hiciera, y finalmente me dijo si no quería ir con él a caminar por la playa.

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