Capítulo 4

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"Nada es tan sincero como un impulso"

Anónimo

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Siento el auto ponerse en movimiento y mantengo mis ojos cerrados, no sé fingir que tengo miedo, al igual que no puedo reconocer el miedo en las expresiones ajenas. Cuando tengo un vínculo real con la otra persona a veces puedo reconocer patrones en sus gestos que puedo asociar al miedo, pero en desconocidos me es imposible.

De todas formas lo intentaré, fingiré nerviosismo, que supongo que puede confundirse fácilmente con el miedo.

—¿Qué está pasando? —pregunto en cuanto abro los ojos— ¿Qué hago aquí?

Oliver me mira de reojo y no responde, parece molesto, pero eso ya es común en él.

—¿Qué me vas a hacer?

Dios, soy malísima en esto, ni siquiera yo me lo creo.

—Te llevaré a la universidad, y no hagas show que sé que estabas despierta.

Plan abortado.

Nota mental: no mentirle a un mentiroso.

Resoplo y no respondo, miro por la ventana las luces pasar a toda velocidad y luego recuerdo que dejé a mis amigos en la fiesta y les envió un mensaje que dice que ya estoy en la universidad, no es verdad pero no quiero que me llamen y enloquezcan.

Me siento cansada, quiero dormir y creo que nunca volveré a ir a una fiesta.

—¿Quién te dio el trago que mi hermano te quitó? —No diría que parece preocupado, sino más bien curioso.

—No lo recuerdo, creo que yo misma lo compré.

—Era una droga de corto efecto, quien sea que metió algo en tu bebida estaba en la fiesta.

Me río de su tonto razonamiento.

—Sí, principalmente porque para meter algo en mi bebida necesitaba estar en la fiesta.

Mal, Amaya, se supone que no piensas mucho, no te salgas de tu personaje.

—No te ves asustada… ¿Todos los días intentan drogarte para violarte o vender tus órganos?

Sarcasmo, en mi opinión es la herramienta principal de quienes ocultan su lado sensible del mundo. Necesito saber más de él, pero algo me dice que será muy difícil.

—No, en realidad es mi primera vez —respondo con ironía.

Menea la cabeza pensativo, no despego mis ojos de él pero eso no parece incomodarle.

—Hay algo mal en ti… —murmura y presiona el acelerador.

Mis ojos van directo al velocímetro, estamos alcanzando los doscientos kilómetros por hora.

—¿Por qué vas tan rápido? —pregunto con calma.

—Porque no tienes miedo. ¿Eres una psicópata?

El chico no es tonto, ha llegado a una buena conclusión aunque no es acertada. El psicópata carece de todas las emociones, yo solo de una.

Sonrío de lado, dejaré que piense eso por ahora.

—¿Eso te asustaría?

—¿Tú? ¿Asustarme a mí? —Se ríe y me hace sonreír aunque obviamente esa no era su intención.— Seguro que sí, estoy a punto de hacerme pipí en la ropa por el miedo que me dan los hoyuelos en tus mejillas.

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