Capítulo 41

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"La maldad no necesita razones, le basta con un pretexto."

Johann W. Goethe

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A M A Y A

Varias horas antes...

Luego de que Oliver me dijera que tiene las cámaras todo se volvió más simple, me las ingenié para avisarle a Nina y el plan sigue su curso original.

—Pero no entiendo —dice Simón luego de traernos un chocolate caliente que ninguna de las dos ha probado— ¿Qué fue lo que te hizo?

—¿Oliver? Nada, no fue su culpa —lo defiendo mirando fijamente el fuego—. Todo fue culpa del imbécil de Gael.

—¡Claro que no, Amaya! —enfatiza Nina con vehemencia— La culpa es tuya y de Oliver.

—¡Estábamos bien! Pero claro, el imbécil tenía que llenarle la cabeza con mierda a Oliver y arruinar todo; e incluso así no estuvo satisfecho —discuto con mi amiga como si mi vida se fuera en ello.

—Pero... ¿Qué dices? Gael siempre tuvo buenas intenciones, él no quiere que nadie sufra.

Nina se pone de pie dejando su taza sobre la mesa frente al fuego y yo hago lo mismo, la idea es que parezca que no lo tomamos porque nos distraemos discutiendo, aprovechando que la discusión es parte crucial del plan.

—¡Es la primera vez en mi vida que me enamoro, que siento que de verdad tengo una oportunidad para ser feliz! Gael no tenía el derecho de quitármelo —grito apartando el cabello de mi rostro.

Estamos discutiendo, pero no hablamos tan fuerte, si alguien más bajara se complicarían un poco las cosas.

—¡Fue Oliver quien te dejó! Si tanto te amara no lo habría hecho, pelearía por ti ¿Acaso te has vuelto imbécil?

—¡Se sentía culpable! Él también me ama, le duele esto tanto como a mí, pero cree que hace lo correcto —digo mientras una lágrima lenta cae por mi mejilla.

Mis dotes actorales son hermosos, debería dedicarme a esto.

—Que pereza me das, Amaya —murmura con arrogancia—. Tan inteligente te crees y caes ante las mentiras del primer idiota que se te cruza.

Si mis dotes actorales son buenos, esta chica se merece un Óscar.

—Ya quisieras tener al menos quien te diga mentiras —respondo con la misma arrogancia.

Ahí esta donde entra en juego lo poco que nos conoce Simón; en realidad, yo nunca diría ni pensaría algo como eso, y si hay algo que siempre he admirado de Nina es su obstinación y simpleza para estar sola mientras no encuentra a quien realmente llene sus expectativas.

Yo nunca he estado sola, no desde que mi papá se fue.

—Ya, ¿y si nos calmamos? —decide intervenir Simón, que hasta ahora nos había observado en silencio.

—Lo siento —se disculpa Nina con mucha pena.

—¡Me voy! —aseguro continuando con el drama y caminando hacia la puerta— No pienso dormir bajo el mismo techo que esta envidiosa.

—¿Envidiosa? —pregunta Nina siguiéndome a la puerta— ¿Qué podría envidiar de ti? ¿Tu novio? Ah, no... Cierto que te dejó.

Me dio risa eso, me contuve apenas, pero tuve que voltear mi rostro y cubrirlo para que Simón no lo note.

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