Capítulo IV

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El autobús escolar era un eterno bullicio. Los grupos de chicos y chicas charlaban, elevaban la voz y reían de forma estridente a medida que avanzaban por la ruta en la ladera de una montaña sumamente alta y tupida de vegetación. Un par de profesores que se habían prestado para acompañar a la clase se paseaban por los pasillos arriba y abajo cada pocos momentos, pendientes de cualquier problema que pudiese surgir y deteniéndose, por sobre todo, en los lugares de más atrás, donde se alojaban los estudiantes más escandalosos.

- Al diablo el campamento- iba diciendo Cleo, la mejor amiga de Lyla; una chica diminuta, con el cabello oscuro y rizado, rostro redondo y moreno y unos lentes ovalados y gruesos que amplificaban unas cinco veces sus ojos dorados-. Al instituto le importó un bledo mi plan alternativo de irnos a las cataratas de los flamencos. ¿Quién quiere pasar su viaje de fin de cursos en un bosque lleno de insectos y de humedad, durmiendo junto a los osos y los alces? ¿Sabes que la gente ha muerto en instancias como esta? ¡Ya los quiero ver, si se les llega a perder uno de nosotros!

Lyla se reía de ella. Iban sentadas juntas casi al final.

- Venga, Cleo. Nos la vamos a pasar en grande, vas a ver. Y no tienes por qué temerle a los animales; somos un montón. No se acercarán a nosotros. Y van a estar los guías, el señor Patrickson y la señorita Williams; ellos no dejarán que nos pase nada malo. ¿No te entusiasma todo lo que vamos a poder hacer? ¡Oí que hay una tirolesa, y canoas, y esquí acuático!

- Qué gran consuelo; sobre todo para alguien tan atlético como yo- La otra joven rodó los ojos-. No vi a tus mamás en la despedida. ¿Ambas trabajaban?

Lyla asintió sin vacilar.

- Sí, una estaba cubriendo una historia muy importante, y la otra cerrando un trato con sus socios. Pero me despedí de ellas antes de venir...

- Qué guay- Cleo ladeó la cabeza-. Te juro que amo a tus mamás... ¡son la bomba! Y famosas en toda la ciudad... Mira que tienes suerte, Ly. ¡Y hasta eres sobrina de Amelia Lang y Cat Grant! Un día vas a tener que invitarme a una de sus reuniones... Deben ser geniales. ¡Tu familia es tan cool!

La otra chica se limitó a sonreír. Su mente estaba en varios sitios a la vez, desde San Francisco hasta Nueva Ciudad Nacional, y alrededor de todo cuanto acontecía en ambos lugares. La DEO aún no encontraba señal alguna de la Fuerza Superior que habían mencionado los alienígenas que ella derrotó, y de igual manera, tampoco habían conseguido una solución para el problema de Lena y de Kara, que no salían del apartamento si no era por ir a la DEO o, en el caso de la segunda, por su trabajo. Aún nadie había notado el evidente cambio en la estatura de Supergirl, puesto que esta se movía demasiado rápido para ser notada, comportándose como la mancha que alguna vez fue.

En San Francisco, por otra parte, los jóvenes héroes entrenaban sin descanso en todos los campos que les era posible. Lyla, aunque iba poco, nunca tenía problemas para seguirles el ritmo. Todos sabían que pronto les asignarían la primera misión.

De pronto Cleo bufó, y Lyla la miró con las cejas en alto. Al seguir su mirada hacia un asiento no muy lejano, descubrió por qué. Allí estaban Estela y sus amigas molestando, como siempre, a la pobre de Pamela Boris; pequeña y callada, tartamuda, de trenzas y anteojos parecidos a los de Cleo. Era la versión típica de la niña a la que el resto excluye y, no conformándose con eso, hacen pasar fatal. Y no había gente que se prestase de tan buen humor para eso, como Estela y su círculo.

- Esa imbécil otra vez- Cleo ladeó la cabeza e hizo un ademán de incorporarse, pero Lyla la detuvo.

- Aguarda- miró a Estela, que en ese momento se reía a carcajadas. Era alta y estilizada; bastante desarrollada para su edad. Su cabello era castaño y ondulado, largo hasta casi la cintura. Sus ojos, de un azul oscuro y profundo, parecían poder atravesar a cualquiera y averiguar todos sus secretos de un solo vistazo, y es que Estela sabía los secretos de todo el mundo, lo cual constituía, quizás (además de su actitud de reina diva) su agregado más peligroso. Tenía algunas pecas esparcidas por el rostro pálido y esculpido como el de una diosa, sus dientes eran blancos y brillantes y sus labios nunca abandonaban aquel gesto socarrón. Ningún chico en la clase podía resistírsele, y era bastante obvio el por qué.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora