Capítulo LXIV

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Uliani'c Vaneya había sido asesinada brutalmente en la sala de su palacio por un crímen de odio. Murió como la regenta más joven de su tradición, en manos de la misma enemiga que destruyó su planeta. 

Durante muchos siglos había permanecido cautiva con otras almas, a las que con cada mundo derrumbado, se sumaban más y más integrantes. Su condena era eterna y mucho peor que la muerte. Hacía eones que el control de sus actos no estaba por entero en sus manos, y debido a ello, seguiría por siempre colaborando en el ciclo de destrucción que se llevó una vez todo cuanto le importaba. No se le ocurría maldición más grotesca. 

Aunque ya hacía tiempo que había perdido la esperanza, un día notó cómo la diosa de la destrucción temblaba ante la aparición de una nueva amenaza. Al fin alguien capaz de liberarlos y liberar al Unitarium de su condena daba muestras de su existencia.

La guerrera blanca destruyó a muchas de las almas presas por Neriza; su poder era catastrófico, inigualable. Uliani'c percibió con todo detalle el terror de la diosa de la muerte, y por primera vez tuvo fe. Fe contagiosa, con la que empoderó a muchos de sus vecinos, convenciéndolos de que la luz al final del túnel se aproximaba al fin. Les decía que ya no serían esclavos, que su martirio acabaría.

Pero entonces Neriza apresó a su última esperanza en un lugar donde no existía posibilidad de luchar: una realidad que la diosa de la muerte apretaba en la palma de su mano. Y lo peor de todo era que la guerrera blanca  no tenía la más mínima idea del peligro. Se perdería por siempre en una ensoñación deseada, armada como una trampa para ella. A menos que alguien interviniese. 

Habiendo sido tan poderosa durante tanto, Neriza había perdido de vista que sus almas eran otra cosa que herramientas. Olvidaba su capacidad de existir, de pensar. Pasaba por alto que eran, al fin y al cabo, seres de razón. Y que, como tales, contaban con la capacidad de revelarse.

Por eso Uliani'c supo que su incursión no conllevaba ningún riesgo. Neriza estaba confiada: demasiado como para vigilar a sus enemigos o sospechar que el riesgo no venía de afuera.

Lena no creyó al principio lo que le contó. Para ella, Neriza había muerto en manos de su hija Lyla un año atrás, el día que invadió la Tierra. No parecía percibir las grietas que conformaban sus certezas, pero sabía que algo no estaba bien. Desde el inicio lo había notado.

- Pero, ¿y entonces? - Lena fruncía el ceño tratando frustrada de acceder a una verdad que, por sus propios medios, no alcanzaría.- ¿Qué fue lo que pasó? Si esto es una ensoñación, ¿cómo es la realidad?

Uliani'c no podía resumir años y siglos de una historia que no le pertenecía, así que le rindió cuentas de lo que sí sabía: Neriza era la regenta del Unitarium, gobernanta de los mundos y diosa de la muerte. La Tierra, ese lugar en el que estaban ahora, había sido destruida durante la batalla que Lena creía que Lyla había ganado. De hecho, su hija ni siquiera había participado en tal batalla. Se perdió durante mucho tiempo, y nadie la volvió a ver hasta que se enfrentó a Neriza en un planeta muy lejano, Góndorf, que fue destruido tras la batalla. 

El efecto que causaba en Lena esta nueva información era esperable. Comenzó a ponerse ansiosa, a mirarse las manos como para comprobar que de verdad estaban allí, mirar alrededor y a la ciudad, sospechando que no podía confiar en nada. Escrutó el rostro maltratado del fantasma, soltó el aire y trató de sosegarse mientras andaba de lado a lado sumida en esa nube de paranoia. No era productivo perder el control. Había algo, además, que no le permitía tomar una decisión con respecto a qué creer. Uliani'c sonrió cuando se lo planteó, porque por lo que había visto hasta entonces del Númex, no le extrañaba que diera tales muestras de inteligencia y desconfianza, que a veces van de la mano. 

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora