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Sangre, destrucción, deshechos de carne y hueso sembrados por el basto suelo del planeta. Las imágenes se repetían una, y otra, y otra vez en la conciencia de Lyla.

La guerra fue algo realmente asqueroso. No solo por cuanto dejó a su paso en daños materiales y biológicos; también por lo que fue capaz de barrer en el alma de las personas. Ella creía; no, sabía con certeza absoluta que algo se había extraviado para siempre el día que venció a Neriza. Algo demasiado fundamental en su espíritu que la hizo sentir vacía, impotente, sola, a veces muerta.

Quizás el dolor hubiese sido un alivio a la larga, pero ni siquiera eso le había quedado. Su mente funcionaba, pero su corazón no. Por eso mataba, por eso se alejaba de su familia. Por eso se había convertido en un monstruo.

Recordaba con precisión su primer asesinato. Fue prácticamente sin querer, aún antes de ofrecerse como mercenaria.  En algunos planetas aún existían fanáticos que repartían propaganda a favor de la fuerza superior, su mesías, que según ellos volvería de entre los muertos para reclamar su lugar como cabeza del Unitarium. Lyla sintió que las entrañas le ardían cuando uno de aquellos locos le tendió un retrato de Neriza. Tomó el papel como si lo hubiese aceptado, pero estaba metida dentro de un trance. Los ojos de Neriza habían sido esbozados con el mayor de los detalles; tanto, que no se distanciaban ni un ápice de aquella última mirada que le dirigió, fundida con la de Estela, mientras la herida mortal latía en torno a la hoja de la espada que Lyla sostenía. Había levantado la atención hacia el fanático, dado un paso al frente y listo. Lo siguiente que se oyó fue un sonoro ¡crack! de los huesos de la nuca del hombre. Lo observó desplomarse como un saco de huesos con los ojos vacíos, sin vida, y la culpa no la alcanzó; ni siquiera la rozó. 

Desde entonces, las cosas se volvieron infinitamente simples para ella. Sobrevivía el paso de los días con aplomo y sin remordimientos. Mataba cuando tenía que hacerlo, siempre bajo el pretexto de un supuesto objetivo mayor esbozado en torno a la venganza que nunca podría alcanzar del todo. El mayor problema, diría cualquiera, germinó cuando matar comenzó a activar su sistema como ninguna otra cosa. Pasó de no sentir absolutamente nada en ningún momento, a gozar del éxtasis de cada cacería, que prolongaba cuanto le era posible con tal de que el fragor de la sangre derramada y del objetivo cumplido no se marchasen de inmediato. 

A veces pensaba en lo peligroso que era brindarle espacio a esa oscuridad siendo ella quien era, pero estaba convencida acerca de que jamás ocasionaría ningún mal innecesario en el mundo. Se encargaba principalmente de la gente detestable; políticos corruptos, asesinos seriales, traficantes de tecnología, esclavistas y antiguos seguidores de Neriza. Estos últimos, usualmente injertos en cualquiera de las categorías anteriores o peores aún, le causaban particular repudio, y constituían el mayor número de casos que aceptaba. 

Cuando sus madres aparecieron en la casa de Carcavar, no sintió la más mínima vergüenza. Al principio creyó que sí sucedería, que se retractaría y hasta les pediría perdón con toda su alma. Pero resultó que luego de avanzar tanto en el trayecto sombrío de la pos-guerra, un detalle como la mirada de sus virtuosos seres queridos no era suficiente para derrumbarla o amedrentarla. 

No tenía por qué alterarse demasiado. Solo seguiría su jornada adelante y se libraría de ellas sin resentimientos. Jamás se imaginó los límites que estarían dispuestas a atravesar hasta que se despertó esposada a su cama en la fortaleza de la liga, con guardias a las afueras y herramientas de supresión de sus poderes alrededor. 

Al principio intentó librarse con todas sus fuerzas. Pronto descubrió que cualquier clase de intento era vano y se detuvo a pensar más detenidamente en lo que haría. Era probable que cualquiera de ellas apareciera a la brevedad a través de las grandes puertas de madera oscura ante la cama. Era igualmente predecible el hecho de que fuesen a intentar disuadirla, persuadirla con palabras almibaradas en un principio y luego por medio de una seguidilla de confesiones sentimentales si acaso las primeras escenas no resultaban favorables a sus altas expectativas. 

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora