LXIX

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- Algo aquí apesta a demonio encerrado...

Lilah se reclinó en su asiento. A su lado, Kara estaba a punto de entrar en pánico por lo que sucedía en la arena, tratando inútilmente de librarse de sus ataduras invisibles. 

- ¿A qué te refieres, Lilah? - Preguntó Diana, que forcejeaba de vez en cuando con su propio encierro, pero con mayor tranquilidad y resignación. 

La mujer de ojos violetas tenía el ceño fruncido y seguía los movimientos de Alaska con concentración, como si tratase de descifrar algo en ellos. La situación no parecía escandalizarla lo mismo que al resto. 

- Estela no está muerta- dictaminó. 

Dinahia, en tanto se movía hacia el costado para ayudar a Kara y tratar de desvincularla de los nudos invisibles, observó lo obvio. 

- Le arrancaron el corazón del pecho. Algo muy al estilo de nuestro mundo, si me lo preguntan. Lo que dices, Lilah, no me convence- Miró a su clon y a Diana -. Allí los seres sobrenaturales no se asesinan tan fácilmente: es o el corazón o la cabeza, no vaya a ser que se levanten y te vayan por la espalda. 

- Dinahia, querida, qué oxidada estás - resopló Lilah -. ¿Acaso no recuerdas las leyes de tus padres, con todas las veces que has venido al mundo?- y explicó:- Los dioses no pueden intervenir directamente en las vidas de los mortales: no pueden forzar su supervivencia ni mucho menos arrebatárselas. Alaska quizás se haya consolidado como diosa en este mundo, pero nació dentro de los códigos del nuestro, que son imborrables. 

- ¿Y no pudo encontrar una forma de saltearse las normas en el tiempo que estuvo ausente, en algún rincón de aquí? - inquirió Kara. 

- No - contestó Lilah -. Debería nacer de nuevo para eso. Su alma inmortal está atada a nuestra estructura. Ahora observen - señaló el cadáver de Estela en el campo -. ¿La ven sangrar?

Las otras tres siguieron la trayectoria de su mirada y vieron que, en efecto, donde debió haber un charco de sangre, solo se extendía la arena removida. 

- Tienes razón... - Kara se sintió aliviada -. ¿Pero y entonces? ¿No es ella?

- Es muy probable que no - replicó la Fairin -. O, si lo es, algún artificio habrá de por medio. 

- ¿Entonces todo esto es una treta? - Kara frunció las cejas -. ¿Cómo es que Lena y Lyla no se dieron cuenta?

- Podemos atribuirlo a la fiereza del combate y a que estaban encandiladas por su objetivo - razonó Diana. 

Kara centró la atención en su hija, cuyo poder crecía cada vez más, al punto en que su silueta era apenas visible detrás de un halo de energía rojiza. La visión le causaba un profundo temor. 

- ¿Habrá sido este el efecto que quería conseguir Alaska? - cuestionó -. Lyla está envenenada... Nunca la había visto así. ¿No será que despertó en ella lo que no debía? Algo más... Oscuro.

Las otras tres contemplaron también a la joven, a quien ahora se había sumado Lena luego de que las representaciones de Neriza y Nevilah desaparecieran. Las dos se disponían a cargar con todo contra Alaska, la una sensibilizada por el dolor profundo de la otra. 

- Es erróneo creer en el blanco y el negro - dijo Lilah -. Si algo he aprendido en estos milenios, es que nadie escapa del mal o del bien. Siempre hay una trayectoria que roza ambos lados. Ni siquiera los polos de bondad son del todo buenos: y ese es el motivo de su fuerza. El poder no es positivo ni negativo: pero los sentimientos que lo mueven pueden surgir de cualquiera de esas inclinaciones. Ahora tu hija está alienada, y aunque te inquiete su sufrimiento, puede que Alaska sepa lo que hace. 

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora