Durante los primeros días que sucedieron al incidente, Shera conoció más de cerca las facetas de Lyla que antes le resultaron esquivas. Así descubrió que era como un mosaico infinito resquebrajado a fuerza por la vida, por momentos alegre, exaltada y chispeante como una niña y, otras veces, colmada por un dolor agudo y constitutivo que aparecía con más y menos intensidad, aunque siempre estaba presente, lo mismo que las mareas bajo la superficie del mar. Con el contacto y su calidad para aprender rápido, Shera cada vez se iba haciendo más capaz de detectar las fluctuaciones de esas mareas y navegarlas de la manera que fuese necesaria.
Lo peor para ella eran las pesadillas: Lyla las tenía por montones. No faltaba jamás el momento en que- a plena madrugada- se despertaba agitada, sudando a chorros, o que murmuraba y lloraba dormida. Shera solía acercarse, abrazarla con más fuerza para calmar su pesar, pero al final siempre acababa marchándose, a veces a entrenar y canalizar todo por allí o solamente a caminar por la casa.
No había querido hablar de ello: se mostraba muy cerrada aún cuando Shera percibía que la quería cerca. Resultaba lógico, dada la extensión de sus lesiones, la significancia de sus traumas. Lo mejor que podía hacer era tener paciencia con ella, ser comprensiva. Otras vías como la insistencia, según descubrió, no llevaban a ninguna parte y hasta dañaban su relación.
Algo más que se entrometía era la absurda abstinencia a la que se sometía Lyla. No quería atravesar los límites de los besos y las caricias: siempre que su contacto con Shera se acaloraba, retrocedía, se contenía adrede. Esa actitud incomprensible, contraria a la atracción indiscutible que sentían la una por la otra, a menudo frustraba a Shera y aumentaba sus ansias.
Uno de esos días estuvieron enloquecedoramente cerca del acto que se proyectaba en la médula de su instinto, de todo su organismo y en cada roce intercambiado. Habían estado afuera, al sol, recostadas sobre la hierba espesa, contemplando las lejanas copas de los árboles, charlando tranquilamente sobre sus vidas, sus infancias, la Tierra y Waven'hurn.
En determinado momento, Shera se levantó y apoyó las manos sobre las costillas de Lyla, dejando reposar sobre ellas el mentón a modo de conectar sus ojos con los herbáceos de la otra joven. Se sonrieron, somnolientas, recreándose en esa acotada intimidad, y Lyla se incorporó para besarla. Shera se sumergió más profundamente en sus labios: el gesto se intensificó. Lyla tomó su cintura y con un corto movimiento la subió encima de ella. Sus dientes se chocaron, los alientos comenzaron a entrecortarse: las manos bajaron y subieron por los cuerpos agitados.
- Shera... - Murmuró Lyla en aras de detenerse.
Sus movimientos eran seguros, se notaba que quería avanzar. Shera hizo presión sobre sus hombros: invirtieron sus posiciones. Sintió el agradable peso de Lyla sobre ella, recorrió sus brazos, su espalda, se aferró a sus caderas y bajó un poco más. En sus entrañas todo se revolucionaba, todo ardía. Quería más, necesitaba saciar el deseo impronunciable que se había ido acumulando.
Tomó la mano de Lyla y se la llevó a uno de los pechos. La sintió estremecerse y exhalar, detenerse y clavar los ojos en las cuestas elevadas debajo de su camisa, erguidas, que la llamaban a gritos con su misterio, ocultas hasta entonces de su mirada. Shera también moría por ver asomar su desnudez, romperle la ropa a dentelladas y apoderarse de aquellas zonas enigmáticas que jamás veían la luz del sol.
Observó, como sentada en una nube, la tensión de los músculos de Lyla, definidos bajo su piel de bronce perlada por las gotas que resplandecían a la luz del día, por una humedad que el propio roce de sus pieles y el candor del movimiento, del anhelo irrefrenable, había dejado atrás. Solo llevaba un sujetador y unos pantalones de seda blancos, así que la visibilidad era privilegiada. La elasticidad de los tendones, la lozanía y flexibilidad de su cuerpo, le recordaban a los de un felino: exhalaba energía, salvajismo, poder. Pero en sus ojos había algo opuesto, recién surgido, que asfixiaba lo demás.
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Nuevos comienzos- II Parte (Supercorp)
Fiksi Penggemar"- Debes tener cuidado con lo que decides. Ser un héroe es un trabajo de por vida, y puedes perderlo todo en el transcurso (...). - No tengo miedo. La sonrisa de su madre flaqueó. - No todo es sobre miedo y valentía. El peor de...