Kara atravesó el patio del palacio a grandes zancadas. Oía el corazón de Augurio detrás de un arbusto podado a modo de estatua, y alcanzaba a ver el vórtice de su capa por encima de las hojas. El niño la sintió acercarse y salió de su escondite para correr torpemente hacia ella. Kara lo atajó en el acto y lo arrastró hacia un lugar más tupido, mirando alrededor siempre pendiente de los guardias del turno de la noche.
Una vez que atravesaron la muralla como dos sombras invisibles, caminaron a través de callejuelas tupidas de deshechos y suciedad en dirección a una taberna en el puerto que constituía el único sitio iluminado del muelle. Si bien en el exterior parecía tranquilo, Kara oyó un montón de pulsos en el interior. Había una pequeña multitud reunida.
- Por eso te pedí que vinieses de incógnito – dijo Augurio –. Ponte la capucha, o no podremos entrar. Y será mejor que te cubras la marca de la frente con una tela, o sabrán que eres tú.
- Casi me siento como Aang en la nación del fuego – comentó Kara, arrancando un trozo de su capa y atándoselo alrededor de la cabeza.
- ¿Quién?
- No importa. ¿Todos allí adentro son renegados?
- Sí y no. Varios han venido a escuchar, como nosotros.
- Comprendo – Kara analizó el muelle y volvió los ojos hacia el castillo –. Pequeño, debo preguntarlo nuevamente, ¿estás seguro de...?
- Sí lo estoy. Pero percibo que tú no. ¿Hay algo que quieras decir antes de que entremos?
Kara chasqueó la lengua. Era complicado. Para llegar allí, había tenido que debatirse consigo misma de forma muy cruda. Pensó en por qué lo hacía; por qué se atrevía a traicionar a Ramagena y al poder real, que había respaldado a favor de sus amigos en Eratris, para inmiscuirse en un congreso de rebeldes que probablemente acabarían por meterla en muchos problemas. Y había llegado a una conclusión: hacía tiempo que los prisioneros de Eratris habían pasado a un segundo plano. Ya no pensaba en ellos, porque en el fondo, conocía a Neriza y sabía que probablemente ya los habría acabado sin importarle el convenio. De cualquier forma, Kara era una pequeñez, pese a su poder, al lado de la fuerza superior. No era capaz de contradecirla, aún sin las amenazas de por medio. En esa fría introspección, la joven había pasado en blanco aquello que la representaba actualmente. Un mes atrás, o dos, sin ir muy lejos, habría muerto con mucho gusto si la resignación a creer que la liga ya estaba acabada le hubiese llegado más temprano. Ahora, sin embargo, estaba dispuesta a seguir viviendo. Algo dentro de ella – no cobardía, sino una sensación más vital, más macabra – la cinchaba a seguir en pie y viviendo pese a haberlo perdido todo.
Kara por fin aceptaba su nuevo yo, ese que tanto detestó en ciertos momentos. El asesinato, la frialdad, la corta noción de responsabilidad, empatía o culpa, eran parte de ella como cualquier otro atributo, y ya no le molestaban. De hecho, la falta de noción de su oscuridad era un alivio, no solo debido a los juicios de los espectros, sino porque ahora se sentía completa, no fragmentada, y mucho menos débil. Era más fuerte que nunca.
Pero aún con todo, seguían importándole los desamparados, los que sufrían injusticias; el pueblo gondoriano en cualquiera de sus tribus, territorios o niveles. Durante sus viajes había conocido el verdadero sufrimiento que generaba la forma de gobernar de Ramagena y la influencia de Neriza en el planeta. Colonias de esclavos, guerras civiles, aldeas quemadas, barbarie, piratería, genocidios, violencia, crueldad... Habiéndose paseado por la gran biblioteca del castillo, sabía a ciencia cierta que, previo a la gran conquista y a la fundación del Unitarium, Gondorf era un lugar prolífero, excelentemente organizado, rico, variado; repleto de culturas fascinantes, religiones distintas conviviendo, magia y razas de toda clase y modos. Le entristecía ser testigo de cómo las venas puras y transparentes de un planeta como aquel, eran teñidas poco a poco por el veneno de la oscuridad y la destrucción. Y aunque se mantenía algo pesimista ante la perspectiva de generar un verdadero cambio – después de todo, el segundo planeta al que llamó hogar ya no existía debido a Neriza –, quería dar su apoyo a los que aún luchaban por volver a tiempos mejores, solo porque valía más la pena perder luchando que vivir en la inconformidad.
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Nuevos comienzos- II Parte (Supercorp)
Fanfic"- Debes tener cuidado con lo que decides. Ser un héroe es un trabajo de por vida, y puedes perderlo todo en el transcurso (...). - No tengo miedo. La sonrisa de su madre flaqueó. - No todo es sobre miedo y valentía. El peor de...