XI

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Según la disposición de las velas en el palacio, los adornos en la mesa y el ir y venir constante del personal, era fácil figurarse que la cena planificada era un homenaje a alguna figura muy importante. 

Kara y Lena entraron tomadas del brazo y cuchicheando entre sí. Aquel día, las dos sentían que, por una parte, habían recuperado algo perdido e invaluable y, por otra, consiguieron fortalecer su vínculo aún más que antes. Todavía quedaban cosas en el tintero, por supuesto, pero confiaban en que el acceso a ellas no se vería tan restringido luego de llegar al centro del nudo. 

Fueron primero a saludar a Cat y a excusarse por su desplante de la tarde. La tía de Lena, implacable como era, no se guardó el sermón que les tenía preparado, en el cual se intercalaban algunos ejemplos terrestres de los que nunca faltaban a sus discursos o a los de Amelia. Esta última, por su parte, abrazó a sus dos amigas y les comentó lo grato que era volver a verlas felices y pegadas entre sí. 

- Es que ya venía siendo hora, ¿eh? - hizo un gesto -. Eso de tener a Kara de bajón vaciándome las despensas no era cosa fácil. ¡Recuerden que también vivo con Diana, Santo Cielo! Había que sentarse a verlas cenar a las dos... Qué disparate. 

- Lo siento, Mel - Kara envolvió sus hombros -. Sucede que en tu casa sí están bien abastecidas. Alex tiene los armarios llenos de alcohol y barras de proteína que saben a barro con pasas. 

- Oh, sí. Ni lo menciones - Amelia rodó los ojos -. Le he tirado esas porquerías unas diez veces, y he intentado convencerla de que consiga comida real, pero es la persona más testaruda que conozco... después de Lena, claro. 

- Nada ha sido lo mismo para ella desde que Maggie falleció - dijo Lena -. La guerra nos quitó a todos un poco del alma. 

Guardaron silencio. Maggie fue una de las pérdidas dolorosas que tuvieron que enfrentar luego de volver a reconstruir sus vidas, y su ausencia era un pozo negro en la vida de Alex, que tenía la costumbre de calmar el dolor con trabajo, más y más trabajo. 

- Ya conocerá a alguien - dijo Kara -. El Unitarium está lleno de personas que morirían por estar con ella. Es una leyenda. 

- Pero es un poco pesimista, y los años pasan - comentó Lena -. A menos que la empujemos a los brazos de una candidata, no creo que... 

En ese momento se abrieron las puertas y alguien anunció que llegaban los invitados. Kara y Lena observaron con curiosidad la entrada de tres figuras, por sus aspectos y formas de vestir, de tres distintos planetas. 

La mujer alta y elegante, con el cabello corto y blanquecino, era sin dudas de Courtein. Su fisionomía, con las filas de pequeñas hendiduras en la frente y en las mejillas, no dejaba lugar a dudas. El de al lado, un hombre de estatura media, pelo largo y oscuro arreglado en una trenza y cuatro ojos rasgados allí donde usualmente había dos, pertenecía a las razas del sur de Góndorf, que habitaban ahora un asteroide cercano a la órbita del planeta. El último era viejo, severo y bajito. Tenía las orejas grandes y caídas de los de Augus, pioneros de una luna insular- flotante en el vacío y la soledad- que se estimaba perdió su planeta siglos luz atrás.

Presentaron a los recién llegados - descritos como diplomáticos de sus respectivas razas, voceros internacionales y ministros- a Lena y a Kara, que los recibieron con generosidad y respeto. Ambas tenían un trato delicado y espontáneo con la gente debido a sus roles como embajadoras. 

Lena se detuvo un poco más que Kara en observar las características de los tres, percibiendo que su instinto se encendía aunque no hubiese nada visible que pudiese generar desconfianza. Como buenos políticos, sabían manejar el influjo de emociones que se detectaban en sus rostros; nada fuera de lo usual que no hubiese experimentado una y otra vez como embajadora. Sin embargo, y sobre todo en la courtiana, un algo reverberaba debajo de la superficie, imperceptible para los no-sensibles y aún difícil de identificar para ella.

Nuevos comienzos-  II Parte (Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora