0 horas en cuarentena

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—Estimados huéspedes, lamento decirles que estamos en cuarentena.

—¿Qué? —chilla una mujer con un vestido floreado.

Un montón de preguntas quedan suspendidas en el aire. Muchos cuándos, varios cómos y algún por qué llenan de incertidumbre el hall del hotel y hacen que el director dé un paso atrás, preparándose para la avalancha de disconformidad que se forma frente a él.

Un jaleo confuso que comienza a subir de volumen hasta que prácticamente solo se escuchan gritos en ese enorme lugar.

Un par de ancianos se abrazan atemorizados sobre el sofá blanco de la entrada, un grupo de amigos se quejan por no poder irse a tomar unas cervezas esa noche y una gran parte del personal del hotel observa la situación desde la distancia, sin tener muy claro qué hacer.

Si intervenir, si quedarse quietos, si decir algo o si callar y dejar que su jefe lleve la situación lo mejor posible.

De repente, los uniformes color púrpura que visten todos los días, aprietan. Las camisas blancas se pegan al pecho y los zapatos parece que se han reducido varias tallas sin avisar. Todo porque prevén la que se les viene encima en los próximos días y también porque saben que no van a poder evitarlo.

—Entonces, ¿nos está queriendo decir que hemos pagado el hotel más lujoso de toda Ibiza y no tiene la higiene necesaria como para evitar contagios? —pregunta un hombre de mediana edad vestido con camisa y americana.

El director de ajusta las gafas, se seca el sudor que comienza a resbalar por su frente y trata de explicarse lo mejor que puede.

—Esto no tiene nada que ver con una cuestión de higiene. Nuestro hotel está equipado con las medidas de seguridad más estrictas en esta materia. Si miran un poco a su alrededor se darán cuenta de que nuestros empleados se encargan de que todo esté limpio y acondicionado al más alto nivel.

Y es cierto.

Las paredes están perfectamente pintadas, sin ninguna marca, a pesar de los constantes intentos de algunos huéspedes maleducados (normalmente hijos de personalidades importantes que se creen con poder para hacer cualquier cosa) por desconcharlas como broma, sin ser conscientes de que tras ello hay un trabajo de mantenimiento envidiable.

Los suelos lucen brillantes y, si alguno de los huéspedes mirara hacia abajo podría verse reflejado debido a su pulcritud.

Los enormes sillones sin un solo desnivel, con los cojines mullidos y ni una mota de polvo sobre ellos, a pesar de pasar todo el día soportando el peso de culos de toda clase.

Las escaleras de madera oscura que conducen a los pisos superiores no crujen lo más mínimo, ni siquiera cuando se pisan con tacones de aguja, porque están perfectamente fijados y ensamblados.

Y no hay ni una sola puerta en el edificio que chirríe o que haga ruido al abrirse, más allá del sonido característico de la manivela al bajar.

Todo ello gracias al magnífico personal que trabaja en ese hotel de lujo, con el único objetivo de conseguir que sus huéspedes sean los más afortunados de la isla.

Pero, todo ello, para el hombre de camisa y americana, parece ser insuficiente.

—Y, si todo es tan limpio y aseado como usted insinúa, ¿cómo ha entrado ese virus?

—Está claro que lo ha metido alguien de fuera. —se adhiere una joven con coleta alta y una botella de ginebra en la mano, seguramente lista para irse a la discoteca y que acaba de ver truncados sus planes nocturnos.

El director del hotel respira hondo para no unirse al volumen con el que le hablan y acabar gritándoles a sus propios clientes.

—El primer positivo lo acaba de dar uno de nuestros huéspedes hace un par de horas. —explica el director.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora