648 horas en cuarentena

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—Ago, me acaba de apetecer muchísimo bañarme en la piscina. —comenta Raoul mientras deja reposar la cabeza sobre el pecho de su chico.

—Bueno, piscina no tengo, pero igual mi bañera te sirve. —se carcajea y el movimiento de su cuerpo provoca que el rubio se incopore un poco para no marearse.

Están tumbados en la cama de Agoney, sobre las sábanas deshechas, completamente desnudos, abrigados al calor del otro y disfrutando del contacto de la piel suave del otro después de una sesión de sexo que les ha dejado en calma, agotados, pero tremendamente satisfechos.

—Jo, no. No quiero otro baño en tu bañera, que ya sabemos como acaban esos baños. —hace un puchero dulce seguido de una sonrisa divertida y Agoney no puede no comerse esos labios carnosos que tiene tan cerca.

Los besos entre ellos siempre saben a verdad y a dulzura y por eso no son capaces de estar mucho tiempo juntos sin besarse.

No lo pueden evitar.

—Y, si acabamos así, ¿qué problema tienes? —pregunta Agoney.

—Que no me da tiempo a recuperarme de uno a otro. —Raoul se tapa la cara un momento, intentando ocultar el rojo de sus mejillas, pero sabiendo que no va a conseguirlo —Ayer, porque no me viste subir la escalerita del escenario, pero las piernas me daban unos pinchazos...

—¿Y no sería de la sesión de bailes que nos pegamos por la tarde? —le mira feliz, recordándolo. Porque se lo pasaron muy bien. Demasiado bien. Eran tan felices cuando cantaban todos los temas a voz en grito... Incluso Cepeda salió de su habitación para pedirles que bajaran un poco el volumen y acabó uniéndose a la fiesta improvisada.

—No. Porque después de los bailes vino... lo otro.

Guiña un ojo y la mente de Agoney abandona los saltos y las canciones para recordar el roce de sus pieles ardientes, deseando un nuevo contacto. Frotándose para intentar que se borraran los límites entre ambos. Apasionados. Intensos. Porque cada día que se conocen es un día más de confianza que crece entre ellos y un día que disfrutan un poco más del contrario.

—Joder, Raoul, no me hagas pensar en eso que esto se vuelve a despertar. —señala su miembro agotado que comienza a cosquillear, preparándose para un segundo asalto —Y no me apetece una ducha fría ahora.

El rubio lleva su mano, delicadamente hasta el miembro de su chico y lo acaricia con suavidad.

No tiene ninguna intención de ir más allá, simplemente, le gusta tocarle. Le gusta el tacto de su cuerpo y mucho más le gusta que cierre los ojos e inspire, preso del placer que le provoca ser tan sensible después del sexo.

—¿Y ahora? —pregunta, insinuante —¿Te apetece un poco más?

—¿El qué?

Agoney ni siquiera se acuerda ya de qué estaban hablando.

—Bañarte en la piscina conmigo.

—¿Me estás intentando comprar con tus manitas traviesas?

Raoul se muerde el labio y asiente, divertido.

—A ver si hay suerte y consigo convencerte. —comenta, subiendo su mano hasta el pecho del canario y besándole al mismo tiempo para que se relaje y se deje ir una vez más.

Cuando se separan, Agoney está un poquito más convencido, pero aún hay algo que le para.

—Amor, te prometo que me encantaría concederte todos tus caprichos, pero la piscina es una zona común del hotel y ya sabes lo que pasa en las zonas comunes. Que están llenas de gente.

Baja la mirada, apenado, intentando que Raoul no capte la decepción en su rostro, pero el catalán se da cuenta en el primer segundo.

Busca su barbilla y la alza para que vuelva a mirarle a los ojos.

—Pero eso será si nos bañamos durante el horario de apertura.

Agoney abre los ojos y alza las cejas, sin comprender.

—¿Qué me quieres decir?

Raoul vuelve a bajar la mano para acariciar su estómago mientras habla de nuevo.

—Que, bueno, yo llevo muchos años trabajando aquí y... tengo mis contactos.

Y esa es la última frase que se escucha en la habitación del cantante, porque los siguientes minutos se llenan de roces sonoros, respiraciones aceleradas, besos y jadeos que se convierten en gemidos.

Otra vez.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora