408 horas en cuarentena

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"No te preocupes. Cuando puedas, nos vemos." Corazón morado.

Es el mensaje que recibió Raoul ayer después de que su jefe le separara de Agoney y le obligara a ir a trabajar en lugar de continuar con lo que estaban haciendo. O con lo que iban a hacer. Y le daba rabia, pero entendía que quizás el hall del hotel no era el mejor lugar para su primer beso. Así que, en el fondo, podía incluso agradecerlo.

Pero cuando Agoney envió ese mensaje, no esperaba que "cuando puedas" fuera a tardar tantísimo en llegar. Porque Raoul desapareció de su vista sobre las nueve y media de ayer y todavía no le ha visto.

Esta mañana, después de su rutina diaria de ejercicio físico, ha bajado a la cafetería en lugar de esperar a su desayuno en la suite. Pero Raoul no estaba.

A mediodía, ha esperado ansioso a que el rubio apareciera con su comida, pero tampoco ha sido posible. En su lugar, una chica de pelo castaño y muy rizado se ha presentado ante su puerta con el carrito que siempre lleva él.

Más tarde, Agoney y Cepeda han comido juntos, entre conversaciones, risas y alguna que otra broma. Se han llenado por completo y el canario se ha sorprendido a sí mismo sintiendo una sensación de vacío en el estómago que no tenía ningún sentido.

Pero todo había cobrado coherencia cuando, al ir a por el postre, se ha encontrado con una pequeña tarjetita de color blanco en la que la dirección del hotel anunciaba que se iban a reanudar los espectáculos en el teatro del hotel esa misma noche.

Le echaba de menos. Mucho. Y no podía esperar para volver a verle.

Así que ha pasado la tarde vistiéndose lo mejor que ha podido con la poca ropa que había en su maleta, se ha maquillado como si fuese a cantar él mismo y se ha puesto su colonia favorita después de un baño relajante.

Ha bajado al teatro con muchísimas ganas de ver el concierto. Y, por supuesto, Raoul no ha decepcionado en absoluto.

Agoney se pone en pie para aplaudirle y a su vez, lo hacen todos los presentes en ese pequeño teatro que ha visto a su niño triunfar una vez más.

Cuando las luces vuelven a encenderse y el telón cae, el canario sale del teatro y le pide a Cepeda que le haga un pequeño favor que el chico prepara sin preguntar.

Agoney sube en el ascensor solo, en silencio. Se mira en el espejo y se ve guapísimo. Ha elegido la ropa más elegante que ha podido encontrar. Se ha peinado y maquillado para la ocasión, porque quiere estar perfecto para su niño.

Abre la puerta de la suite, pasa al interior y avanza hasta sentarse en el sofá. Trata de calmar sus nervios y se pone la tele para estar distraido y no pensar en lo que va a pasar en su habitación en unos minutos.

Pero todavía no ha tenido tiempo de prestar atención al concurso aleatorio que aparece en su pantalla, cuando su sonido favorito le hace apartar la mirada. El toc, toc, toc de unos nudillos al llamar al otro lado de la puerta. Se le escapa una sonrisa que no puede evitar, alcanza el mando para volver a apagar la tele y se levanta, caminando hacia la entrada.

Cuando llega hasta ella, sujeta la manivela, respira hondo tratando de calmar su acelerado corazón y la abre.

Al otro lado, le recibe el Raoul más guapo del mundo.

Con las mejillas sonrosadas, la camisa medio desabrochada y el pelo casualmente deshecho que le da una apariencia casi de fantasía. Ese chico no puede ser humano. Los ojos brillan y los brazos marcados bajo la tela sujetan una rosa amarilla que huele mejor de lo que podía imaginar.

El canario deja unos segundos de silencio para confirmar que lo que está viendo no es su imaginación, que realmente el chico es tan perfecto como lo recordaba.

-Hola. -saluda, notando cómo un suave cosquilleo sube por su estómago.

El rubio desvía su mirada al suelo para contestar.

-Hola.

El silencio vuelve a ser el protagonista de la escena. Porque ambos están deseando hablar, pero, al mismo tiempo, no saben por dónde empezar.

-¿Y esa rosa? -rompe el hielo Agoney.

-No sé quién me la habrá regalado. -bromea Raoul -Ha venido a dármela un guardaespaldas muy simpático.

-Ah, vaya. -continúa el canario con una sonrisa -Será porque tu actuación ha estado muy bien.

-Sí, parece que a mi admirador secreto le ha gustado.

-Te aseguro que ha quedado encantado contigo.

Se retira un paso hacia atrás, dejando la puerta libre para que Raoul pase al interior con lentitud. Ambos escuchan el latir de sus corazones en la garganta. Están nerviosos, algo tímidos, pero llenos de ganas.

-Eh... Ago. -comienza Raoul -No sé qué piensas tú, pero... -alarga el silencio -yo ayer me quedé con ganas de algo.

-¿Ah, sí? -el canario contiene un suspiro cuando ve cómo el catalán da un paso hacia él

-Sí. -otro paso más y solo les quedan tres para tocarse.

El canario deja ir la puerta para que se cierre con un sonido que deja a los dos chicos a solas en medio de la habitación, disfrutando del silencio calmado a su alrededor, que les impulsa a saltar y a dejarse llevar.

-Y, ¿qué es eso que te quedaste con ganas de hacer? -pregunta Agoney.

Los brazos de Raoul se posan sobre sus hombros y continúan el camino hasta entrelazarse detrás de la cabeza del canario y el chico le abraza la cintura casi por inercia.

-Pues... lo último que te dije fue que quería besarte. Y no parecías estar en contra.

Los ojos brillan, el calor sube a sus mejillas y se ríen al verse tan cerca, tan rojos y tan ilusionados.

-Estoy totalmente a favor de ello. -confirma Agoney.

Raoul cierra los ojos aspirando su olor y, para cuando vuelve a abrirlos, no puede volver a mirarlos más, porque los labios jugosos acaparan todo el campo visual y solo puede pensar en ellos. En besarlos, en morderlos, en lamerlos, en disfrutarlos con todas las ganas que llevan acumuladas en más de dos semanas de distancia.

-Entonces -continúa Raoul después de tragar saliva una vez más -¿Puedo besarte?

Y Agoney responde con un punto de ternura en su voz que desarma a Raoul por completo.

-Puedes besarme.

Solo unos segundos para sentir los alientos entremezclados de ambos y dos centímetros más hasta que sus labios se encuentran.

Al fin.

Ahora sí, se están besando. Se están dejando llevar con todas las ganas que tienen y los labios del contrario les saben a manjar. Podrían pasar toda la vida bailando al mismo compás. Acelerando cuando el cuerpo se lo pide y siendo infinitamente delicados cuando solo se siente calma a su alrededor.

Se besan, se acarician, se viven y se sienten.

Porque han cerrado los ojos, han abierto el corazón y, simplemente, se están dejando sentir. Más intenso, más lleno de vida, mucho más mágico de lo que hubieran imaginado jamás.

Así, en ese mismo momento en el que la mano de Raoul acaricia la barba recortada de Agoney y los brazos del canario se aferran con más fuerza a su cintura, saben que valió la pena la espera. Valió la pena la desesperación, el ansia, el luchar contra su instinto.

Porque, en ese instante, saben que son el uno para el otro.

Y ninguno de los dos tiene dudas sobre ello.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora