216 horas en cuarentena

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Un minuto más en la cinta y Agoney termina el entrenamiento aeróbico que tenía previsto para ese día.

Pulsa el botón amarillo y la máquina se detiene poco a poco para que el frenazo no sea demasiado seco mientras la velocidad de sus piernas se acompasan a la lentitud hasta que la máquina se para por completo y se queda quieto.

Alcanza la toalla para secarse el sudor de la frente y baja del aparato frotándose también los brazos y las piernas mientras camina hacia el exterior.

Sale del gimnasio de su suite y cruza el salón en dirección al baño, pero, antes de llegar, la voz de Cepeda interrumpe su camino.

—¿Llamo a Raoul para pedirle la cena? Ya es tarde.

Agoney se da la vuelta y se encuentra con su guardaespaldas tumbado en el sofá del salón, con las piernas en una posición bastante extraña y mirando hacia la tele en la que lleva varios horas viendo una película de terror. Los constantes gritos que se escuchaban desde el gimnasio durante el entrenamiento del cantante no dejan lugar a dudas.

—Eh... no. —responde, mientras deja la toalla reposar sobre su brazo derecho —Si quieres, pide la tuya. Yo voy a ducharme y luego le llamaré.

Cepeda asiente y el canario se gira para continuar su camino hacia el baño. Pero apenas avanza cuatro pasos cuando se da la vuelta de nuevo y le pregunta a su amigo.

»Escucha, ¿tú crees que le gusto?

Las cejas de Cepeda se arquean un momento.

—¿A quién?

—A Raoul.

El guardaespaldas aprieta los labios, porque está a punto de echarse a reír.

—Ago, anoche solo le faltó pedirte matrimonio. ¿Cómo no le vas a gustar?

Emite una carcajada y Agoney se da cuenta de que tiene razón.

La noche anterior, Raoul y él tuvieron su segunda cita (O su tercera. Porque la merienda de la tarde también podría considerarse como tal, ¿no?).

Volvieron a cenar juntos, continuaron compartiendo experiencias, anécdotas y curiosidades de sus vidas. Hablaron de muchos temas interesantes y de otros tantos intrascendentes, se conocieron todo lo que el otro les permitió conocer. Y ambos se sorprendieron por abrirse tanto y tan rápido con una persona a la que solo conocían de una semana.

Pero parece que el aislamiento potencia los sentimientos. Como si vivieran en una realidad paralela, como si no fuera real. Como si todas esas conversaciones, esos encuentros y esas confidencias fueran parte de un sueño. Un sueño que terminará en cuanto puedan cruzar la puerta del hotel y volver a su vida en el exterior.

Y no es que a Agoney le preocupe, porque prefiere disfrutar el momento y no plantearse qué pasará más allá. Pero, en fondo, hay una pequeña parte de sus pensamientos dedicada a ello. Al hecho de que no saben qué sucederá cuando todo acabe. No se regodea en ese pensamiento, pero parece que siempre está presente. Porque, en parte, tiene un poco de miedo, porque con Raoul todo avanza tan rápido y tan intenso que solo sabe dejarse llevar.

La cena solo fue el inicio de la velada que compartieron, el preludio de una noche mágica que vivieron juntos sin saber muy bien por qué lo hacían.

El canario propuso salir a la terraza para respirar un poco de aire y Raoul le siguió encantado. Por supuesto, a una distancia prudencial, aunque su cuerpo le pidiera con todas sus fuerzas que caminara más rápido, que le abrazara por la cintura y que le diera un beso tierno en la mejilla.

Cuando llegaron, se tumbaron en silencio en el suelo, como guiados por un hechizo mágico que les cobijaba de cualquier mal. Sin saber por qué, pero perfectamente sincronizados, atados por un lazo invisible que les impedía volver a separarse. Cerraron un momento los ojos para respirar la noche y, cuando volvieron a abrirlos, las estrellas titilantes del cielo brillaban con fuerza sobre sus cabezas.

A Agoney casi se le escapa una lágrima en ese momento, porque acostumbrado como estaba a vivir en Madrid, tener ante sí las estrellas rutilantes, preciosas e inmensas solo podían recordarle a su Tenerife, a su isla, en la que las estrellas brillaban por encima del dolor.

Y así, ambos, en silencio pero sin poder evitar que se les escapara más de una mirada al contrario, compartieron unos minutos de paz, luz y magia.

Agoney sonríe sutilmente al recordarlo todo y vuelve a mirar a Cepeda, que espera su regreso de la fantasía con un gesto amistoso.

—Tienes razón. Seguro que le gusto. Pero, a lo que me refiero es a que... ¿crees que le gusto más allá de lo que estamos viviendo ahora mismo?

—No sé a qué te refieres.

—A que, sí, todo es muy bonito aquí dentro. Compartimos conversaciones largas y muy intensas, hablamos de futuro, de nosotros... Pero, ¿y si salimos y todo termina en seco? ¿Y si no sabemos hacerlo fuera de aquí?

—¿Por qué no le preguntas a él? —propone Cepeda.

—Porque no quiero asustarle.

—Ago, no me jodas, a los dos días de conoceros le tiraste todas las fichas del Gran Casino de Montecarlo. Si tuviera que asustarse, lo habría hecho ya, ¿no?

El cantante respira hondo, intentando creer a su guardaespaldas. Porque, después de tantos años, también se ha convertido en su confidente. Y mucho más en estos días en los que tienen que compartir espacio a la fuerza y es quien le deja espacio cuando lo necesita y quien le hace compañía cuando se siente solo.

—Joder, estoy pillado, ¿verdad? —pregunta el canario y Cepeda asiente en medio de una carcajada —Es que tengo miedo de que crea que solo me gusta porque tengo que estar aquí encerrado. No quiero que piense que, cuando salga por esa puerta todo cambiará. Porque yo no quiero que cambie. O sea, sé que nos acabamos de conocer y que solo hace unos días que estamos así, pero está siendo todo tan intenso que siento que nos conocemos de toda la vida.

—Eso es el encierro, Ago. Tampoco tú deberías tomar decisiones ahora mismo y tan en caliente. Menos tú, con lo que eres tú. Siempre metódico, ordenado, trabajador hasta reventar...

—Es verdad, pero es que, por una vez, me apetece saltar y ver si se abre el paracaídas o no.

—Pues entonces no necesitas mi consejo, sabes perfectamente lo que tienes que hacer.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora