Raoul pulsa las últimas teclas del piano sobre el escenario con los ojos inundados en lágrimas y un sentimiento de nostalgia que no puede retener.
Deja unos segundos a que la música se desvanezca en sus oídos y mira al público allí presente. Como siempre, el teatro del hotel está hasta el tope, pero mucho más desde que el vídeo de Raoul se hizo viral y todos pudieron admirar su talento.
Solloza sin querer y se acerca al micrófono para hablar, por última vez.
—Muchísimas gracias a todas las personas que me habéis acompañado estos días y a todas las que han venido a verme en los últimos años. Siempre seréis mi primer público y no os olvidaré nunca.
Se aparta con los ojos cerrados y espera unos segundos a que el telón se cierre ante él, dejándole oculto, mientras los aplausos suben más y más. Tanto que parece que va a quedarse sordo.
Cierra la tapa del piano con lentitud, porque le da pena pensar que no volverá a acariciar sus teclas nunca más. Que esos aplausos que ahora escucha opacados van a apagarse durante algún tiempo. Quién sabe si volverán a acariciar sus oídos en algún momento, espera que sí, pero nunca serán su primera pequeña oportunidad.
Pero, cuando levanta la vista y ve un guapísimo Agoney que sube las escaleras laterales y camina hacia él, sabe que no se ha equivocado en su decisión.
Se pone de pie y coloca en su sitio el taburete para caminar hacia él y fundirse en un abrazo que significa millones de cosas a la vez.
—Tu voz sonaba tan bonita hoy. —Comienza Agoney.
Y Raoul solloza en su pecho con una sonrisa. Está triste, pero sabe que está haciendo lo correcto.
—¿Qué pasa? ¿Que normalmente suena fea? —Se ríe en medio de las lágrimas, intentando quitarle peso a la situación y Agoney le aprieta más contra él.
—Siempre suena preciosa, pero hoy la emoción no te dejaba cantar. Y eso es tan bonito, mi niño...
Raoul se atreve a sacar el rostro de su pecho para mirar a su novio y darle un beso corto en los labios.
—¿Han venido a verme?
—¿Quién?
—Mis compañeros.
—Estaban todos. —confirma Agoney y Raoul vuelve a sollozar con una felicidad inmensa.
Así pasan unos minutos. Abrazados, apretándose contra el cuerpo contrario y regalándose besos dulces cada pocos segundos.
Poco a poco, el pecho del catalán se calma y comienza a respirar a un ritmo calmado. El vendaval de emociones que le arrasaba, amaina poco a poco y le deja separarse y tragar saliva.
—Y ahora viene la parte más complicada.
Agoney asiente, respirando con él y sin querer soltarle de la cintura.
—Vamos a salir de aquí en barca, mi niño.
—Lo sé, pero mañana muchos se van a casa ya y no quiero salir de aquí sin despedirme primero.
—Lo entiendo.
Se abrazan una vez más y entrelazan sus dedos para bajar del escenario y encontrarse con Cepeda, que camina a su lado hasta los ascensores. Pulsa el botón de llamada y espera a que las puertas se abran ante ellos.
—¿Me esperas arriba? —dice Raoul, más pidiéndolo que preguntando.
—Claro que sí. —responde Agoney, dándole un beso en la mejilla y entrando en el ascensor seguido de Cepeda.
Raoul respira hondo y se dirige hacia la zona de empleados, en la que ha convocado a sus compañeros para despedirse.
Cuando entra, se le saltan las lágrimas de la emoción, porque está completamente llena de gente. En los sillones, en las sillas y de pie, todos los empleados del hotel charlan entre sí, comentando el conciertazo que acaba de dar Raoul en el teatro.
Miriam y Aitana le ven llegar y saltan sobre él, abrazándole con ganas.
—Cómo te voy a echar de menos rubito. —dice la gallega.
—¡Mira, lo hemos decorado para ti! —chilla Aitana, separándose de él y señalando a la pared, en la que un enorme cartel preside la habitación.
Un "Te queremos, Raoul" gigante que hace que el corazón del chico se encoja cuando lo lee. Apenas tiene unos segundos para mentalizarse antes de que uno de sus compañeros grite.
—¡Que hable, que hable!
Se hace el silencio. Todos los ojos de la sala le miran expectantes, esperando a que Raoul diga algo. Y Raoul se queda sin palabras.
Siente un nudo en la garganta y nota cómo las lágrimas vuelven a subir a sus ojos. Pero se obliga a respirar hondo y se contiene, porque sabe que, como vea llorar a alguno de sus amigos, se va a derrumbar.
Se aclara la garganta y comienza.
—Bueno, chicos. Creo que ya lo sabéis todos. El domingo será mi último día en el hotel y sé que a algunos os veré mañana y pasado, pero otros os vais a casa a primera hora y no quería haceros venir solo para poder teneros delante. —Respira hondo, parpadeando mucho para no dejarse ir y continúa —Solo quería daros las gracias por hacerme sentir uno más de vosotros. Por los días en los que el cansancio podía con nosotros y, aún así, teníais una palabra de ánimo para mí. Y, sobre todo, gracias por estos casi dos meses que han hecho que seamos una auténtica familia. —Sonríe y bromea —Aunque yo me haya pasado todo este tiempo en la presidencial.
Se forma una carcajada y Raoul se siente arropado para continuar.
»Y solo eso. Que espero que os vaya todo genial y que no me echéis del grupo de whatsapp, que me quiero enterar de todos los cotilleos.
Algunas risas contagiosas se crean en la sala y el rubio sabe que es el momento de terminar.
»Y ya está. Ahora espero que me deis un abrazo enorme, por favor, porque me voy a poner a llorar.
Se seca las primeras lágrimas que no puede retener y resbalan de sus ojos. Mira hacia abajo tratando de esconderse, pero, en apenas dos segundos nota las manos de Aitana en su espalda, abrazándole.
Tras ella, un montón de brazos más le cobijan y se unen en el abrazo más numeroso del mundo. Todos ellos, trabajadores y compañeros. Pero aún más que eso, hermanos que se protegen los unos a los otros cuando las fuerzas flaquean.
Los va a echar muchísimo de menos.
Pero sabe que los seguirá teniendo cuando todo esto pase.
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Quarantine |Ragoney|
FanfictionUn hotel de lujo se ve obligado a cerrar sus puertas a cal y canto por decisión de las autoridades sanitarias y todos sus huéspedes y empleados quedan aislados para evitar expandir el virus. Hay muchas reglas: lavarse las manos, llevar mascarilla y...