—Jope, estoy nerviosa.
Aitana, Miriam y Raoul entran en el ascensor y se aprietan contra el espejo del fondo para poder meter también uno de los carritos del hotel, lleno hasta los topes, con la cena para cinco personas que llevan.
—¿Por qué? —pregunta el chico.
—Porque nunca he cenado en casa de un famoso. —responde Aitana, como si fuera la obviedad más grande del mundo.
Raoul rueda los ojos y resopla, porque su amiga lleva todo el día pensando cosas para la cena.
Le ha costado un montón de trabajo decidir qué ponerse y eso que solo tiene dos opciones: el uniforme o la ropa que llevaba puesta el día que se declaró la cuarentena.
Se ha maquillado todo lo que ha sido posible con el eyeliner gastado y el pintalabios roto que llevaba en su bolso para emergencias.
Y ha pasado varias horas dándole vueltas a cómo organizarlo todo. Si coger el menú del restaurante del hotel o si pedirle un favor a los de la cocina para que les preparen algo diferente. Si llevar o no algún postre de regalo para ganarse al canario.
—Aitana, cariño mío —comienza Raoul —, sabes que no vamos a su casa, ¿no? Solo vamos a la suite presidencial, que has visto más veces que tu casa. ¿Por qué estás tan nerviosa?
—Ay, déjame. —se enfada la chica —Una no puede ilusionarse por ir a cenar con un famoso, que siempre está el amigo tocanarices que tiene que romper la magia.
—Sois insoportables. Los dos. —Miriam interviene para dejarles callados —Además, ¿a ti no te caía fatal? —le pregunta a Aitana.
—Bueno, sí. Pero solo era porque se comportaba como un gilipollas hasta que llegó Raoul. —El catalán se ríe, recordando a su amiga desesperada pidiendo un cambio de cliente —Pero ahora se ha encoñado de Raoul y ya me cae bien.
—¡Qué rápido se te olvidan las cosas! —comenta Miriam entre risas.
En ese momento, el ascensor para el la planta número quince y las puertas de metal se abren con lentitud, dejando paso al pasillo forrado de granate que conduce a la única puerta en ese piso.
La de la suite presidencial.
—Oye, Raoul, ¿y cómo sabe que estás aquí? —pregunta de nuevo la pequeña.
—Aitana, por favor, que tú también trabajas en este hotel. Llamas a la puerta y ya está. —responde, obvio.
—¿En serio? —Pone una mueca de decepción y continúa hablando —Yo pensaba que tendríais algún código secreto de enamorados o algo.
—Sí, claro —se burla Raoul —. Le traigo unos mariachis cada vez que subo a traerle algo. Me he dejado todo el sueldo en eso.
La chica se cruza de brazos, algo enfadada y a Miriam le hace mucha gracia verla así. Sujeta el carrito de la comida y espera a que el rubio llame a la puerta con los nudillos.
Los tres se quedan en silencio, agudizando el oído para reconocer los pasos al otro lado de la madera y esbozando una sonrisa enorme cuando el canario la abre. Las chicas, porque quieren caerle bien y Raoul porque no puede evitarlo.
—Buenas noches, Agoney. —saluda Miriam.
—Buenas noches, chicas. —responde el cantante —¿Raoul?
Pero Raoul no responde, porque su cerebro ha cortocircuitado.
Agoney va vestido con pantalón negro, camisa azul cielo y americana. Joder. Nunca le había visto así de elegante.
Siempre que ha estado con él iba con ropa casual o con el chandal cuando quedan para hacer ejercicio o para cantar juntos. Y las veces que le ha visto en la tele o en revistas, su vestuario siempre va más allá, lleno de flores, de adornos y de colores de lo más vistosos, en ocasiones mal combinados.
No está acostumbrado a verle así. Y esa ropa le da un porte excepcional que hace que le mire con la boca abierta.
Aitana se da cuenta y habla, riéndose de él.
—Pues si te pones así viéndole con ropa, no me quiero imaginar cómo será cuando le veas desnudo.
Tres pares de ojos de fijan en ella de golpe.
Los de Raoul asustados de que su amiga haya dicho semejante barbaridad delante del chico del que se está enamorando. Los de Miriam, aburridos, porque ya está más que acostumbrada a las salidas de tono de Aitana. Y los de Agoney divertidos, con una chispa de sonrisa reprimida en la comisura de su labio.
Porque le encanta que sea así, tan sencilla y natural. Pero sabe que ahora mismo el rubio va a implosionar. Su color de cara no deja lugar a dudas.
—Tranquila, Aitana, que cuando llegue ese momento, sabré cuidarle. —El cantante guiña el ojo, siguiendo la broma, y se hace a un lado para que todos entren al interior de la suite —Adelante.
Miriam y Aitana pasan sin pensar y empujan el carrito para meterlo con ellas, mientras que, cuando Raoul va a pasar tras ellas, todavía sin quitar esa mirada de terror, Agoney le cierra el paso para recibirle con un saludo especial.
—Estás guapísimo, mi niño.
Le da un beso suave en los labios que Raoul no se esperaba y que provoca que todas las mariposas de su estómago hagan una carrera por ver quién es la que aletea más rápido.
—Tú también, Ago. —responde, algo vergonzoso, notando como el color invade sus mejillas —Espero que Aitana no te haya molestado, porque...
—Raoul, tranquilo. —El cantante lleva su mano a la barbilla del menor y la levanta para que le mire a los ojos —El único que tiene que preocuparse por caerle bien a tus amigas soy yo. Ellas ya tienen el camino hecho.
—Pero sé que a veces pueden ser un poco...
—Shh. —Lleva un dedo a sus labios para que no siga hablando y el catalán le hace caso de inmediato —Esta noche es para disfrutar, no para sufrir. No te preocupes, que nada que puedan decir hará que dejes de gustarme.
Esboza una sonrisa luminosa y esta vez es Raoul quien se lanza a los labios del cantante, besándole con cariño y cuidado, acunando su rostro entre las manos y disfrutando del tacto de la barba, que ya se ha acostumbrado a acariciar.
Cuando se separan pasados unos segundos, Raoul habla sin dejar de sonreír, porque no puede hacerlo con esa cara de ángel que le mira como si fuera el más preciado tesoro.
—Vamos para dentro, va. Que, si sigues diciéndome cosas bonitas, no pararé de besarte nunca.
Deja atrás al moreno y se adentra en la habitación en la que ya esperan sentados a la mesa Cepeda, Miriam y Aitana.
Nota las manos del canario posarse sobre su estómago, abrazándole por la espalda y provocando que Aitana se lleve las manos a la boca, sorprendida de ver un gesto así tan rápido. Miriam sonríe, encantada de ver a Raoul con esa cara de enamorado y Cepeda saca su móvil del bolsillo, porque está tan acostumbrado a ver ese contacto entre ellos que ya ni se inmuta.
Pero, cuando Agoney susurra al oído de Raoul, el catalán piensa que va a derretirse allí mismo, delante de sus amigas y del guardaespaldas.
—¿Quién he dicho que quiero que dejes de besarme?
Y en ese momento, el rubio piensa que quizás derretirse entre sus brazos no es mala idea.
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Quarantine |Ragoney|
FanficUn hotel de lujo se ve obligado a cerrar sus puertas a cal y canto por decisión de las autoridades sanitarias y todos sus huéspedes y empleados quedan aislados para evitar expandir el virus. Hay muchas reglas: lavarse las manos, llevar mascarilla y...