La canción desaparece de sus oídos en un fundido lento que le deja con ganas de más. Raoul respira hondo, abre los ojos y se quita los enormes cascos inalámbricos que le ha dejado Agoney para que escuchara la primera maqueta de uno de sus temas.
Su cerebro trabaja a mil por hora, porque, aunque ha intentado apagarlo del todo para disfrutar de la experiencia, no hace más que pensar en todo lo que se le ocurre.
El canario le mira nervioso, porque no sabe si le habrá gustado o si, por el contrario, querrá empezar desde el principio de nuevo. Pero Raoul habla y disipa todas sus dudas.
—Es perfecta. Es justo como la había imaginado, Ago.
Sus ojos se llenan de lágrimas de emoción y salta sobre su novio para abrazarlo con fuerza.
Es la primera vez que escucha una de sus canciones con una producción semiprofesional y no puede estar más feliz. Es cierto que él hizo sus pinitos con los programas de edición de audio cuando era más joven, pero nunca llegó a ese nivel de precisión de su novio. Jamás pudo aprender a utilizarlo en condiciones, porque tuvo que empezar a trabajar en algo que le diera de comer, viéndose obligado a dejar la música en un segundo plano.
Y no le molestó en absoluto. Por suerte, su trabajo como empleado del hotel se compatibilizaba con las actuaciones en el teatro que, sin duda, eran su momento favorito de la semana.
Pero ahora, que su pasión está un pasito más cerca de convertirse en su única profesión, siente que el pecho le estalla de felicidad y que no puede estar más agradecido a su novio por todo lo que le está dando.
El canario sonríe, con la cabeza reposando en su hombro y le besa el cuello con suavidad. Pero Raoul nota el vello de su nuca erizarse involuntariamente un instante y se separa para volver a mirarle a los ojos.
—Gracias, mi amor. Eres la persona más talentosa del mundo.
—No hablemos de talento, que yo nunca tocaré el piano así de bien.
Agoney saca la lengua, bromista y Raoul fuerza una mueca de disgusto. No le gusta nada cuando se infravalora. Precisamente él.
—Has tocado el piano delante de miles de personas sin inmutarte. ¿Te callas y dejar de decir tonterías?
Pero el canario aprovecha la pregunta para llevársela a su terreno y pedirle lo que más quiere en el mundo.
—¿Puedes callarme tú?
Sonríe brillante y Raoul emite un gritito divertido antes de abalanzarse sobre él y besarle los labios con ganas, con verdadera pasión. Los ojos se cierran involuntariamente, las manos se buscan a tientas y los pechos respiran agitados al mismo tiempo.
El rubio se deja caer un poco más sobre el cuerpo de su novio y encaja su cadera con la contraria, separando las piernas para poder llegar un poco más arriba. Agoney se deja caer por el brazo del sofá y terminan tumbados sobre él, con las piernas entrelazadas y los dedos buscándose sin parar.
Siguen besándose, las lenguas entran en juego como una mágica aparición e invaden la boca contraria en una improvisada danza que enciende sus terminaciones nerviosas y les provoca un escalofrío común.
Se separan un momento del beso cuando se dan cuenta y se miran a los ojos con fascinación.
—¿Lo has notado? —pregunta Raoul.
—Tú también, ¿no? —dice Agoney.
El catalán asiente sorprendido antes de volver a hablar.
—¿Tienes frío?
Y Agoney niega con la cabeza a gran velocidad, notando cómo algo en el fondo de su vientre tiembla de anticipación.
—No. Tengo demasiado calor.
Sus bocas chocan de nuevo. Las manos de Agoney se pierden sin pensarlo bajo la camiseta de Raoul, acariciando su vientre, delineando cada uno de los músculos a los que tiene acceso y Raoul jadea por primera vez entre sus labios. Tiene que alejarse para respirar, porque, como siga pegado a sus labios se va a quedar sin aire.
Se encuentra con una sonrisa traviesa ante sus ojos y no puede evitar que echen chispas.
Pero, cuando los dientes del canario salen a jugar y se muerde el labio, cree que pierde la cabeza. Porque tiene que ser él quien los muerda, quien disfrute de esa textura mullida cada minuto de su vida.
Las manos de Agoney se deslizan lentamente, abandonando sus abdominales para recorrer sus costados, saliendo de debajo de la ropa para acariciar sus piernas y llegando hasta su culo, que aprieta con suavidad y provoca el primer gemido involuntario que escapa de la boca de Raoul.
Ese gemido que se clava sin piedad en su entrepierna y le hace dar un respingo que le devuelve a la realidad.
Están en el comedor de la suite y Cepeda está en su habitación. No pueden seguir así.
Intenta recordar el camino hasta su habitación pero Raoul se encarga de borrarle los recuerdos a base de besos húmedos en el cuello que cortan el hilo de sus pensamientos y le dejan en medio de una nebulosa de electricidad.
Se obliga a respirar hondo un par de veces para tener las fuerzas suficientes como para alejarle de él un momento y hacer que abra los ojos y le mire.
—¿Qué pasa, Ago?
El canario no responde, sigue tratando de hilar sus pensamientos, pero Raoul está acelerado y sigue hablando sin esperar.
»¿He hecho algo mal? Pensaba que...
Adelanta su mano para acariciar la mejilla de Agoney con algo de miedo.
No quiere que dé un paso atrás. No quiere que vuelva a asustarse, ni a preocuparse, ni a sentirse culpable por algo que le está dando más felicidad que dolores de cabeza. Pero, si necesita volver a pasar otra noche abrazado a él y sin más contacto que el de su cuerpo cobijándole, lo hará.
Por suerte, Agoney organiza sus ideas y es capaz de responder con una sonrisa dulce.
—Tranquilo, mi niño. Todo está bien. Es solo que deberíamos ir a mi habitación, porque no quiero que salga Cepeda y nos pille así... No se lo merece.
Raoul le mira aturdido un momento, porque ni siquiera se había acordado de él. Pero la sonrisa calmada de su chico le hace tranquilizarse y darle la razón.
—Es verdad. ¿Vamos a tu habitación?
El canario se incorpora, rozando a conciencia la erección de Raoul con la suya, provocando que el chico cierre los ojos un momento.
—¿Tú quieres? —pregunta, juguetón.
—¿Qué pregunta es esa?
Raoul se levanta rápidamente del sillón y tira de la mano de Agoney para que se levante y le siga camino a la puerta que les separa del placer más absoluto. El que comparten cada vez que se tocan.
El que, ahora mismo, están sintiendo de nuevo.
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Quarantine |Ragoney|
FanfictionUn hotel de lujo se ve obligado a cerrar sus puertas a cal y canto por decisión de las autoridades sanitarias y todos sus huéspedes y empleados quedan aislados para evitar expandir el virus. Hay muchas reglas: lavarse las manos, llevar mascarilla y...