1032 horas en cuarentena

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—Raoul, por favor, que nos van a ver. —susurra Agoney sin soltar la mano de su chico.

—No pueden verte si estás solo en este piso. —responde el rubio rodando los ojos.

—No digo ahora, digo cuando lleguemos a la planta baja. El restaurante va a estar lleno de gente y va a pasar lo del otro día, ya verás.

—¿Puedes confiar en mí, por favor? —pregunta Raoul, pulsando el botón del ascensor para llamar y suba hasta ellos.

—Confío en ti y lo sabes, pero me sentiría más cómodo si Cepeda viniera también.

Al rubio se le escapa una carcajada.

—A Cepeda le vendrá bien librarse un rato de nosotros, que llevamos un mes y medio molestándole para todo.

Agoney cierra los ojos con lentitud, respirando despacio. Intenta mentalizarse de que acaba de salir de su suite por primera vez sin su guardaespaldas. Y claro que confía en Raoul, pero tiene algo de miedo de que su plan no funcione y vuelva a pasar lo de siempre.

El ascensor se para en ese momento frente a ellos y las puertas se abren. Raoul entra sin pensarlo y Agoney le sigue como un autómata. Sabe que le vendrá bien atreverse, liberarse un poco de su prisión interior, pero también sabe que, si está encerrado siempre es por una buena razón.

El movimiento de bajada es suave y Agoney intenta tranquilizarse aprovechando esa sensación que le resulta agradable mientras se dirigen a su destino.

Sus ojos se encuentran en el espejo del fondo y la mano de Raoul busca la de Agoney como reflejo. Los dedos se entrelazan y ambos dejan ir una sonrisa. La de Raoul, segura y tranquilizadora y la de Agoney, tensa y temblorosa, pero, por mucho miedo que tenga, no puede mirar a su niño sin sonreír.

En ese momento, notan un sutil salto del suelo bajo sus pies, signo de que han llegado a su destino, y el canario pregunta.

—¿Por qué paramos?

—Porque ya estamos.

Raoul se ríe suavemente y espera a que la puerta lateral del ascensor se abra, dejando impactado a Agoney, que jamás había visto que se abriera por ese lado.

—No hemos llegado a la planta baja. —dice el canario, con algo de miedo.

—No. —reconoce Raoul.

—Y, ¿qué hacemos aquí?

—Estamos en la planta nueve. Y justo al final de este pasillo tenemos un ascensor exclusivo para el servicio que lleva directo a la zona de trabajadores.

Señala al fondo y Agoney respira hondo cuando le escucha, porque está empezando a entender lo que pasa por la mente de su novio.

—Entonces, ¿si llegamos a ese ascensor...?

—Sí. —le corta Raoul —Nadie podrá vernos.

La cara del canario se ilumina en un momento cuando asimila lo que le acaba de decir.

Solo unos metros, apenas cuatro puertas a cada lado del pasillo que deben permanecer cerradas y podrán acceder a la zona de los empleados, en la que ningún huésped tiene permitido el acceso.

—Entonces, ¿vamos allá? —propone Agoney, nervioso, pero con la adrenalina recorriendo su cuerpo.

—Vamos.

La mano de Raoul aprieta la suya y se asoma al exterior para comprobar que no hay nadie allí.

Todas las puertas están cerradas, la luz encendida no da lugar a confusiones y agudiza el oído para confirmar que no se escuchan pasos cercanos, ni llaves entrando en la cerradura ni nada similar.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora