480 horas en cuarentena

1.5K 186 132
                                    

—¿Te cayeron bien mis amigas?

Una pregunta sencilla que Raoul pronuncia en voz bajita para no molestar al chico que se encuentra entre sus brazos.

Como respuesta, solo recibe un sonido de relajación que tanto podría ser un "sí" como un "no". Ríe con suavidad, frena las caricias en el pelo de Agoney y le aprieta el hombro para que reaccione y le responda antes de quedarse dormido.

Están en el sofá de la suite. Raoul, apoyado en uno de los brazos y Agoney tumbado sobre él, con los ojos cerrados y sin parar de acariciar el pecho sobre el que se apoya. El catalán pasea los dedos curiosos por las mejillas contrarias, intercalando este camino con dulces besos entre los mechones morenos.

Se sienten a gusto, relajados después de una tarde de diversión en forma de ejercicio físico y vocal y de una buena ducha caliente. Ambos agotados de cuerpo y de voz, al borde de sucumbir al sueño, pero sin permitírselo. Porque dormir implicaría dejar de sentir las caricias de las manos del contrario en su cuerpo, los besos que se regalan de vez en cuando y los suspiros que llenan el silencio cuando se dan cuenta de que no pueden ser más felices.

—Ago... —insiste Raoul, moviendo un poco el hombro del chico. Agoney responde revolviéndose suavemente, emitiendo un sonido de fastidio y abrazándose todavía un poco más a él, resistiéndose a abandonar el estado de relajación en el que se encuentra —Ago, por favor, que te vas a dormir y es casi la hora de cenar.

Al fin, el canario opta por hacerle caso y se tumba de medio lado sobre el pecho del rubio antes de responder en voz baja.

—Sí, me cayeron súper bien. —Carraspea para conseguir que su voz salga más limpia y para empezar a despejarse poco a poco.

—¿No te asustaron? —bromea Raoul.

—¡Qué va! Miriam me encantó, se parece bastante a mí. Tengo la sensación de que aquí es como vuestra madre de cuarentena, ¿no?

—Bueno, aquí y en cualquier parte. —Ríe —No sé qué haría con Aitana si no fuera por ella. Porque a esa niña no la has visto de fiesta. A veces se le va la pinza y, si no fuera por Miriam, nos echarían de todos los locales a los que vamos. —Exagera un gesto de desesperación y Agoney se une a sus risas.

—Sí, Aitana está como una cabra. Pero me encanta que sea así, tan natural, tan dulce... Y que no se corte a la hora de hablar. O sea, estoy acostumbrado a que la gente se calle para caerme bien. Y ella, no. Ella llega, insinúa que vas a desmayarte cuando me desnude delante de ti y se va sin más. Me encanta. —Suspira y se incorpora un poco más para mirar a Raoul a los ojos. No puede pasar ya más tiempo sin mirar a esa miel derretida que brilla cada vez que se encuentra con el azabache —Me recuerda bastante a mi mejor amiga.

—¿Tienes una mejor amiga? —pregunta el rubio, sorprendido.

—¿No la tienes tú?

—Claro que sí, pero no me habías hablado de ella nunca.

—Raoul, nos conocemos hace menos de tres semanas. Aún tenemos muchas cosas que aprender el uno del otro.

No puede resistir tener los labios de Raoul tan cerca y no besarlos, así que se apoya sobre su pecho con las manos y se impulsa para llegar a su boca y unirla a la suya en un roce lento, calmado, repleto de suspiros y sonrisas que aparecen sin avisar.

Cuando se separan, Agoney vuelve a su posición inicial. Cabeza apoyada en el pecho de Raoul y dedos que se cuelan bajo su ropa para tocar el estómago con ternura. Le encanta la suavidad de su piel, le encanta que el cuerpo del rubio siempre tenga la temperatura ideal y adora que, cada vez que levanta la camiseta, la piel de gallina aparezca sin previo aviso. Le encanta notar cómo se eriza a su paso y cómo un suave gemido escapa de sus labios.

—Y, ¿cómo se llama? —pregunta de nuevo Raoul, completamente relajado.

—¿Quién?

—Tu mejor amiga.

Agoney sonríe al acordarse de ella. La echa de menos, pero, bueno, entre ellos es habitual no verse en mucho tiempo.

—¿Conoces a Lola Índigo? —pregunta el canario.

—Claro. —responde Raoul, sin entender muy bien a qué viene la pregunta. Claro que la conoce, todo el mundo la conoce, es más que obvio que ha oído hablar de ella.

—Pues ella es mi mejor amiga.

—¡Qué dices! —Raoul abre mucho la boca sin dejar de mirarle —Que me encanta su último disco, Ago. ¿Cómo no me habías contado que eras amigo de Lola Índigo?

—Bueno, yo conocí a tus amigas ayer, tampoco es que me hayas hablado de todas las personas de tu vida.

—Pero Lola Índigo es famosa... ¿Cómo la conoces?

—Raoul, mi niño, te acuerdas de que yo también soy famoso, ¿verdad?

Agoney se ríe ante la reacción del catalán, porque le parece adorable. Siempre se le olvida que es una estrella mundial a quien todo el mundo conoce. Y esa es una de las cosas que más le gustan de Raoul. Que no piensa en él como el cantante que llena estadios y se codea con las personalidades más grandes del mundo de la música. Se le olvida que está enamorándose de un hombre que más que un hombre es una leyenda.

—Ay, es verdad. —Se lleva una mano a la boca por la sorpresa y se sonroja sin poder evitarlo. Agoney vuelve a subir para besar sus mejillas y le mira de nuevo a los ojos.

Miel derretida, brillante y luminosa. No lo puede evitar y tiene que decirlo.

—Eres precioso.

Raoul sonríe y se tapa los ojos para esconder la vergüenza que le llena por completo.

—¡Agoooo! —Todavía no se ha acostumbrado a los piropos del cantante y mucho menos a que se los diga tan de cerca.

Se atreve a mirarle con timidez cuando consigue que el rojo de sus mejillas sea algo más disimulado y, cuando se encuentra de lleno con sus labios carnosos ante él, solo puede adelantar su rostro para besarle una vez más.

Dulce, suave, tierno, despertando a las mariposas que revolotean en su interior.

Le encanta besarle. Le encanta sentir que sus bocas encajan a la perfección. Tiene la sensación de que llevan besándose toda la vida. Siempre saben cuándo hacerlo dulce, cuándo subir la velocidad, cuándo morder los labios contrarios y cuándo incluir la lengua en el juego.

De repente, se da cuenta de que ha dejado de respirar y se separa de él. Los ojos del canario tienen una expresión que no sabe descifrar y se preocupa un momento. Quizás le ha mentido y no le cayeron tan bien como dice...

Pero el canario se adelanta a sus dudas.

—Raoul, no pienses tanto, en serio. Tus amigas me cayeron genial.

Y el rubio sonríe cuando se da cuenta de que Agoney es capaz de leerle el pensamiento.

—Ellas acabaron enamoradas de ti.

—¿Como tú? —pregunta, como quien no quiere la cosa, pero sabiendo que las mejillas de Raoul van a volver a encenderse.

Y quizás lo haga precisamente por eso. Porque le encanta cuando se pone rojo, cuando cierra los ojitos para que no le vea y puede besarle los párpados en el proceso.

Es tan pequeño, tan adorable y tan dulce que no entiende cómo pudo querer a alguien antes de que apareciera él.

El rubio resopla sin saber muy bien qué responder. Porque querría decir que sí, que siente muchísimas cosas por él, que se está enamorando y que teme que no sienta lo mismo, pero no se atreve. Tiene miedo de asustarle y que se vaya. No quiere volver a quedarse solo. No ahora que sabe lo que es tener a Agoney enroscado a su cuerpo y besándole como si fuese la única opción para ser feliz.

Afortunadamente, el moreno se da cuenta de sus dudas y adelanta las manos para retirar las de Raoul de la cara, destapando sus ojos y evidenciando el rojo de sus mejillas. El chico mira hacia abajo, no pudiendo mantener la mirada del canario, pero este solo deja un nuevo beso rápido en sus labios y levanta su cabeza para que le mire a los ojos antes de hablar, con el tono más suave y tierno que es capaz de emitir.

»Tranquilo, mi niño, yo también me estoy enamorando de ti.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora