Raoul y Agoney se miran a los ojos y se inspiran confianza.
Están en el salón de la suite del canario, cómodamente sentados en dos sillones enfrentados, de la mejor piel sintética que hay en el mercado, y separados por una mesa bajita de cristal transparente sobre la que reposan sus más que terminados cafés.
Hace casi tres horas ya que Raoul llegó allí por sorpresa, sin avisar, llevando entre sus manos una bandeja plateada sobre la que reposaban dos tazas humeantes y un surtido de dulces de colores que Agoney había mirado con auténtica devoción.
Hasta ese momento, solo había subido cuando Agoney había reclamado su presencia, siendo fiel a su trabajo y cumpliendo con los deseos del canario uno a uno. Pero, en esta ocasión y por primera vez, se ha atrevido a darle una sorpresa. A invitarle a merendar, aunque el moreno no le había pedido nada esa tarde.
Por supuesto, el cantante había accedido a la invitación con una sonrisa deslumbrante que había provocado que Raoul tuviera que aferrarse con fuerza a la bandeja que portaba para que la cerámica de las tazas no temblara y amenazara con caer al suelo a causa del nerviosismo de sus manos.
Porque esa sonrisa cada día le transmitía cosas más y más especiales.
Y así habían pasado la tarde, hablando tranquilamente en su burbuja, ignorando la locura que habitaba en las calles, en las casas e incluso en el resto del hotel. Ellos, simplemente, habían disfrutado de la presencia del contrario, de sus aventuras y de todo aquello que el otro les permitía conocer. Siempre separados por esa mesa a la que agradecían y odiaban a partes iguales.
Agradecían, porque era la única que les recordaba que debían permanecer a distancia, que debían conformarse con compartir tiempo a un par de metros sin correr el riesgo de acercarse más de lo aconsejable. Aunque ambos sintieran un fastidio inmenso en su interior por no poder hacerlo.
Pero también la odiaban precisamente por eso. Por no poder sentir la proximidad del otro, por no poder acompañar sus confesiones con roces de manos, por no poder apoyarse en el hombro contrario cuando lo necesitaban, por no poder besarse cuando la electricidad llenaba el ambiente y les pedía que lo hicieran. Porque saben de sobra que no pueden.
No lo hablan, no lo comentan, no lo verbalizan, pero ambos saben que sienten lo mismo.
Ilusión.
Una pequeña ilusión que apareció de la nada, de apenas tres frases cruzadas en el momento más insospechado, pero que ha crecido con el paso de los días. Porque, en esas horas compartidas, han descubierto que cada nueva curiosidad que escapa de los labios contrarios es una razón más para quedarse ahí, en ese mismo mullido sofá, hasta que termine la cuarentena.
—Raoul, cuéntame cosas de tu familia. —Agoney rompe el silencio que se había creado unos segundos atrás para cambiar de tema —¿Tienes hermanos?
El rubio le sonríe con dulzura antes de responder.
—Bueno, yo tampoco sé nada de la tuya.
Agoney rueda los ojos y le sonríe de vuelta.
—Mi vida entera está en Internet. Si quieres saber cosas sobre mí, solo tienes que buscar mi nombre en google.
—Pero, por lo que me has estado contando, no todo aparece en Internet.
—Porque en Internet hay muchísima información falsa. Hay ciertos medios que solo publican lo que vende, sin importar si es verdad o no.
Agoney se burla y Raoul se contagia de ese tono divertido que comparten.
—Por eso te digo, que hay mucha información sobre ti en las redes y en las páginas web, pero no toda tiene que ser real. De hecho, recuerdo que, en algún momento hace mil años, encontré una lista de tus conquistas más sonadas y todas ellas eran chicas.
—Por favor, dime que no te lo creíste. —El canario rueda los ojos, aburrido de que se esfuercen tanto en emparejarle con cualquier mujer con la que se hace una foto.
—Imposible. —Se carcajea Raoul —Ago, por favor, sigo sin entender cómo alguien puede creer que eres hetero.
—Yo me cabreo cada vez que lo dicen, pero, bueno, a veces me hace gracia y todo. —Un guiño sugerente y continúa —Si hubieran publicado mi lista de conquistas real, habría temblado España.
—¿En serio? ¿Tantos supuestos heteros?
—Casi todos.
Raoul también se ríe, porque no puede creerlo.
—Es increíble. Parece mentira que en el año 2020 todavía haya gente que se esconda tanto.
—Bueno, Raoul, tampoco podemos juzgarles. Hay muchas familias que no lo entienden y que pueden reaccionar mal. Y ni hablemos de la opinión pública. Si eres abiertamente homosexual, tus posibilidades de vender se reducen muchísimo.
—Pero tú lo eres. —dice el rubio.
—Yo nunca he dicho que sea gay. Simplemente, soy como soy. Y todo el que tiene ojos en la cara y se ha interesado en conocerme un poco, lo sabe de sobra. Pero aún hay muchas personas que piensan que me gustan las mujeres. —Se encoge de hombros y borra la sonrisa de sus labios.
—¿Te molesta? —pregunta Raoul.
—No, me hace gracia. —responde el cantante, negando con la cabeza.
Y ambos se quedan en silencio. Pero no es un silencio cortante, ni incómodo, ni frío.
Al contrario. Se trata de un silencio agradable, cálido, confortable, tanto como los sillones que les cobijan en esa tarde de confidencias que se está alargando más de lo que tenían previsto.
Raoul baja la vista para mirar su teléfono y se levanta de golpe.
—Ago, ¿no quieres cenar? —pregunta, acelerado.
—No tengo mucha hambre.
—Pero... o sea, quiero decir... que si tienes hambre, me lo digas, por favor. O sea, es mi trabajo.
—Tranquilo, mi niño, que te va a dar un mal. Estoy bien. —le tranquiliza —Pero, si quieres, ¿subes la cena y nos la tomamos aquí?
Sonríe y Raoul le sonríe de vuelta sin poder evitarlo.
—Qué ganas de poder ir a cenar contigo a un restaurante. —dice el rubio.
—Qué ganas de salir contigo a pasear por la calle. Y de llevarte al cine. Y de que vengas a uno de mis conciertos. Y de callar a todas esas revistas de mierda que dicen que soy hetero.
Y Raoul cierra los ojos como acto reflejo, porque la frase del canario le llena el corazón y solo con los ojos cerrados es capaz de saborear cada una de sus palabras y de paladear los sentimientos que se agolpan en su corazón sin avisar.
—Qué ganas de todo.
—Sí. —responde el canario —Qué ganas de todo.
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Quarantine |Ragoney|
FanfictionUn hotel de lujo se ve obligado a cerrar sus puertas a cal y canto por decisión de las autoridades sanitarias y todos sus huéspedes y empleados quedan aislados para evitar expandir el virus. Hay muchas reglas: lavarse las manos, llevar mascarilla y...