936 horas en cuarentena

1K 153 90
                                    

La espalda de Raoul es una obra de arte. Ancha, suave, de piel blanca con un leve sonrojo por el esfuerzo de la última hora, bien formada, con los músculos de los hombros relajados, subiendo y bajando al ritmo de su respiración y con las últimas luces de la tarde dibujando en ella figuras desconocidas. Débiles manchas amarillas y rosadas que se mueven conforme las nubes dejan paso a los pocos rayos de luz del sol que todavía no han sido sustituidos por el plata de la luna.

Ha sido un día lluvioso, más de lo normal. Un día de esos que solo llaman a tumbarse en la cama, ponerse una mantita por encima y disfrutar de una temporada completa de tu serie favorita.

Mucho mejor si además, puedes compartirlo con la persona que te da la vida.

Y justo así es como se siente Agoney. Lleno de vida, feliz y afortunado de estar viviendo algo tan grande en el sitio menos usual.

Acaricia esa espalda que reposa a su lado y sigue la línea de la columna vertebral con su dedo índice. Es fina, suave, como si se tratase de una piel de melocotón que se eriza al paso de sus toque. Raoul respira hondo en un estado de satisfacción plena.

La sensación post-orgásmica les llena por completo y creen estar en el paraíso. Agoney adelanta su rostro para besar a su chico en el hombro que tiene más cerca y Raoul sonríe sin poder abrir los ojos.

Está agotado, con ganas de dejarse llevar y dormir catorce horas seguidas. Pero no podría caer en brazos de Morfeo sabiendo que perdería las caricias y los besos de su novio sobre la piel cansada.

Pero la sonrisa desaparece cuando se percata de que los mimos han cesado.

Ya no nota los dedos de Agoney bajar por el centro de su espalda, ni su mano derecha abriéndose por completo para colarse bajo la sábana y apretar con mimo sus nalgas. No nota las uñas cosquilleando al volver a subir, ni los caminos insondables que emprenden las yemas más allá de su visión.

Frunce el ceño y busca la fuerza para abrir los ojos. Despacio, como si tuviera los párpados unidos con un pegamento que se desprende poco a poco conforme es capaz de mirar ante de él.

Una sonrisa calmada y dulce le recibe al otro lado. Unos ojos profundos y brillantes que reconoce perfectamente.

Gruñe suave para llamar su atención, pidiéndole, sin palabras, que siga tocándole. Pero Agoney solo se ríe bajito y el silencio vuelve a aparecer en la habitación, así que Raoul se ve obligado a hablar, con voz pastosa y ronca.

—¿Por qué paras?

—Porque me gusta verte dormir y si te acaricio no te duermes. —responde Agoney con un hilo de voz. No se atreve a subir el volumen y romper el hechizo que les envuelve.

Raoul vuelve a cerrar los ojos porque le cuesta mucho esfuerzo mantenerlos abiertos.

—Pero yo quiero... —frunce sus labios con un sutil enfado, pero lo único que le sale es un puchero adorable que Agoney necesita besar. Se acerca a él, hundiendo el colchón al apoyarse tan cerca y une sus labios. Es corto y cariñoso, pero para ellos, cualquier beso es el más especial del mundo.

—¿Así mejor? —pregunta Agoney con una sonrisita, alejándose de él.

Pero Raoul no lo permite. Reúne todas las fuerzas que aún conserva para ordenar a su brazo que atrape al canario y le pegue a su cuerpo. Tanto, que parece que se borra el límite entre los dos.

Se coloca de lado y su pierna trepa por la cadera de su novio para intentar que no vuelva a escaparse.

—Así. —confirma el catalán con un suspiro que choca contra la boca contraria.

Se escucha una nueva risa sutil en la habitación, pero Agoney no se mueve. Se queda quieto justo como Raoul le pide.

Tampoco es que tenga mucha opción, pero le encanta cuando Raoul se pone así de cariñoso y no le lleva la contraria.

Se centra en mirar su rostro tan de cerca. Adelanta sus dedos y le acaricia la frente, siguiendo las líneas de expresión una por una. Continúa perfilando sus cejas, presionando con suavidad en la sien y bajando por la mejilla con el reverso de la mano, dejando que sus uñas apenas se noten.

Nota cómo el rubor que estaba abandonando a Raoul vuelve a subir a su rostro y sus dedos continúan su camino hasta la barbilla, donde deja un pequeño toque antes de volver a meter la mano bajo la sábana.

Cierra los ojos y se deja dormir, pero antes de ser capaz de hacerlo del todo, escucha la voz grave de su chico y tiene que obligarse a despertar.

—Ago, tengo hambre.

El moreno se lleva una mano a la frente y resopla, cansado.

—Yo, no.

—Tú ya has comido bastante. —bromea Raoul, sacándole una nueva sonrisa agotada.

—Tú también comiste, mi niño.

—Pero eso no alimenta. —se queja, con otro puchero que Agoney se ve obligado a besar.

—Pues no será por poca cantidad.

Raoul abre mucho la boca, sorprendido por el descaro del chico.

—¡Ago!

—¿Qué? —Ríe el canario.

—Que eres un creído. —completa, dando un toque suave sobre la nariz de su novio —Y, si me has dejado con hambre, tan grande no será. —bromea sacándole la lengua.

—Raoul, no voy a discutir ahora sobre el tamaño de mi pene.

—¡Pero si has empezado tú!

Se revuelve con lentitud hasta que consigue quitarse la sábana de encima y nota el frío de la noche sobre su piel desnuda, que se eriza al instante, demasiado sensible a los cambios de temperatura.

Se desencaja del cuerpo de su novio y rueda con cautela sobre el colchón hasta llegar al borde.

Saca fuerzas de donde no le quedan y se incorpora hasta quedar sentado, mirando al suelo sin pensar en nada. Tiene la cabeza embotada, no piensa con claridad y la camisa arrugada del suelo le parece lo más interesante del mundo.

Pero su estómago ruge con insistencia y se ve obligado a levantarse y a buscar su ropa esparcida por la habitación para volver a vestirse. Está arrugada y es probable que, si se encuentra con alguno de sus compañeros, bromeen con el tema, pero tampoco estarían diciendo ninguna mentira.

Agoney ha dejado de moverse. Seguramente se habrá quedado dormido y Raoul aprovecha ese momento de paz para admirarle.

Parece tan pequeño cuando está así. Con los ojitos cerrados, de lado sobre la cama, con la cabeza apoyada en su brazo izquierdo y encogido sobre sí mismo, descansando. Nada que ver con la estrella en la que se convierte cuando los focos le iluminan. Inmenso, potente y con un poder de atracción que jamás ha visto en otro artista.

Pero por un momento, decide fijarse en ese chico joven, de rostro calmado y cuerpo moreno que despierta millones de sentimientos en él al mismo tiempo.

No podría enumerarlos porque chocan unos con otros, se cruzan y se entrelazan creando un único sentimiento mucho más grande y poderoso de lo que nunca hubiera imaginado.

Amor.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora