—¡Aitana! ¡¡¡AITANA!!!
Raoul recorre el pasillo de la planta baja a un ritmo acelerado, casi corriendo, dirigiéndose con velocidad hacia la sala de descanso del personal en la que ha dejado sola a su amiga hace apenas dos minutos.
Pero, cuando llega, la sala está vacía y solo los dos sofás y la mesita de centro le dan la bienvenida.
Vuelve a llamarla en voz alta, sin saber si la chica le está escuchando, si es posible que esté cerca o si se habrá ido a la otra punta del hotel, alertada porque alguno de los huéspedes haya vuelto a hacer de las suyas.
»Aitana, ¿estás aquí?
Y, afortunadamente, la voz de su amiga suena opacada por la puerta del baño.
—Raoul, estoy meando, por favor.
El chico respira hondo (o intenta hacerlo, porque ya no es capaz de controlar la cantidad de aire que entra y sale de sus pulmones. Por lo menos, su amiga no se ha ido.
—Tía, cuando salgas vas a flipar.
—¿Qué ha pasado? —pregunta la chica, con voz aburrida, desde el interior.
—Que... Ago me acaba de mandar una foto.
Se escucha una risa al otro lado de la puerta.
—¿Ago te manda una foto y vienes a buscarme a gritos desde el hall? Joder, la cuarentena no altera solo a los huéspedes, veo que a ti también te empieza a sentar mal.
—No, Aitana, es que no es una foto cualquiera. Es... joder. No sé ni explicarlo.
La chica resopla mientras se recoloca los pantalones y tira de la cadena, porque no entiende por qué una foto ha alterado tanto a su amigo ni por qué ha vuelto corriendo por el pasillo justo después de haberse ido a buscar agua para beber.
»¿Cuánto tardarán esas pruebas? —pregunta Raoul alterado.
—Joder, ¡qué pesado con las pruebas! Ya te dije que no tardarían demasiado en traerlas. Pero es que primero tienen que hacérsela a médicos, enfermeros, auxiliares y a todas aquellas personas que trabajan en hospitales, en residencias... ¡y también a empleados de empresas de comida! No son cinco o diez personas, Raoul. Además, ya hace dos semanas que estamos aislados y nadie ha mostrado síntomas. Por lo que estuve leyendo, es el tiempo máximo que tardan en darse, así que, o somos todos asintomáticos, lo cual es raro de narices o hemos tenido suerte y no hay ningún contagiado más. ¿Por qué te importan tanto esas pruebas?
—Porque... —Aitana sale en ese momento del baño después de lavarse las manos con detenimiento y, en cuanto se topa con la pantalla del móvil de su amigo ante sus ojos, lo entiende todo. —Joder.
Un cuerpo de piel morena, semidesnudo y tumbado boca abajo en una de las camas de matrimonio del hotel aparece ante ella. En la penumbra de la imagen apenas se distinguen los músculos de la espalda y la curva pronunciada de su culo. No se le ve la cara, pero Aitana sabe perfectamente quién es.
—¿Qué me dices ahora? ¿Tenía motivos para chillar o no?
La castaña se lleva las manos a la boca despacio, porque no se puede creer que Raoul realmente le acabe de enseñar esa foto. Y tampoco puede creerse que Agoney acabe de enviársela en horas de trabajo y cuando tienen terminantemente prohibido tocarse. Menudo cabrón.
—Tienes motivos para chillar. Es más, voy a chillar yo. No, ¡voy a llamar a una ambulancia, porque cuando veas eso en vivo y en directo te va a dar un infarto. O, no, mejor, ¡voy a llamar a la policía, porque ese cuerpo debe ser un delito! ¡Madre mía!
—¡Te lo dije! Este cabrón me va a tener con el calentón hasta que lleguen esas pruebas, así que, por favor te lo pido, si en algún momento de tu vida me has querido, ¡acelera el proceso! —pide un Raoul desesperado, que bloquea de nuevo el teléfono y lo guarda en el bolsillo de su pantalón.
La carcajada de Aitana llena la sala por completo y Raoul tarda unos segundos de perplejidad, pero, poco después, se une a ella por el absurdo de la situación. No tiene sentido que esté así solo por una foto en la que se intuye mucho, pero no se ve nada.
Seguramente sea el aislamiento, el tener algo tan cerca y al mismo tiempo tan lejos, lo que le hace tener todos los sentimientos a flor de piel. Lo que provoca que cada pequeña cosa, por pequeña que sea, se multiplique por mil.
—Y, ¿qué vas a hacer? —pregunta la chica.
—¿Qué voy a hacer? Subir ahora mismo a tirarle una bronca monumental por ponerme cachondo en horas de trabajo.
—Raoul, estás encerrado aquí. Tus horas de trabajo ahora mismo son todas las del día.
—Pues... —Se da cuenta de que Aitana tiene razón y rectifica —¡Pues por ponerme cachondo en general!
Suelta todo el aire por la nariz y se da la vuelta para salir por el pasillo, pero la voz de su amiga le detiene a su espalda.
—¿En serio, Raoul? ¿Echarle la bronca? ¿No se te ocurre nada más?
El chico se da la vuelta intentando entender a qué se refiere.
—¿Qué otra opción tengo, Aitana?
Una sonrisa traviesa se dibuja en los labios de la catalana y Raoul cree leer sus pensamientos.
—Bueno, él está siendo un cabrón, ¿no? Pero tú puedes serlo más, seguro. Confío en ti.
Le guiña el ojo y Raoul sonríe de vuelta.
Porque tiene razón, porque sí que puede ser todavía más cabrón.
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Quarantine |Ragoney|
Fiksi PenggemarUn hotel de lujo se ve obligado a cerrar sus puertas a cal y canto por decisión de las autoridades sanitarias y todos sus huéspedes y empleados quedan aislados para evitar expandir el virus. Hay muchas reglas: lavarse las manos, llevar mascarilla y...