1313 horas en cuarentena

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—Ago, acabo de hacer una locura.

Raoul entra como un torbellino en la suite presidencial y deja que la puerta se cierre de un golpe fuerte a su espalda. Corre, más que camina, hasta que llega a la silla en la que se encuentra Agoney, que le mira expectante y con algo de miedo.

—¿Qué hiciste, mi niño? —pregunta.

—Vengo del despacho de mi jefe. No sé ni por qué lo he hecho, pero estaba bajo en la cocina preparando nuestros menús y, en ese momento, he visto a Miriam con cara triste. Suspiraba todo el rato e intentaba no mirar a nadie a su alrededor. Como si estuviera a punto de ponerse a llorar.

—¿Miriam está mal?

El canario se pone de pie como un resorte, preparado para salir a buscar a la chica si Raoul le cuenta que le ha pasado algo que haya provocado su tristeza.

—No, no, Ago, Miriam está bien. —Se lo piensa mejor —Bueno, digamos que está triste, pero se le pasará.

—¿Me puedes explicar algo, por favor? —pide el moreno visiblemente alterado y sin entender nada.

¿Qué tienen que ver el dueño del hotel, Raoul preparando los menús y Miriam triste en la cocina?

El catalán se da cuenta en ese momento, de que no está hilando ninguna historia coherente y opta por tomar un par de segundos para calmarse. Respira hondo y ordena los pensamientos en su cabeza.

—Vamos a sentarnos, por favor.

Y sin dar tiempo a que Agoney le diga nada, camina hacia el sofá para sentarse en él, intentando que su boca no sea más veloz que sus pensamientos.

El canario le sigue sin entender nada y más nervioso que hace un minuto, porque, si Raoul no habla, algo grave tiene que haber pasado.

Llega hasta él y se coloca a su lado. Le coge de las manos y respira con él, preparándose para cualquier noticia que su chico pueda darle. Cierra los ojos un momento y, cuando los vuelve a abrir, Raoul comienza a contar de nuevo.

—He bajado a la cocina a preparar nuestros menús para comer. Y, cuando he entrado, Miriam casi ni me ha mirado. Me ha saludado con voz muy bajita y como si no quisiera que me diera cuenta de que estaba allí. Entonces, me he preocupado, igual que tú y le he preguntado que qué le pasaba.

—Bien. —dice Agoney —Continúa.

—Total, que Miriam me ha dicho que estaba triste, porque Cepeda y tú os vais del hotel el domingo y que le da mucha pena despedirse de vosotros sin saber si va a volver a veros algún día.

Al canario se le escapa una sonrisa cuando lo entiende.

—Raoul, puedes quitarme de esa ecuación. Le da mucha pena despedirse de Cepeda.

—No, no puedo quitarte porque... —Respira hondo, tratando de deshacer el nudo que se forma en su garganta —cuando Miriam se ha puesto a llorar me he dado cuenta de que a mí me pasa lo mismo. No me imagino cómo será mi vida cuando os vayáis, porque ya no me imagino estar sin ti.

Agoney deja sus manos para acariciarle la mejilla con dulzura. Se acerca a él y le da un beso corto antes de hablar de nuevo.

—Esto ya lo hablamos, mi niño, y yo tienes que preocuparte de nada. Nos echaremos de menos, sí, pero te estaré esperando todo el tiempo. Y tenemos las videollamadas, no será tan difícil.

Se esfuerza para creerse sus propias palabras, aunque sabe que son de todo menos ciertas. Pero tiene que aferrarse a la idea de que les puede salir bien para no hundirse al pensar que solo quedan dos días para que tenga que coger un avión y salir de la isla para un tiempo muy largo.

—Lo sé, Ago, sé que lo habíamos hablado.

—Entonces, ¿por qué dices que has hecho una locura?

Raoul deja escapar todo el aire de sus pulmones por la boca para calmar el corazón que le late desbocado.

—He ido al despacho de mi jefe y le he dicho que me voy.

Deja caer la bomba y todo se queda en silencio tras la explosión.

Agoney tiene una expresión indescifrable y a Raoul solo se le ocurre explicarse a trompicones, sin hilar muy bien las palabras y sin ser capaz de darles un mínimo de coherencia.

—Sí, o sea... No que me voy de aquí físicamente. Que también. O sea que dejo el trabajo, porque... no me imagino el futuro aquí y... tú viajas mucho, pero, claro... Que también me voy de Ibiza, porque no tiene sentido dejarlo y vivir aquí, porque tú estás en Madrid y...

Pero el canario le corta antes de que siga liándose más y pregunta.

—¿Cuándo?

—¿Qué? —pregunta Raoul.

—¿Que cuándo te vas?

El rubio deja ir un suspiro. Le tiembla todo el cuerpo. Porque todavía no sabe qué piensa Agoney de su decisión. Si piensa que se ha vuelto completamente loco o si está pensando cuál es la mejor forma de comérselo a besos. Aunque espera que sea la segunda.

—Termino esta semana y me voy.

—¿El domingo? —pregunta el canario, sin poder esconder una sonrisa tímida.

—El domingo. —confirma Raoul a punto de echarse a llorar por los nervios.

Pero Agoney no dice nada. Solo le admira, le observa como si no pudiera creerse que lo que le está pasando es real.

»Ago, por favor, dime algo, que me va a dar un infarto.

—El domingo. —repite el canario —Conmigo.

—Contigo.

Apenas unos segundos de tenso silencio en los que ambos se miran a los ojos intentando leerse en los contrarios y sienten bajo la piel una sensación cálida que nace en el centro del pecho y se expande por todo su cuerpo. Agradable, cosquilleante, mágica.

—Entonces, ¿me estás diciendo que te vienes conmigo? —pregunta Agoney.

Raoul se sonroja de golpe, porque escucharlo así, tan real, le hace tener algo de miedo.

—Bueno, solo si tú quieres, claro...

Agoney lleva las manos al rostro del catalán y lo acuna con auténtica ternura. Le ve sonreír y se fija en esa sensación agradable. Es precioso. Es la persona más bonita que jamás imaginó encontrar.

—Te dije que uno de los lados de mi cama tenía tu nombre.

—Ya, pero igual te agobia un poco empezar ahora una convivencia conmigo y...

—Raoul, llevamos dos meses viviendo juntos. Lo sabes, ¿no? —se le escapa una risa y Raoul se une a ella, dejando ir los nervios en ese sonido alegre que le hace tener esperanza.

—Ya, es verdad.

—Y, ¿qué vas a hacer con el trabajo? ¿Buscarás algo en Madrid o...? —sigue indagando el canario.

—Bueno, es la capital, algún hotel habrá que necesite personal.

Ambos sonríen brillantes y se buscan los labios con felicidad. Se besan y todo a su alrededor se borra. Por unos segundos, solo son dos bocas disfrutándose, viviéndose, llenándoles de vida y de alegría.

—Te quiero, Raoul. —dice Agoney.

—Yo también te quiero, amor. —dice Raoul.

Y vuelven a fundirse en un beso tierno. Dulce. Lento y en el que se centran en sentir cada mínima sensación que corre por su piel. Los dedos se acarician y los ojos se cierran por inercia.

Y los chicos se abren por completo a vivirse mutuamente todo el tiempo que la vida les permita hacerlo.

Quarantine |Ragoney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora