c u a r e n t a y t r e s

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-¡Te extrañaré tanto, Lilo! 

Los brazos de mi hermana se extendían por mi cuello, apretándome, acercándome a su cuerpo, despidiéndonos como correspondía, porque pese a que con Ailani teníamos una muy buena relación, eran muy pocas la veces al año en las que compartíamos, por lo cual, lo más probable era que tendríamos que esperar varios meses para volver a vernos.

-Yo también, Ailani - confesé, alejándola para mirarle con atención, recordando cada una de sus facciones, tan parecidas y diferentes a las mías.

-Basta de abrazos - espetó mi madre, exhalando el humo de su cigarrillo - Yo también quiero despedirme de ella.

La mujer que me dio la vida posó sus brazos en mi hombro, acercándome con lentitud, manteniendo las distancias. No era muy cariñosa y la mayor parte del tiempo le costaba demostrar sus emociones, siempre fue así, arisca y fría, así que en verdad ya no me importaba. Dejó dos besos en cada una de mis mejillas para luego alejarse y darle una calada a su cigarrillo.

-Espero que vuelvan - comenté una vez que las demostraciones de afecto terminaron.

-Lo haremos, querida - sonrió mi madre, tomando el asa de la maleta - No tan pronto, tengo algunos viajes por empezar.

Esa era una cualidad que admiraba de mi madre, ya que había tornado sus años en trabajar y salir de viaje. No importaba con quién, por cuánto tiempo, ni el destino; solo quería conocer y dejarse llevar por las nuevas experiencias, olvidarse del mundo y del tormentoso pasado que parecía acecharla constantemente.

-Quizás venga en las vacaciones de verano - comentó mi hermana - La pasamos realmente bien, así que espero se pueda repetir.

A mi también me había agradado más de lo que creí la llegada de mi hermana, fue como volver al pasado y revivir nuestra infancia; así que realmente esperaba su próxima visita, esperaba de corazón que pudiera repetirse su estadía en nuestra pequeña morada en Los Ángeles.

Comenzamos a caminar lentamente por los pasillos del edificio, hasta llegar al ascensor. Nos subimos en él, sin dejar de conversar. Las maletas ocupaban gran espacio, sofocándome, y dándome un extraño sentimiento de vacío. Me había acostumbrado a su presencia, a tenerlas rondando cerca mío, inquietas y felices, molestándome y siempre ayudándome a no perder el norte.

A penas el elevador marcó su llegada al primer piso, salimos de este, sintiendo como nuestra real despedida se aproximaba. A través de los cristales que separaban la calle del lobby, pude ver como el taxi que habíamos pedido para que las llevase al aeropuerto ya había llegado. 

Este momento tenía que presentarse, era inevitable. Todo lo que comenzaba tenía que terminar. Los ciclos debían cerrarse para continuar con el transcurso natural de la vida, nada debía forzarse.

Suspiré con pesadez, sintiendo las inminentes lágrimas pidiendo ayuda, su clamada liberación, pero me mantuve tranquila, compuesta, con los pies en la Tierra y una sonrisa de oreja a oreja en el rostro, porque esta despedida no era para siempre, más temprano que tarde nuestros caminos se volverían a encontrar. 

Las ayudé a meter las maletas dentro del maletero para luego cerrarla con un suave golpe. Ailani me miraba con sus grandes ojos más abiertos que nunca, podía ver como también estaba intentando esconder el sentimiento de tristeza que la embargaba. Era difícil explicar lo que estábamos sintiendo, el vacío irresponsable que se estrechó dentro de mi corazón.

Nos abrazamos por última vez, fuerte e intenso, dándonos el reconforte de una pronta visita, era una promesa que estábamos más que dispuestas a cumplir. Abracé a mi madre, y pude sentir su olor a tabaco impregnado en su ropa y cuello, lo extrañaría, al igual que sus palabras sin vergüenza, precisas y necesarias para cualquier momento.

Detrás de escena // t.c✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora