t r e c e

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La puerta abriéndose indicó el fin del gran alboroto que mi madre estaba causando con sus preguntas incómodas. Sharon venía entrando con unas bolsas de papel, llenas de comida china, las cuales emanaban un maravilloso aroma que logró en seguida despertar mi apetito. Saludó a Timothée dándole un beso en la mejilla, para luego darme una mirada interrogativa, sin entender que hacía allí; y lanzó un beso a la distancia a Clarisse, quien le respondió el gesto de la misma manera. En verdad tenían una gran relación.

Caminé a su lado, ayudándola con las bolsas para luego perdernos en la cocina, cerrando la puerta con el fin que no nos escucharan.

-Gracias por avisar que estaba mi madre - dije con ironía, dejando las bolsas sobre la mesa.

-Te llamé al menos unas diez veces - habló, dando énfasis en el número diez.

Ahora me sentía culpable por no haber prestado atención a mi celular. Quizás de esa manera toda esta embarazosa situación se hubiese evitado.

-¿De verdad? - dije como si realmente hubiese puesto atención en el aparato, pero la verdad era que ni siquiera sabía donde estaba.

-¿Me puedes explicar que hace Timothée en la sala de estar? - preguntó cambiando el tema. En verdad la presencia de mi madre no era tan inesperada, si de todas maneras avisó que vendría. No tan luego, pero al menos lo hizo. A diferencia de la llegada del rizado.

-No lo sé - hablé, sentándome en unas de las sillas giratorias frente a la mesa  en el centro - No hablé con él durante estos días - suspiré, recordando lo incómodo y molesto que fueron esos días en el estudio - Solo llegó, abrí la puerta y me besó.

-¿Tu madre los vio? - inquirió abriendo de par en par sus ojos, totalmente asombrada. 

-Si - murmuré nerviosa, sintiendo mis mejillas arder.

Había sido un momento bastante incómodo e irreal, porque llevaba días esperando nuestra reconciliación, la cual parecía esperarme ansiosa cada vez que algún inconveniente ocurría entre nosotros. Sin embargo, me fue impactante verlo entrar, porque esta vez estaba segura de que no había forma de que volviéramos a hablar. Pero me equivoqué, y eso solo lograba llenar mi corazón de sentimientos que parecían encontrarse y crear un gran caos dentro de mi estómago.

-¡Oh, por Dios! - exclamó, llevando sus manos a la boca - ¿Y qué te dijo? - preguntó rápidamente mientras sacaba los recipientes de comida para dejarlos en la mesa y luego poner la comida en los platos que había sacado anteriormente.

-Que mientras Ailani busca fotos de él, yo me lo estoy tirando - dije, recordando las palabras que causaron el inconveniente momento.

Sharon comenzó a reír, sin dejar de mover la cabeza, negando, casi sin poder dar tregua del espontáneo comentario, tan común y esperable; porque después de todo, era algo que mi madre no dudaría en decir.

-De todas formas, tiene razón - habló luego de que la risa cesara casi por completo.

Estaba dispuesta a hablar y mantener la conversación que sentía más que necesaria junto a mi amiga, cuando un golpe en la puerta nos sobresaltó, obligándonos a mirar en su dirección. Timothée venía entrando con una mano en el bolsillo, mientras que con la otra empujaba la puerta para cerrarla a sus espaldas. Se veía tan guapo vestido con unos pantalones holgados junto a una camisa ancha, que lo hacía ver más pequeño y delgado de lo que ya era.

-¿Necesitan ayuda? - preguntó, desviando sus ojos de los de Sharon para posarse en los míos.

Mi cuerpo tembló ante su mirada, tan suave, como si intentara acariciar cada rincón de mi piel. Necesitaba tenerlo cerca más de lo que creía, y solo el pasar de los días, alejados y mendigos de este amor, me lo demostraba.

-Creo que iré a poner la mesa para cenar - habló Sharon, dándome una mirada cómplice antes de caminar hacia la puerta y darse la vuelta - Tim, ¿te quedarás a cenar?

-Claro - dijo con una sonrisa.

Moría de ternura.

Mi amiga me guiñó el ojo, para luego perderse en la sala junto a mi madre; no sin antes cerrar la puerta y dejarnos a solas, porque eso era lo que quería, que habláramos y arregláramos nuestras diferencias como los adultos civilizados que éramos. O al menos eso suponía.

Timothée se acercó a mi cuerpo, rodeándolo con sus brazos, ayudándome a ponerme de pie. No pude evitarlo y me dejé envolver por ese dulce aroma que tanto lo caracterizaba. Nos miramos a los ojos, ahí, en medio de la cocina y pareció que todo lo malo, las peleas y discusiones tontas, ya no tenían sentido. Éramos nosotros dos, queriendo lo que necesitábamos, lo que el sentimiento más puro suplicaba a nuestras cabezas.

-¿Cómo es que siempre vuelvo a ti? - preguntó, cerrando los ojos, dejando escapar una risa nerviosa.

-Es lo mismo que me pregunto - respondí.

Porque en verdad yo tampoco sabía como era posible que siguiera volviendo a mi lado, sabiendo lo mierda y destructiva que podía llegar a ser. Yo y mi inmadurez, que no hacía verosímil los años que cargaba sobre mis hombros.

Abrió los ojos y juntó aun más nuestros cuerpos, si es que era posible. Podía sentir su aliento dulzón que presumía el consumo de alguna bebida dulce mezclada con alcohol; un Daiquirí o un Mojito, quizás. Su respiración, a medida que nuestras narices se rosaban, dando espacio al inevitable encuentro que llevábamos esperando, se volvía irregular, perjudicando por completo la mía, que se aceleró casi al instante.

-En verdad quiero estar contigo - susurró sobre mis labios - No te alejes de mí.

Parecía que lo estuviera rogando, algo que probablemente no haría si estuviera en sus cuatro sentidos, lo cual reafirmaba el consumo previo de algún cóctel. Aún así, Timothée era de la clase de persona que si estaba determinado a lograr su objetivo, no descansaría hasta obtenerlo. Me lo demostró en una de nuestras primera salidas, cuando la luna llena se había vuelto parte del paisaje que nublaba nuestros sentidos.

-Yo también - admití presa de vergüenza.

Lo sentía tan profundo, el querer estar junto a él, en cada momento, pese a cualquier adversidad; pero mi cuerpo se resistía a arriesgarnos, a mostrarnos verdaderos frente a un público criticón, que no descansaría hasta poseer lo que el hambre de la envidia les había quitado.

Unió nuestros labios en un beso cargado de necesidad, de amor. Se sentía tan bien y tan diferente, que no pretendía separarme tan pronto. Era una dicha y casi un milagro austero de la realidad golpeando nuestros corazones.

-¡Dejen de hacer sea lo que hacen y traigan la cena! - escuchamos la voz de mi madre gritar desde la sala. No pudimos evitar la risa, que nos obligó a soltarnos - ¡Tengo hambre!

-Entonces - dijo el rizado, manteniendo la distancia para así poder llevar los platos con comida - ¿Estamos juntos? - preguntó.

-Totalmente - respondí con una gran sonrisa en el rostro. 

-¿Sin miedos? - preguntó. 

Podía ver en sus ojos la incertidumbre y eso, me hacía querer lanzarme a sus brazos y no soltarlo jamás. Y solo esos bellos ojos color verde, podían hacerme cambiar de opinión y dejar mis creencias e inseguridades a un lado. Ahora, ya que lo había perdido una vez, estaba más que dispuesta a dejar a un lado a mi consciencia para empezar a vivir realmente.

-Sin miedo.

Hablé segura, sintiendo el pánico correr por mis venas.



aquí está el capítulo trece! espero que les esté gustando la historia ❤️

no olviden votar y comentar!

el gif es como me imagino que Timmy iba a buscar a Lilo jajaja

Detrás de escena // t.c✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora