v e i n t i c u a t r o

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Minutos más tarde, cuando me encontraba más tranquila y mis lágrimas eran controlables, nos fuimos a sentar en el sofá junto a nuestra madre para pasar el rato. Clarisse no dijo nada y se limitó a darnos una sonrisa para luego, volver a perderse en la terrorífica trama de alguna película de misterio. Me recosté sobre las piernas de Ailani, mientras esta desenredaba mi cabello con sus frágiles dedos de princesa, como solía decirle mi padre cada vez que la veía dibujar.

Me sentía mucho mejor, la calma ya volvía a mi centro, perdiéndose entre aquellos pensamientos que solo lograban el desato de la histeria. Tenía que mantenerme con la cabeza fría y los pies en la tierra, conectadas entre sí, por supuesto. Porque en estas semanas había aprendido que cuando se toma una decisión con el corazón, es muy fácil arrepentirse.

No quería sonar de esa forma, tan cruel y despiadada, como si los sentimientos de Timothée no contaran, pero me encontraba desesperada y solo quería salir corriendo. Aún así, deseaba con todas mis fuerzas verlo, tenerlo a mi lado y olvidarme del mundo.

No afrontar la realidad y todo lo que me atormentaba, era un problema con el cual  nunca aprendí a lidiar. Es más fácil huir y quedarte con la duda de lo que pudo pasar. Eso era lo que hacía siempre, ser deshonesta, conmigo principalmente; y ya llevaba más de 25 años siendo de la misma manera, así que un año más o menos, no sería el gran dilema. ¿O si?

Mi cabeza pesaba y sentía una leve bruma eclipsar mis tormentosos pensamientos. Mis ojos sopesaban y mis párpados de a poco parecían cerrarse. Me estaba dejando llevar por la tibia mano de mi hermana, que no cesaba en sus constantes masajes, al mismo tiempo, en que los murmuros de la televisión se volvían más lejanos. Creí que no podía estar más relajada y en paz.

Pero la puerta fue golpeada. No una, ni dos veces. Parecía que quien estaba al otro lado de la puerta estaba desesperado. Me puse de pie, con la esperanza de que fuera Timothée.

Cuando abrí la puerta, no dudo ni un segundo en soltar una carcajada, porque no pude haber sido más ilusa e ingenua.

-Llevo un rato golpeando la puerta, ¿aquí pidieron una pizza de pepperoni con extra queso? - habló un joven flacucho, con aspecto de haber estado todo el día trabajando.

-Si - asentí, mientras buscaba en mi bolsillo el dinero para pagarle - Quédate con el vuelto - le sonreí gentilmente.

El repartidor me pasó la caja de pizza a la vez que recibía el dinero. Cerré la puerta tras mi espalda y me senté sobre la alfombra, dejando la comida en la mesa de centro. Los ojos de Ailani brillaron al ver aquel manjar tan delicioso.

-Creo que alguien tiene hambre - chilló, abriendo la caja para sacar un pedazo.

-¿Por qué lo dices? - pregunté, justo antes de dar el primer, pero exquisito mordisco.

-Te paraste muy rápido - habló con la boca llena.

No supe que responder, pero sentí como mis mejillas se pusieron coloradas por el solo hecho de recordar lo esperanzada que estaba de verlo. Parecía un patética quinceañera.

-Si - murmuré, volviendo mi cabeza a la televisión, evitando cualquier tipo de contacto con ella. Podía llegar a ser muy perspicaz si se lo proponía.

-Déjala tranquila - habló mi madre, tomando un pedazo de pizza.

Nos quedamos en silencio, disfrutando de la improvisada merienda, ya que luego de que nos comimos el sandwich, nos dimos cuenta no fue suficiente para calmar nuestro ansioso apetito.

Los minutos pasaban lentos y dolorosos. La pantalla de mi celular la mantenía constantemente prendida, esperando algún mensaje. Un hola, lo que fuera. Esperaba algo que sabía que no pasaría, pero lo quería y era terca, así que la esperanza envolvía mi cuerpo. Sin embargo, no sabía lo que realmente quería, y eso era un gran problema.

De pronto, el sonido de la puerta siendo golpeada, volvió a resonar en el living. Me puse de pie, con las esperanzas rebosando mi pecho, y ahí estaba él, Timothée, con los ojos rojos e hinchados. Me partía el corazón verlo tan vulnerable.

-Hola - susurró.

-Hola - respondí de la misma manera, un tanto temerosa.

-¿Podemos hablar? - preguntó, dejando salir un suspiro.

El cuerpo me temblaba y el corazón me latía frenéticamente, parecía que se iba a salir de su lugar. Me hice a un lado, dejándolo pasar, confirmando su propuesta. Cerré la puerta y enseguida, saludó a Ailani y a Clarisse de la manera más cordial posible. Mi hermana no podía contener la emoción, se le notaba en la sonrisa de oreja a oreja que mantenía intacta en su rostro; y que quería saltar a abrazarlo, sin embargo, entendía la situación por la que estábamos pasando y decidió quedarse en su lugar.

Nos dirigimos a mi habitación, evitando pronunciar palabra alguna; lo cual causó que a penas cerré la puerta, Timothée comenzara a llorar. Se sentó sobre mi cama y llevó sus manos hacia sus ojos, intentando, quizás, que no lo viera llorar. Me senté a su lado, dando caricias sobre su espalda, sintiéndome totalmente ridícula. ¿Cómo era posible que dos adultos se encontraran en aquella situación?

-¿Podemos pretender que esto no pasó? - preguntó, limpiando sus lágrimas.

Tragué duro, sintiendo un nudo correr por mi garganta. No sabía que decir, ni pensar. Quería llorar, pero no podía. Me encontraba inerte, ajena a la situación, sin creer que al fin lo tenía a mi lado, solo para mi, en la oscuridad de mi habitación.

-¿Por qué? - pregunté.

Timothée suspiró y pasó sus brazos al rededor de mi cuerpo, traspasando la energía que este traía. Apoyó su cabeza sobre mi hombro y pude sentir lo agitado que estaba.

-¿Puedes solo aceptar? - habló alejándose de mi cuerpo.

Asentí, aceptando su propuesta, pese a que me moría de ganas de saber qué era lo que realmente deseaba.

Nuestros labios se juntaron de manera brusca, totalmente coordinados, como si hubiesen esperado este momento toda la vida. Me recosté lentamente sobre la cama, sintiendo como la delgada figura de Timothée se posaba sobre mi cuerpo. Entre besos y caricias, el ambiente se volvió tenso, cargado de pasión y desenfreno. No sabía lo mucho que quería este momento hasta que lo viví y sentí la genuina conexión en cada embestida, gemido y latido, porque nuestros corazones se movían inquietos, dichosos de tener el uno para el otro.

Sin embargo, podía tocar el descaro del momento, como si fuera un mal presagio. Un frío escalofrío me recorrió la columna vertebral, provocando que me moviera con violencia sobre el colchón. Timothée dormía y parecía no notar lo que ocurría a su al rededor. Me senté sobre la cama, escuchando su respiración, ausente, quieta. Las lágrimas no demoraron en salir, al igual que lo recuerdos.






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Detrás de escena // t.c✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora