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El sábado, Harry golpeó temprano la puerta de la castaña, esta estaba acostada y se despertó tras los golpes. Miró el reloj en la pared y vio que eran las nueve de la mañana. Se preguntó por un instante si estaba llegando tarde a las clases, pero luego recordó que era sábado y era su sábado en Hogsmeade prohibido. No debería ir a Hogsmeade, pero según Snape, su castigo había terminado ayer. Se levantó algo desorientada y abrió la puerta.

-Hermione... ¿no te has cambiado aún?- Dijo confundido, la castaña negó.

-Harry, es sábado, ¿qué pasa?

-Íbamos a ir a desayunar en Hogsmeade hoy...

-Lo lamento Harry, no puedo ir...- No podía decirle que estaba castigada.- No me siento bien, ¿sabes? Siento que me voy a engripar en cualquier momento. Te agradezco por la intensión, pero diviértanse ustedes, ayer me celebraron mi cumpleaños... Gracias...- Harry la miró de pies a cabeza y luego escuchó el grito de Ron que le decía que se iban. Volvió su cabeza y asintió.

-Cuídate, Herms. Volveremos y te traeremos algunos dulces.- Hermione sonrió y asintió. Vio como su amigo se iba por el pasillo y luego bajaba las escaleras. Una vez que se fue, cerró la puerta y se sentó frente su tocador. Se pasó la mano por la cara y luego buscó su varita en el bolsillo de su saco. Pero no encontró en ese la Varita. Encontró la flor azul y las perlas... Las tomó y sonrió, recordó a Snape, su terquedad, pero su amabilidad presentada como fastidio. Anoche habían cenado bien, hablado como dos personas civilizadas... Y quisiera o no, la hizo sentir mejor...

La castaña tomó su varita y convirtió todas esas cosas en una peineta sofisticada, que se podía usar como peineta o hebilla. La miró, en el centro estaba la flor... sonrió...

Tenía varias horas sentado mirando y leyendo pergaminos. Era momento de salir un momento por aire, al menos un poco. El pelinegro se apareció por los pasillos, imponente como siempre. Los chicos desaparecían, por las dudas. Pasó por el comedor, era la hora del desayuno. Miró la mesa de "los alumnos interrumpidos" y no vio a ninguno, mientras todos los demás desayunaban. Frunció el seño enojado. ¿Granger no le había hecho caso?

Volteó dando zancadas grandes para llegar a las mazmorras y cuando llegó a su despacho abrió la puerta y la cerró tan fuerte que los frascos colocados en los estantes tintinearon. Tomó un pergamino y a mano apurara escribió una carta.

Señorita Granger:

Pensé que quedó específica la prohibición de ir a Hogsmeade este fin de semana. Creo que estará a gusto de que su castigo se alargue una semana más, incluyendo un comunicado a la profesora Mcgonagall.

Si no responde esta carta en menos de veinte minutos, estaré obligado a ir ya mismo con la directora.

Atentamente: Severus Snape.

Salió y se dirigió directamente a buscar alguna lechuza para que mandara la carta. Miró el reloj y comenzó a esperar. No contaba con que la respuesta llegara cinco minutos después, pero estaba complacido. La tomó, era de ella. La abrió y leyó.

Profesor Snape:

Recuerdo perfectamente el castigo y por ello, lo estoy cumpliendo en este momento en mi habitación. Los demás se fueron al pueblo, pero yo no he terminado de corregir unos pergaminos. Espero que la respuesta inmediata frene su iniciativa de comunicarle a la profesora Mcgonagall lo que sucedió... Pues si quiere buscarme, estoy en la sala.

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