El interrogatorio de McGonagall

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El ministro terminaba su recorrido junto a algunos profesores. Snape solo estaba allí por obligación, pero al menos, la presencia de ese hombre había resuelto una cuestión entre él y Hermione.

Mientras tanto, ahora la castaña estaba lidiando con las miradas de sus compañeros y amigos mismos. Harry no cuestionaba nada de lo que hacía o dejaba de hacer, pero le llamó la atención que fuera la testigo de Snape y jamás les hubiera dicho. Pero la castaña tenía sus motivos, no quería que invadieran la privacidad de Snape en ese momento y dudaba que ahora lo dejaran en paz.

El ministro saludó a todos y cuando miró a Snape, este estaba de brazos cruzados inexpresivo. Volteó buscando a Hermione y la castaña lo miró de costado al hombre, este inclinó la cabeza en forma de despedida, pero la castaña no hizo nada.

Cuando se fue, Minerva volteó a mirar a Severus con seriedad, luego buscó a Hermione con la mirada y le hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. El pelinegro también lo hizo. Y mientras todos se iban a los salones o a Hogsmeade, los tres iban al despacho de la directora.

Luego de subir las escaleras, Snape dejó pasar a Hermione luego de Mcgonagall. La castaña ya no era una niña, y la verdad era, que no estaba haciendo nada malo. La directora volteó a mirarlos y frunció el seño. Severus estaba de brazos cruzados y con la misma cara seria de siempre, Hermione estaba expectante con las manos entrelazadas frente a ella.

-¿Cuál de los dos me explicará lo sucedido abajo?- Hermione miró el suelo y tomó valor para comenzar a hablar.

-Profesora Mcgonagall, ¿Cuáles son sus dudas?- La pregunta no era sarcástica y Minerva miró fijamente a Hermione.

-Quiero saber exactamente todo. Por qué usted la testigo de Snape, cómo llegaron a esa instancia y si son ciertas las sospechas del ministro.- La dureza de Mcgonagall sobre ambos no parecía afectar mucho a ninguno de los dos. Hermione puso sus manos detrás de la espalda y giró a mirar a Snape.

-¿Se lo cuenta usted, o le explico yo?- Severus extendió una mano para que prosiguiera y Hermione asintió. Suspiró y miró a los ojos a la profesora.- Tres semanas después de la guerra mágica, el profesor Snape se encontraba en una sala aparte en San Mungo recuperándose de un coma. Accidentalmente, escuché al Medimago del profesor diciendo que había despertado. Y con intriga y miedo me acerqué a la sala...- Severus la miró de reojo, era la primera vez que escuchaba a Hermione contar la historia y lo intrigaba saber qué había sentido. Al igual que al profesor Dumbledore, que desde el cuadro de atrás estaba escuchando todo.- El profesor necesitaba una persona que firmara la planilla para salir del hospital. Y claro, el reposo restante lo haría con esa persona. Nadie me obligó a nada, siquiera él sabía que yo firmé la planilla, y créame, cuando se enteró no le gustó para nada.- Severus rodó los ojos.- Con la muerte de mis padres recién salida a la luz, tuve la necesidad de terminar con esa casa haciendo algo por un bien. Ese fue el motivo por el cual... firmé la planilla. Para tener una escusa.- Mcgonagall miró a Snape un segundo, este seguía de brazos cruzados mirando a Hermione.- El reposo fueron tres semanas, dos en realidad, ya que el profesor y yo negociamos eso, o se iba en el momento. Como estaba juzgado como mortífago, necesitaba una testigo para corroborar su cuartada. Y estuvo conmigo luego de todo lo que sucedió, yo era su testigo. Esa es la historia, profesora.- Mcgonagall tenía una mirada menos severa y volvió la vista a Snape.

-¿Y qué relación hay aquí con la tutoría?- Hermione pensó, pero el que habló fue Severus.

-Ninguna. Dos semanas son suficientes para no soportar a Granger.- Hermione se sonrojó.- Pero al fin y al cabo, descubrí que era fácil trabajar con la señorita. Y ninguno de los demás alumnos eran capaces siquiera de leer bien las indicaciones para realizar una poción. La efectividad de Granger, era necesaria y bastaba para elegirla. Ella no sabía nada de lo que sucedía y se enteró de que yo sería su tutor como todos los demás. Para terminar, Mcgonagall, el juicio no tiene nada que ver con la tutoría.

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