CAPITULO 30

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· Yo, sin embargo, después de entrar también a mi oficina para coger el pequeño ordenador portátil, bajé a la cafetería del primer piso. Al entrar observo que aún no han llegado el resto de médicos y enfermeras, cosa que agradezco. No tenía demasiadas ganas de reunirme con ellos ahora mismo. Y no es por salvaje, aunque pueda parecerlo. Es sólo que necesito un poco de espacio a solas. Mi momento, para asimilar todo lo que está sucediendo, procesarlo y continuar, la amable cocinera, me sirvió la comida en una bandeja para que pudiera trasladarla. Así que, abandoné la cafetería volviendo al pasillo, en el que puedo observar a mi derecha, los grandes ventanales que dan al jardín. Avanzo unos pocos pasos y de pronto, siento mi corazón aumentar considerablemente el ritmo de sus latidos, cuando la veo a ella. DANIELA,. sentada en el mismo banco que el día anterior. Dando la espalda a este lado del pasillo, porque la tiene apoyada en la barra lateral del banco, con las piernas sobre el mismo y las rodillas flexionadas. Puedo distinguir que tiene un libro entre sus manos. Algo en el interior de mi cuerpo, me ordena que comience a caminar con sigilo en su dirección. Siento un aire frío en cuanto accedo al jardín, aunque el sol está irradiando con fuerza por cada espacio. Pero no es un frío atroz, ni molesto. La temperatura es agradable. Llego hasta ella en cuestión de segundos y entonces, viene la parte más difícil... Qué hacer o qué decir. Permanezco unos instantes observándola, esperando que mi mente decida si voy a hablar, o por el contrario, pretendo sentarme sin decir nada. Me parece un poco maleducado tomar directamente la segunda opción, pero al mismo tiempo, sé que probablemente, no va a servir de nada dirigirle la palabra. Porque sumida en su lectura, ignora por completo mi presencia. No obstante... POCHE: Hola, DANIELA... ─comienzo algo nerviosa ─

Sé que probablemente quieras estar sola, o quizás te dé absolutamente igual si estoy aquí o no... Pero lo cierto, es que no tengo muchas ganas de almorzar en la cafetería con el resto de médicos. Y por tu capacidad de concentración en ese libro, parece que aquí se está bastante bien. Así que, voy a sentarme contigo. Pero... si en algún momento te incomoda mi compañía, házmelo saber y simplemente, me iré.
Finalicé mi pequeño y solitario discurso, esperando que, aunque sea con una mirada, me indique si está de acuerdo o no. Pero transcurrieron segundos, y el único movimiento que esa chica hizo, fue el de pasar la hoja de su libro para continuar leyendo la siguiente. Así que, sin más dilación me senté en el otro extremo del banco, subiendo mis piernas para quedar frente a ella. La volví a mirar una vez más, descubriéndome nuevamente ignorada. La veo tan sumida en su lectura y ajena al mundo, que casi sin darme cuenta y por alguna extraña razón, sonrío... Sonrío mientras la observo y siento que no importa si ella ignora mi presencia o no. En este momento, lo único que deseo es acompañarla. Porque quizás ahora, no somos tan diferentes la una de la otra. Ambas buscamos una especie de tranquilidad a la que algunos llaman, soledad. Es ahora, cuando comienzo a descubrir y entender, que puede existir, la soledad en compañía.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora