CAPITULO 162

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· DANIELA: ¿Qué te hace pensar que lo voy a hacer?
POCHE: Es lo que siempre haces. ‒suspiré pesadamente ‒
Te marchas, continuamente. Desde que te conozco, tengo miedo de perderte. ¿No lo ves? ‒le pregunté cansada ‒Cuando tu padre te quiso llevar, me asustó la idea de que lo consiguiera. Cuando te vi en el baño vomitando, me aterrorizó que pudiera pasarte algo. Cuando casi te mueres entre mis brazos... Yo... ‒unas lágrimas amenazaron con empañar mis ojos al recordarlo, pero pude retenerlas ‒Y cuando te fuiste. ‒concluí ‒Siempre te pierdo, DANIELA. Constantemente. Y me he pasado más de un año tratando de luchar contra el dolor que ello me causaba. Acepté que te habías ido, porque era lo mejor para ti y no tenía derecho a extrañarte. Acepté que debía dejar a un lado mi necesidad de protegerte, si quería avanzar. Y avancé. Y quise salir con otra mujer, pensando que tal vez algún día ‒me encogí de hombros ‒sentiría algo por ella. Y ahora estás aquí de nuevo. Y todo lo que creía o fingía tener superado, se desvanece como un castillo de arena cuando me miras. Y entonces, el resto del mundo se vuelve invisible para mí. Porque estás tú. ‒la señalé, sintiendo su imagen borrosa y mi voz comenzando a quebrarse ‒Y descubro que vuelvo a tener miedo. Y las cosas no funcionan cuando existe el miedo. Porque no importa lo que yo crea ver en tus ojos, no importa lo que crea que sentías o sientes, porque no lo dices. Nunca lo haces. Y la realidad, es que siempre te vas. Te marchaste, sin decirme ni una sola vez que me querías. Me pediste que no te esperara, y yo me quedé aquí, aprendiendo a vivir sin ti. Y ahora ni siquiera sé dónde estoy parada ni qué quieres de mí. Sólo sé que llevo un año tratando de controlar algo que se me va de control cuando te veo. No puedo dejar de tener miedo en una semana, ni en una noche. No sé si algún día dejaré de tenerlo, DANIELA. ‒me encogí de hombros ‒No lo sé. Por primera vez en mucho tiempo, siento un extraño alivio dentro. Como si algo que tuviera guardado y que no era correcto expresar, al ser expulsado por fin, hubiera dejado un hueco abierto para el paso del oxígeno. Ella permanece mirándome sin expresión alguna. Dejándome apreciar cierto brillo a través de sus ojos, cómo si ambas estuviéramos conteniendo unas lágrimas que a toda costa no queremos que sean derramadas. Tal vez sea su momento. Tal vez ésta, sea la ocasión para que hable y diga algo que evite mi marcha. Tal vez yo estoy deseando que lo haga. Escuchar una palabra, una frase, algo que se lleve el miedo de mi corazón y me permita correr a abrazarla, porque es lo único que estoy deseando hacer desde que la vi aparecer frente a mí. Pero no lo hace. Permanece en silencio, como siempre. Y yo suspiro. ‒Me alegra tu mejoría, ‒comenté rompiendo el silencio ‒Siempre supe que lo ibas a lograr.
Y sin decir más, siendo completamente consciente de que ella tampoco iba a hablar, volví a suspirar, grabé su imagen en mi cabeza y me di la vuelta dispuesta a marcharme. Esta vez fui yo la que se marchó. Esta vez fui yo, la que me alejé, sintiendo como mi corazón se rompía en mil pedazos con cada paso. ¿Cuántas veces se puede romper un corazón que ya está roto?
No lo sé. Lo único que sé en este momento, es que a veces, el amor no basta. Por mucho que mi corazón desee correr a abrazarla, por mucho que mi cuerpo experimente mil sensaciones estando junto a ella, por mucho que me dé cuenta, de que mis sentimientos no han disminuido en lo más mínimo a pesar de su marcha, eso no es suficiente. Porque la realidad, es cuando DANIELA se fue, se llevó consigo una parte de mí, que nunca había mostrado a nadie, que ni siquiera yo, sabía que existía. La vida cambia a las personas y tal vez, la POCHE que ella conoció, ya no exista. Tal vez ya no sepa cómo querer. Tal vez nuestro destino, nunca haya sido enamorarnos.
Las experiencias de la vida, nos cambian. Para bien o para mal, lo hacen. Es imposible que volvamos a ser la misma persona, después de haber sufrido un daño. Nuestra perspectiva cambia, nuestra actitud también. Y tal vez, ni siquiera lo hacemos a propósito. Simplemente, sucede. Te despiertas un día y ya no eres la misma persona. Y a veces, ni siquiera sabes cómo regresar a ser quien eras. No estoy culpando a DANIELA por haberse marchado. No estoy diciendo que sea responsable de mi actitud o de mis sentimientos. Ahora más que nunca, me alegro de que lo haya hecho. De que tomara la decisión de luchar. Porque lo consiguió. Está mejor de lo que nunca la he visto, y eso me llena de orgullo y felicidad. Es todo lo que deseé desde que conocí parte de su historia. Pero así como su aparición, cambió mi vida. Su marcha también lo hizo. Y no es culpa suya. Probablemente sea mía, por pensar que no iba a suceder, que iba a ser capaz de soportarlo. Por negarme durante todo un año, a aceptar que me dolía su ausencia. Porque ese ha sido el mayor problema; he tratado de fingir que estoy bien con tanto ahínco, para demostrarme a mí misma que no podía dolerme, que ahora mis emociones están acumuladas y son como globos en un mundo de alfileres. Siento que si las dejo salir, todas van a ser alcanzadas y destruidas.
Xxx: No quisiera ser esa pobre planta ‒interrumpe una voz, sacándome abruptamente de mis pensamientos y trabajo. Alzo la vista y ahí está PAULA, junto a la puerta, con los brazos cruzados bajo su pecho y alzando ambas cejas. ¿Cuánto tiempo lleva ahí? Si ni siquiera escuché la campana. Vuelvo a dar un hachazo, pretendiendo continuar con mi labor de cortar o asesinar estos tallos.
PAULA: Oye, a mí ni se te ocurra ignorarme. ‒advirtió volviendo a irrumpir mi tranquilidad.
POCHE: ¿Qué? ‒hablé por fin, alzando la vista para mirarla ‒
¿Vienes a abogar a favor de tu nueva amiga?
Una de sus cejas permaneció alzada, mientras con la otra trataba de fruncir, lanzándome una expresión algo indescifrable.
PAULA: ¿A ti se te metió el olor de tanta marihuana en el cerebro?
POCHE: Aquí no hay marihuana. ‒espeté frunciendo el ceño.
PAULA: Pues parece.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora