XXV. No la mires.

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Capítulo Veinticinco.

Jason Weller.

Escuché mi teléfono sonar, moví mi mano y la pasé por la mesita de noche hasta encontrarlo, abrí los ojos para poder ver quién me llama a las 10:00a.m, puede que no sea tarde, pero me han despertado.

En la pantalla ví que es Dylan. Acepté la llamada y pegue el teléfono a mi oído.

Llamada telefónica.

Yo: ¿Qué quieres, Dylan?

Él: Compré hierba, y quería saber si querías que te llevara un poco.

Yo: Perfecto, ven.

Él: Ahora paso por tu casa.

Yo: No, no estoy en mi casa.

Él: ¿Y en dónde estás?

Yo: Ahora te envío un mensaje con la dirección.

Él: Está bien, bro.

Colgué el teléfono. Le envié el mensaje a Dylan con la dirección de aquí, no creo que tarde porque él tiene auto. Me levanté de la cama de inmediato, no puedo desaprovechar tener hierba gratis, ya me quedé sin coca y la marihuana está a punto de acabarse. Tengo que buscar la forma de encontrar dinero para comprar más.

Caminé hacia el baño, cerré la puerta al entrar. Junté mis manos para retener agua y echarla en mi rostro, cogí mi cepillo de dientes y lavé éstos. Sequé mi rostro con una toalla.

La devolví a su sitio, acomodé el pircing que tengo en el lóbulo del hoyo izquierdo de mi nariz, y también el que tengo en el labio.

Salí del baño y bajé rumbo a la cocina. Ahí me encontré con Atenea.

Encima de la encimera hay un bol con frutas, cogí una manzana y le pegué un mordisco. — Buenos días, Diosa.

— Buenos días.

— ¿Ya acabó el hechizo?

Ella me miró extrañada dejando de preparar el café —  ¿De qué hablas?

— Me refiero a que si volviste a ser tú.

— No he dejado de ser yo en ningún momento.

Solté una pequeña carcajada, ayer fué vestida de una forma que no la identifica, aunque se veía bastante sensual, no era ella. Tal vez quería impresionar a alguien.

Escuché el timbre de la casa, debe ser Dylan. Atenea iba a salir de la cocina, pero yo hablé antes —. Es para mí.

— No me digas que es tu amiguita Scarlett.

Sonreí  — ¿Celosa?

— No tienes derecho a traerla a mi casa.

— Tranquila fiera, no es ella.

Mojé mis labios y salí de la cocina, caminé hasta la puerta de entrada de la casa, para abrirla. Efectivamente es Dylan, en su mano tenía una bolsa, supongo que ahí está la marihuana. Me aparté cediéndole el paso, él entró. La mano que quedaba libre me la dió chocando puños conmigo.

— Sígueme.

Digo. Y él fué detrás de mí hasta mi habitación, cerré la puerta con seguro y lo miré.

Él extendió la mano en la que tenía la bolsa dándomela, la cogí y saqué su contenido. Ahí estaba la marihuana ya molida, el papel de liar, el filtro, y todo lo necesario para preparar el porro.

Así que lo único que tuve que hacer fué terminar de prepararlo, le di uno a Dylan y busqué un encendedor.

Antes de darle una calada lo miré.

— A tu salud.

Él sonrió y llevó el porro a la boca.

Yo hice lo mismo con el mío y le dí una calada, sin desesperación, lento para poder disfrutarla.

Experimenté, cómo es habitual, una euforia placentera y una sensación de relajación. Otros efectos comunes, tras varias caladas ya tenía una mayor percepción sensorial, ví los colores más brillantes, sé que luego vendrá la risa, alteración de la percepción del tiempo y aumento del apetito.

Pero, al menos para mí, ninguna sensación que provoca ésto es mala. Sí, es dañina para la salud, pero no me visualizo dejando ésto.

Cuando recién acabé mi porro, alguien tocó la puerta.

¿Por qué ahora?

— ¿Quién es? — Digo desde dentro.

— Atenea.

— Estoy ocupado.

— Será un segundo.

Suspiré, me levanté de la cama, caminé hasta la puerta y la abrí. Atenea entró, se quedó unos segundos mirando a Dylan, me imagino que preguntándose quién es él.

— ¿Qué quieres?

Ella devolvió su mirada hacia mí — Pregunta mi padre que si no irás a desayunar.

Mojé mis labios y la miré de arriba a abajo —. No, estoy ocupado.

Sentí a alguien caminar detrás de mí, es Dylan. Se paró a mi lado y miró a Atenea.

— Hola, soy Dylan.

Ella lo miró, y yo también. — Atenea.

Hizo una sonrisa falsa, se notó claramente.

— Bueno, ya te puedes ir. — Digo mirándola.

— Está bien, de todos modos tu desayuno está en la cocina por si quieres recalentarlo.

— De acuerdo.

Ella no dijo nada más y se fué, se notaba que estaba incómoda. Miré a Dylan.

— ¿Y ésa quién es, bro? ¿Tu novia?

— Mi prima, campeón.

— Está buena.

Lo miré — Sí, lo sé. Pero no la mires tanto, ¿De acuerdo?

— Claro, hermano, yo te respeto.

No dije nada más y me senté en la cama, miré la bolsa en la que Dylan tenía más marihuana — ¿Me dejarás algo?

— Obvio, — Hice una pequeña sonrisa — Pero ahora cuéntame, ¿Qué has hecho con mi amiga Scarlett?

— Los hombres no tienen memoria.

Él sonrió. — Al parecer tú le gustas mucho.

— ¿Cómo sabes?

— Me contó.

Sonreí.

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