Capítulo Siete.
Atenea Weller.
— ¡Ay, qué ser tan odioso! — rabié a penas arrancó su moto. ¿Cómo puede existir alguien tan indeseable en el mundo? Tan, tan... tan... no hay palabra que defina lo que es Jason.
Aún no se ha creado. Pero yo le pondría un nombre; "Enferlogotable", está enfermo, loco, ególatra e insoportable. Esa es la definición perfecta para Jason Weller.
Cerré la puerta de la casa y caminé hasta la cocina para ver a mis padres. Mi mamá estaba terminando de hacer la cena y mi papá, cómo siempre, mirando cómo ella prepara la comida, es tan glotón que siempre está ahí para contemplar el olor que sale de las ollas de la cocina.
Y no es para asombrarse, mi mamá cocina increíble, y sus comidas merecen esa admiración.
Cuando mamá terminó de preparar la cena la ayudé a servirla. No tardé tanto en comer, moría de hambre. Fuí al baño y me quité la ropa, estoy cansada y necesito una ducha para dormir en Paz.
Además de cansada estresada, Jason con tres palabras genera mucha rabia en mí, algo que no es habitual que suceda, pero para él es fácil.
Entré a la ducha y dejé que el agua recorriera todo mi cuerpo, fué un baño de unos 30 minutos. Al salir, me puse mi albornoz y cepillé mis dientes. Caminé hasta mi habitación. Y me metí en la cama así, creo que me quedaría dormida mientras me visto y no quiero eso.
Bostecé y caí en un sueño profundo.
No sé si dormí como piedra o la alarma de apresuró, porque empezó a sonar y sentí qué pasó volando. La detuve.
Luego de una hora ya estaba lista, mi padre terminó de tomarse su segundo café de la mañana para llevarme a la universidad. Al acabar, me despedí de mi madre y salimos de la casa. Papá y yo nos subimos a su auto.
— Cuando termines las clases no tardes en llegar a la casa —. Lo miré.
— De acuerdo. ¿Puedo regresar con Kimberly? — Asentió. Condujo hasta llegar a la universidad — Hasta la tarde, hija.
Sonreí — Hasta luego, papá.
Me bajé del auto, mi padre arrancó. Me adentré un poco entre las personas, y me sentí como una hormiga acorralada, busqué por todos lados a Kim pero no la encontré.
Pero sí ví a alguien, al chico de ayer, Eduard. Recordé su nombre porque me pareció muy simpático, y ahora mi cerebro está dividido, no sé si acercarme, él está con otros dos chicos hablando y me daría vergüenza ir y hablarle, es eso, o quedarme aquí, chocando con todos.
Respiré y caminé hacia él, en mis cinco sentidos no me acercaría, pero creo que aún estoy un poco dormida. Cuando llegué hacia ellos, toqué su hombro. Él se volteó.
Al verme sonrió — Atenea , — Tiene una sonrisa de oreja a oreja — ¿Qué hay?
— Todo bien, sólo no he visto a mi prima y no conozco a nadie más de aquí.
— ¿Estás perdida?
Moví la cabeza en señal de "No" — Desorientada.
— Te puedo acompañar a tu clase.
Lo miré a los ojos — ¿No será una molestia?
— Para nada , — Sonrió, miró a sus amigos — Nos vemos luego —. Ellos asintieron, él caminó y yo a su lado — Tal vez tú prima ya esté en tu salón.
— Puede ser.
Me miró, sonrió — Me gusta tu corte de pelo.
Sonreí. ¡Chúpate ésta, primo! Eres a la única persona que no le gusta, empiezo a creer que es envidia.
Sonreí — Muchas gracias.
Seguimos caminando sin decir nada más, hasta llegar a la puerta de mi salón. Lo miré.
— Ya estás aquí, sana y salva.
— Gracias, en serio.
— ¿Ya me merezco tu número? — Bajé la cabeza y sonreí. Atenea, no, no te pongas roja. Pero es algo inevitable, a lo largo de mi vida siempre que me han dicho algún halago o preguntas de tipo "coqueteo", me pongo nerviosa, es algo que no puedo controlar.
— Estás a punto.
Sonrió y mordió su labio inferior — Espero que tú número venga incluído al menos con un beso en la mejilla —. Me reí. Miré la puerta de mi salón y sólo pensé en escapar, irme antes de quedarme sin palabras.
— Ya tengo que entrar, otra vez, gracias por todo. — Sonrió y entré. Ví a Kimberly sentada en una de las primeras mesas, fuí y me senté a su lado sin que el profesor me viése.
Ella me miró — ¿Por qué tardaste tanto?
— Me perdí un poco.
No pudimos hablar más porque el profesor se volteó y siguió con sus clases, saqué mi cuaderno y boli, y empecé a tomar notas.
Después de unas horas salimos de la universidad, Kimberly y yo nos subimos a su auto.
— ¿Quieres ir a tomar algo? —Me preguntó.
— No creo, mi padre se enojará.
— Atenea, tienes 18 años. ¿Hasta cuándo te va a controlar?
— Ay, Kimberly. Entenderías si estuvieras en mis zapatos, discutir con él es peor.
— Pero no creo que se enojará por eso, podemos ir rápido — La miré.
No pude evitar sonreír — ¡Ay! Cómo decirte que no.
Ella sonrió. Condujo hasta una pequeña cafetería, nos bajamos del auto y entramos. El chico de servicio nos dió una mesa.
Nos sentamos.
La carta estaba delante de mí, sólo pediré un Capuchino. Kim aún estaba mirando, el camarero se acercó a nosotras — ¿Ya saben que van a pedir?
— Sí, yo quiero una cerveza — La miré. Ella también a mí.
— Yo un Capuchino.
— De acuerdo , — Se retiró. Kim me miraba cómo si acabara de cometer un delito.
— ¿Qué pasa? — Pregunté extrañada.
— ¿Café Atenea, en serio?
Asentí — No soy fan del alcohol — Ella suspiró. De inmediato nos trajeron nuestro pedido, acerqué la tasa de café a mi boca y le dí un sorbo. Ella destapó su cerveza, la inclinó en su boca y bebió.
— ¿Cómo se llamaba el chico que conociste ayer? — La miré.
— Eduard.
— Oh, cierto, — Sonreí — ¿Le gustas, verdad?
Casi escupo el café por culpa de esa pregunta — No creo gustarle en dos días, tal vez sólo me quiere conocer más.
— ¿Y él te parece guapo?
Sonreí — Kimberly, ya. Me estás poniendo nerviosa —. Ella sonrió y me dió un pequeño golpe en el hombro.
— Tonta.
ESTÁS LEYENDO
PROHIBIDO ©
Romansa¿Es una locura enamorarte de tu primo? Pues, creo que entenderían un poco más mi historia si conocieran a Jason, un chico tan... único a su forma, y a la vez tan jodido, creo que pensarían distinto. Él está prohibido para mí. Lo sé. Es difícil para...