LVIII. Arder en el infierno.

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Capítulo Cincuenta y ocho.

—Yo...—Él me miraba, de ésa forma que me pone tan nerviosa— yo sólo quiero saber qué soy para tí, —¿Simplemente soy la fantasía de estar con tu prima?

—Atenea, si fueras sólo éso a penas me acosté contigo por primera vez no te hubiese buscado más, tú no tienes idea de cómo soy cuando alguien no me interesa más allá de la cama.

—¿Entonces? Necesito que me aclares qué demonios somos, Jason.

—Respóndeme tú qué quieres que seamos.

Respondí inmediatamente, sin darle tiempo a mi cerebro a maquinar la respuesta que debía darle.

—Quiero ser tu novia.

Él se quedó mirándome, yo tragué saliva y bajé la cabeza. Demonios, no debí decirle éso. Pero sí lo dije porque es lo que siento, quiero a Jason, y aunque sé que no nuestro está demasiado pegado a lo imposible me gustaría intentarlo con él, además no me gustaría ser su prima a la sólo se cogió y ya.

—Atenea... —Yo lo interrumpí.

—Tranquilo, lo dije sin pensar.

No dije nada más, sólo me subí a la moto. Y él tampoco habló nada al respecto, sólo manejó hasta llegar a la casa.

Por todos los Dioses, me arrepiento tanto de haberle dicho semejante cosa, es más que evidente que Jason jamás sería mi novio, nunca. Lo tengo claro y no sé porqué rayos le dije éso.

A penas llegamos me bajé de la moto y entré a la casa, hasta mi habitación.

Desearía ahora más que nunca tener a Kimberly, recostarme en su hombro y contarle mis problemas, decirle que me terminé enamorando de Jason, de la persona que menos debí hacerlo.

No sé cuándo me enamoré de él, pero ahí está el amor más prohibido del mundo.

Y ahora es cuando más necesito a mi amiga, hoy más que nunca.

Día siguiente.

Llegué a la Universidad, por suerte hoy me trajo mi padre. Ayer en el resto del día no ví a Jason, él ni siquiera salió a cenar. Busqué a Kim con la vista, pero nada.

Así que fuí directo al salón. Ni siquiera le presté atención a las clases, todo el tiempo intenté hablar con ella pero no podía, siempre me interrumpía el profesor. A la hora de la salida de la Universidad me apresuré para alcanzarla y la llamé.

—¡Kim! —Grité, ella se detuvo pero no se giró. Yo caminé más rápido hasta llegar a ella—. ¿Podemos hablar?

Ella suspiró— Aquí no, vamos a mi casa.

—De acuerdo.—Ví el auto de mi padre y la miré— Dame un segundo para avisarle.

Ella asentió, yo corrí hacia mi padre y le hablé por la ventanilla. Le dije que iría a casa de Kim y que no regresaría tarde, gracias a todos los Dioses me dejó ir. Por lo que me acerqué a su auto y desde dentro ella abrió la puerta.

Arrancó su auto, y en todo el camino estuvimos en silencio. A penas llegamos nos bajamos y entramos a su casa. Su padre estaba en el sofá de la sala viendo la televisión, a penas nos vió se levantó.

—Niñas, —Habló sonriendo, se acercó a nosotras y a cada una nos dió un beso en la mejilla.

—Estaremos en mi habitación.—Le dijo, y su papá asentió. Ambas subimos las escaleras y al entrar a su habitación ella cerró la puerta tras nuestro paso. Se sentó en la cama y yo al frente de ella.

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