Capítulo dos: El misterioso Diario

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Observando extrañada lo que se encontraba en sus manos temblorosas, prosiguió.

Ella estaba a punto de sacar el objeto cuando escuchó una voz gritar a lo lejos.

—¡Oiga! ¡Vuelva!— la voz de un hombre la llamaba. La chica volteó y era un guardia de seguridad.

Sam se levantó escondiendo la bolsa detrás de ella por instinto, mientras veía cómo el sujeto se acercaba sosteniendo un paraguas.

—Dios, se supone que debe de estar adentro con los demás.— regañó cuando ya se encontraba frente a frente con ella.

—Si, lo sé. Perdón pero simplemente la lluvia me tomó por sorpresa aquí.— dijo mientras hacía caso a las señales que el hombre daba para que se acercara con él y juntos comenzaron a caminar hacia la universidad.

—Estas generaciones cada vez están más distraídas.— dijo con una breve expresión de molestia. Ella sonrió, esa clase de regaños por alguna razón la animaban, sonaban tan lejanos que le hacían recordar los viejos tiempos de cuando su padre la trataba así.

El amable señor la guió a su edificio. Ella se despidió amablemente y se condujo directo a su cuarto, que por cierto, cuando llegó a el, gracias a los dioses estaba vacío. Al parecer el chico odioso había salido.

Entrando y empapando el piso, con más libertad pudo observar el lugar:

Habían dos camas, una en cada extremo de la habitación, al parecer él eligió la más cercana a la salida, ella tomó su maleta la cual seguía justo en la entrada donde la dejó y se la llevó a la cama a un lado de la ventana. Las dos mesitas que se encontraban se adornaban con unas lámparas de noche y termos con agua. Al parecer regalos de cortesía.

Había un ropero para cada quien; pequeño y accesible. No pudo evitar pensar el hecho de que parecía más como uno de cocina, donde guardan los platos, vasos, etc.

Notaba con detalle algunos cuadros colgados, pinturas extravagantes pero no malas siendo honesta.

En su escritorio personal no había nada, pues ni siquiera le dio tiempo de instalarse. Pero en el otro que se alojaba a un extremo de la habitación, se encontraban varios libros acomodados por tamaño y color, eran muchos, y alcanzó a ver una frase en uno de ellos: "Ramas de la Neurología".

Estúpido nerd. Pensó.

Como sea, la bolsa que anteriormente había recogido la dejó en su escritorio y decidió irse a tomar un baño. Realmente lo necesitaba.

Se relajó. Era el único momento que tenía para ella, sin gritos, regaños, torpezas, ni estrés. Solo una relajante cita entre ella, el agua y jabón.

Al terminar se puso un short corto de mezclilla y una blusa casual azul, casi todo su guardarropa constaba de eso.

Tomó sus cosas y comenzó a acomodarlas, con un poco de delicadeza y cuidado, se apresuró y al final sacó su laptop, colocándola en el escritorio. Al dejarla, se percató de lo que momentos atrás había dejado ahí mismo. Cierto, el objeto extraño.

Se sentó en la silla que se encontraba delante de su escritorio, y con cuidado abrió la bolsa.

Un olor penetrante se hizo presente, olor a viejo, el cual era potente. Metió sus dedos dentro y sintió algo rasposo.

Al comenzar a sacarlo, se percató que era una especie de cuadernillo.

Era extraño, ¿Por qué alguien enterraría un cuaderno?.

No tenía mucho sentido siendo francos.

Era de un color lila, con los bordes obviamente desgastados y algo manchados, pero aún así parecía estar en buenas condiciones.

El Diario de HannahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora