Capítulo veinticinco: Secretos

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Caminaba despreocupadamente por el pabellón de la escuela mientras sus pensamientos lo invadían.

El ambiente en aquella mañana era tranquilo, diferente a lo que solía ser normalmente con los estudiantes agitados de allá para acá.

Se topó con un par de chicos a los cuales saludó con amabilidad. Que estuviese rodeado de gente era algo de todos los días, pues ahí varias personas ya lo querían por su carisma y personalidad.

Un par de chicas le llevaban pequeños obsequios demostrándole interés, y él los aceptaba de una forma tan dulce que enternecía a cualquiera.

Sabía que era atractivo para los demás, pero eso no le interesaba mucho, ya que tenía otros planes en mente.

Dobló la esquina de un pasillo para poder llegar a su clase inicial. Al entrar, ahí la vio; Samantha se encontraba agachada leyendo un par de documentos. Su cabellera rizada caía por sus hombros cubiertos por una chaqueta de mezclilla y uno de sus brazos estaba ligeramente apoyado en el pupitre. Su mirada avellana estaba siendo cubierta por el cristal de sus lentes los cuales solo utilizaba cuando iba a leer. Parecía estar concentrada, últimamente era así. Se la pasaba leyendo y leyendo, trabajando y trabajando. Sus ojos claros se miraban cansados y se le veía un poco más pálida.

Decidió acercarse para interactuar con ella.

-Vaya, no te veía tan animada desde inicios del curso.

La chica volteó a verle.

-¿Hay necesidad de ser sarcástico? Tom.- dijo la chica con una sonrisa medianamente amplia.

-Solo estoy un poco preocupado por ti.- le dijo sentándose a su lado. -¿Has estado comiendo bien?

-¿Eh? Claro, ¿por qué lo dices?-preguntó algo incrédula.

-Se te ve algo más delgada. ¿Sabes? Entiendo que debes estudiar y prepararte para los exámenes, pero también debes preocuparte por tu salud, comer bien, dormir bien, y esas cosas.

-Vale, ¿En serio me veo tan mal?- se encogió de hombros por la vergüenza.

-No. Sólo que me parece raro que de pronto estés bajando de peso. Tú nunca te verías mal.- en su rostro se dibujó aquella sonrisa tan perfecta e impecable que le derretía el corazón a cualquiera

Sam sintió el rubor en sus mejillas al oír aquello.

-No te preocupes, estoy bien.- trató de devolverle la sonrisa aunque los nervios se lo impedían. -Sabes, en un momento vuelvo. Creo que olvidé algo.- estaba mintiendo. Sólo quería huir para que Tom no notara lo que lograba provocar en ella.

-¿Te acompaño?-preguntó amablemente.

-Oh, no, no. Está bien, no te preocupes. Vuelvo en un momento.- se levantó y se apresuró en salir lo más rápido que pudo.

Tom la siguió con la mirada hasta que ella se perdió en la multitud.

Una sonrisa de lado se posó en su rostro.

(...)

-¿Cómo te has sentido?- preguntaba Alice por el teléfono. No mostraba molestia, más bien preocupación, pero Samantha sabía cómo manejarlo.

-Bien, mamá.

-¿Cómo están los chicos? ¿han sido amables contigo?- de antemano, Alice ya sabía de la existencia de sus amigos, Sam ya le había contado un par de cosas sobre ellos y eso tranquilizaba a su madre.

-Están algo cansados por las clases y más porque ya vienen los parciales... Pero fuera de lo que cabe están bien. Oye ¿Marcus cómo ha estado?- Marcus era su adorada mascota; un bello Golden retriever.

-¡Bastante bien! Aunque la verdad ya te extraña... En realidad los dos ya te extrañamos. Nos haces falta acá.

-Ay mamá, pronto nos volveremos a ver en vacaciones de navidad y fin de curso, tenlo por seguro.

-Eso espero, cariño.

-Como sea, ya me tengo que ir, en unos momentos debo ir a cenar al comedor así que mañana te vuelvo a marcar.- Sam estaba lista para colgar la llamada, pero antes de siquiera separar el celular de su oreja, su madre habló.

-Y una cosa, Samantha.- su tono de voz cambió abruptamente, volviéndose frívolo y serio. -Ten mucho cuidado... Trata de no meterte en cosas que no debes.

Su pulso se detuvo por un momento.

-¿Cómo?-preguntó confundida.

-No te metas en problemas. Las consecuencias podrían ser graves.

Se quedaron en silencio un par de segundos, en lo que la chica trataba de procesar aquello. ¿Alice sabía lo que le estaba sucediendo? Eso era imposible, su madre estaba a kilómetros de distancia, entonces... ¿Por qué actuaba así? Era raro, claro que le advertía siempre sobre las consecuencias de sus actos, pero ahora ¿por qué sentía que estaba siendo diferente?...

-Ya sabes, no quiero tener quejas sobre tu comportamiento, ya no eres una niña pequeña, así que compórtate.- y otra vez volvía a su tono alegre y neutral de siempre.

-Ah... Si, claro mamá. No tendrás ninguna queja sobre mí.

-Bueno, te dejo cariño. Buenas noches y me saludas a los chicos, adiósss.-se despidió y la llamada se cortó.

Sam se sentó en su cama, procesando lo que acababa de pasar. Se encontraba un poco desconcertada y algo atareada. Las palabras resonaban una y otra vez en su cabeza como si de un disco rayado se tratase, y su cuerpo comenzó a ponerse un poco tenso.

Tranquila, no le des tantas vueltas, sólo estás exagerando. Pensó y es que eso era cierto, desde el incidente en la habitación de Raven y Eli, la chica había estado muy paranoica y no paraba de sobrepensar las cosas.

Suspiró tratando de relajarse y después salió de la habitación.

Es increíble cómo en un día todo tu entorno cambia.

En otro lugar del mundo, a miles de kilómetros de distancia. Alice se encontraba guardando su teléfono celular en su bolso.

-Las cosas han cambiado, esta vez, todo será diferente.- habló con un tono firme mientras observaba al frente. Parecía que se encontraba en un hospital o algo por el estilo gracias al ambiente que se daba al fondo.

Todo era blanco y acolchado. No había rastros de muebles o alguna decoración en específico. Parecía no tener vida ni color ese lugar.

-No podrás ocultarle las cosas por mucho tiempo...-respondió una voz irreconocible.

-Podría durar toda una eternidad si lo quisiese.- su mirada era carente de luz. De emoción. De vida.

-¿Estás segura que podrás protegerla con esto?

-Completamente.

-Puedo ver a través de ti, puedo ver toda esa inseguridad que te rodea...

Un silencio invadió el lugar. Las manos de Alice se postraban por encima de sus piernas y todo lo que se escuchaba era el eco de sus respiraciones.

-Ya veremos...-dijo para finalmente levantarse del asiento donde se encontraba y retirarse de la habitación blanca.

El Diario de HannahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora