Capítulo cuarenta y ocho: La verdad

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La oscuridad de la noche cubría con su manto de sombras el concreto de las calles de aquella ciudad. Estaba helando. La lluvia había dejado demasiados charcos de agua que le humedecían los zapatos y hacían que su trayecto a casa fuese un campo minado en escalofríos.

Buscó cobijo en sus heladas manos, pero estas sólo le propiciaban un pequeño espacio en el cuál llenar el vapor de su boca.

¿Desde cuándo hacía tanto frío? se preguntaba a sí misma con cada paso que daba hacia su hogar.

Sólo le quedaban un par de zancadas más hasta poder llegar a los pequeños escaloncitos que le esperaban en la entrada de su casa.

Cuándo por fin estuvo frente a la puerta de su vivienda, sacó sus llaves y de una en una comenzó a buscar hasta dar con la correcta. Al encontrarla empezó a penetrar la chapa de su puerta y después de un ligero "clic" esta cedió.

Se abrió, dándole la bienvenida aquella oscuridad y olor a galletas a la que ya se había acostumbrado.

Se limpió la suela de las botas negras con el tapete de fibras naturales de afuera y después de ello entró, rodeándose con nada más que la lugubridad de su entorno.

Tanteó a oscuras el interruptor de la luz, y cuándo por fin lo encontró dio un ligero movimiento hacia arriba para poder encenderlo.

La luz iluminó su entorno en cuestión de segundos, encontrándose así con unas caras familiares.

-¡Cielos! Chicos, ¿qué hacen en la oscuridad? Casi me matan del susto.- se reincorporó. -Si les molestaba la luz podían encender una de las velas que se encuentran en la vitrina.- dijo Alice mientras observaba cómo estos se encontraban sentados en los sillones alrededor de la mesita central de la sala.

Pero ninguno de los jóvenes contestó. Todos permanecían con una cara seria, sin alguna emoción aparente. Y su hija, quién se alzaba imponente atrás de todos ellos, no era la excepción.

-¿Sucede algo? No tenéis buenas caras.

-Madre.- llamó Sam atrayendo su atención. -¿Qué has hecho durante todos estos años?

-¿De qué hablas?- cuestionó la mayor mientras quitaba su abrigo.

-De Hannah, mamá. De eso hablo.

La cara de Alice se tiñó de un color blanquecino al escuchar aquél nombre.

-No sé de qué me hablas.- respondió un par de segundos más tarde.

-Acabo de ir a verla en aquél psiquiátrico dónde nuestra familia la encerró. Dónde tuviste la osadía de encerrarla. ¿Lo recuerdas ahora?

Su boca se abrió un poco a causa de la impresión.

-Oh... Sam. Planeaba decírtelo. Ella es una queridísima amiga del pasado, pero lamentablemente no está bien respecto a sus facultades mentales. Hace mucho tuvo un accidente que le hizo perder parte del razonamiento...

-Deja de mentir por una vez.- interrumpió. Se levantó de su asiento para poder caminar hacia ella y encararla directamente. -Visité a Hannah y me habló de un par de cosas, un par de cosas cómo por ejemplo que somos parientes... ¿te suena familiar?

-Hannah no está bien de la cabeza, Sam. Sea lo que sea que te haya dicho, no es verdad. Ella no está totalmente cuerda.

-Claro, por eso tuviste la necesidad de ocultarlo ¿no? Ocultar a mi tía.

-No sabes las cosas que hay de por medio Samantha. No busques soluciones a problemas que no hay.

-Mamá, leí el diario de Hannah.

El Diario de HannahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora