Capítulo cincuenta: Aquella noche

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Abrió sus ojos. Estos en lugar de darle vista sólo lograban nublarse. Parecía haber sido una noche llena de lágrimas y sollozos. Sus mejillas estaban empapadas de ello y pudo distinguir que tenía flujo nasal por encima de sus labios.

Quería limpiarse, pero no reaccionaba. No podía moverse. No podía articular una sola palabra. No podía hacer nada.

Ese cuerpo no era suyo, pero podía sentir las emociones tan vivas cómo si lo fuese.

Estaba llorando descontroladamente, y sentía un terror inigualable. Un miedo al que nunca pudo acostumbrarse. Un pánico constante.

Estaba oscuro. Se encontraba en la frialdad y soledad de ese sótano.

Entonces lo entendió; Sam era sólo una espectadora.

Escuchó unos ruidos del piso de arriba.

Parecían golpes y estruendos.

Su miedo incrementó.

Tenía ese miedo otra vez. El miedo de no saber qué pasaría con ella. El miedo a lo desconocido.

¿Cómo llegaron hasta ese punto?

En ocasiones se preguntaba si todo eso pudo haberse evitado, o si pudo haber sido diferente.

Últimamente tenía sueños extraños. Sueños en dónde alguien la torturaba en una extraña camilla de hospital, y al visualizar a su agresor, se daba cuenta que era su padre.

Esas pesadillas cada vez eran más constantes, y el tan sólo recordarlas le provocaba un nudo en el estómago.

Ya no tenía la certeza de si estaba cuerda o no. De si ella en realidad era la loca o sólo era un alma frágil y profundamente herida.

La puerta del sótano se abrió, y desde las profundidades de la oscuridad ella se ocultó.

Estaba alerta ante cualquier cosa.

Pero la sorpresa que se llevó nadie se la quitaría.

Era su madre, quien ahora bajaba las escaleras llorando en busca de consuelo.

-Hannah levántate. Tenemos que irnos.- le indicó su madre mientras rápidamente corría hacia ella y la ayudaba a pararse.

-¿Qué?- fue lo único que pudo preguntar mientras un nudo se forjaba en su garganta. Tomó su diario en brazos y se dejó ayudar.

Había sido lo único que la había acompañado durante todo ese tiempo.

-Tenías razón Hannah. Ese muñeco no es Harry. No es mi hijo.- estaba temblando. Podía distinguirlo, ella ahora podía sentir su miedo.

-Mamá, ¿qué pasó?- preguntó débilmente. Avanzaron un par de pasos y Hannah casi caía. La luz de arriba la cegó. Hacía días o quizá semanas que no veía ni un pequeño rayo de luz.

Su madre se volteó para poder verla a los ojos y acariciar su rostro.

-Perdoname Hannah. En serio perdoname. Te amo y sólo disculpame por todo lo que te hice. Te creo, pero es hora de irnos, no podemos hablar ahora. No debemos perder tiempo.- tomó su mano y comenzaron a subir las escaleras.

Hacía tiempo no escuchaba esas palabras de su madre. Hasta pensaba que la había dejado de querer.

Sentía conmoción, pero no podía permitirse retroceder, no ahora que ambas estaban escapando.

Subieron cada escalón, y su madre la empujó rápidamente para que llegara a la puerta. Hannah salió casi corriendo del sótano, pero al volver a ver a su madre, no pudo evitar gritar y sentir esa sensación de agonía nuevamente.

El Diario de HannahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora