Capítulo cinco: La Pérdida de Jasper

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Poner atención en clase nunca fue lo suyo.

Era tan fácil que se distrajera y se perdiera en su propio mundo, pero eso no le importaba, ya que estar ahí era su sueño, o al menos un escalón para alcanzarlo.

Siempre soñaba despierta y eso le molestaba, pues sin darse cuenta comenzaba a imaginarse innumerables escenarios los cuales le hacían perder la concentración sobre el tema del cual se hablaba.

Pero ahora tenía una verdadera justificación para su pequeño error; pensar en ese diario le hacía temblar un poco, era como si sintiera la negatividad que había en él, cómo si sintiera ese abrumador sentimiento de intriga y miedo, cómo si sintiera esa sensación de estar al borde de un colapso mental por saber cosas que nadie más sabe, y eso le encantaba.

Sus pensamientos no duraron mucho, pues el momento del almuerzo había llegado.

Se levantó y se dirigió al comedor principal.

Caminaba mientras buscaba con su mirada a sus amigas; sabía que Eli seguramente saldría del salón en el que daban Medicina, pues, la noche anterior les comentó que quería seguir los pasos de su padre y convertirse en una conocida y exitosa doctora.

Raven seguro se encontraba en Psicología; su sueño era convertirse en una psicóloga particular por el hecho de que podría escuchar los problemas de las personas y además, le pagarían por ello.

Que chismosa. Pensó Sam mientras sonreía.

Apresuró el paso para que el comedor no se llenara tan rápido y pudiera encontrarlas con facilidad, pero en eso comenzó a ver como una manada de personas se comenzaban a juntar en un sólo punto. Siendo más específicos, cerca de los casilleros de un pasillo.

De la nada comenzaron a llegar más y más personas al lugar, y el ruido incesante se hizo presente.

Ella ilusamente creyó que quizá sus amigas se encontraban entre la multitud y comenzó a meterse entre las personas para buscarlas.

Justo cuando llegó al núcleo de aquél escándalo, sus ojos vieron cómo su arrogante compañero de cuarto caía al suelo.

—¡Levántate!— gritó el joven frente a él. Este con un puñetazo había logrado derribarlo.

Pero el chico que se encontraba en el suelo ni siquiera se esforzó en decirle algo, y simplemente intentó levantarse mientras su labio inferior comenzaba a sangrar.

Todos gritaban, insultando y diciéndole que siguiera. Era una actitud demasiado inmadura, pues parecían como esos típicos niños de secundaria que sólo quieren ver arder el mundo, pero no arder en él.

Sam observaba atónita la escena.

—¡Dije que te levantes!— y en eso, el tipo frente a él le dió una patada en el estómago, haciendo que este perdiera el aire y volviéndolo a tirar al suelo. Sam veía cómo a su compañero le metían una paliza.

Para esto, el chico tomó impulso de nuevo y se disponía a patearlo otra vez, pero en eso la chica se interpuso.

—¡No te atrevas a tocarlo, idiota! —exclamó mientras se posaba delante de su compañero, cómo si ella fuese una barrera que buscaba protegerlo. Dejó a todos sorprendidos.

Hasta ella se exaltó, ni siquiera sabía del porqué lo hizo. Su cuerpo y su voz actuaron por sí solos. No supo de dónde había sacado el coraje para decir aquello, ni para moverse de esa forma.

Sea como sea, no se arrepentía.

Pasaron unos segundos que en su cabeza fueron eternos, en los cuales, el agresor, quien aún sostenía su pierna arqueada de una forma en la cuál pareciera estar a punto de patear un balón, sostenía una mirada un tanto... Burlona.

El Diario de HannahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora