Capítulo 18

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Dedicado a Euge F~

Mi respiración se aceleraba, y el aire costaba ingresar. Leandro volteó, y se acercaba a mí lentamente.

Yo: por favor no...

Leandro: dejá de negarte, nenita -y quiso desprenderme la pollera-

Yo: ¡Salí, imbécil! -grité, y con todas mis fuerzas lo empujé hacia uno de los compartimientos-

Y desesperadamente me levanté del suelo, buscando con mi distorsionada mirada la llave que me sacaría de ese infierno. No estaba... ¡No estaba! Apoyé mi cuerpo en la mesada del lavamanos y dejé salir otro grito, esta vez un poco más leve. ¿En dónde la pudo haber dejado? Sus pasos indicaban que se aproximaba, otra vez.

Coloqué mis manos en mi frente y miré hacia el techo, preguntándome en qué mierda me había metido. Pero al regresar al panorama inicial pude observar algo brillante tirado en el suelo. Casi tirándome al piso, pude agarrarla. Pero cuando me levanté e intenté envocar la llave en la puta cerradura mientras el pulso me jugaba en contra ya era demasiado tarde, sus manos me sostenían fuertemente de la cintura, y su boca mordía la piel de mi espalda.

Las lágrimas seguían saliendo, y mis ojos ya se cerraban, con el fin de no ver nada, y así por lo menos poder salirme de esta enorme angustia y llegar a contemplar el triste y negro vacío detrás de mis párpados.

Pero no, ¿por qué tiene que ser así? ¿Por qué de esta manera? Soy más que esto, no puedo estar dejando que me use para complacer su deseo ¡Por supuesto que no!

Seguíamos en el mismo lugar, la puerta. Y en la misma situación, él detrás mío besándome el cuello.

Reaccioné.

Yo: ¡te dije que no, hijo de puta!

Y al gritar esto, empujé mi codo hacia atrás, golpeándole la panza.

Yo: sos un asco, Leandro.

Dije fuertemente con la voz ya muy ronca y entrecortada, destrozada por tanta presión. Saqué valentía de quien sabe dónde, y le di un fuerte golpe entre sus genitales, dejándolo inmóvil.

Pude salir.

Me prendí rápida y desprolijamente los botones de mi camisa, y corrí hasta la ventana que se encontraba justo en frente del revestimiento, para apoyarme en el marco y así descansar, aunque sea unos segundos. Pero apenas elevé la mirada, observé a Leandro aproximándose nuevamente.

Yo: ¡alejate o ya mismo grito y hago que...

Leandro: -tapándome la boca- llegás a decirle a alguien de esto y te juro que te arrepentís de haber nacido, pendeja -y luego, simplemente, se fue-

El día de estudio ya había dado inicio,  los pasillos se encontraban absolutamente vacíos, y yo sólo quería encontrar un mísero lugar en donde nadie me viera, para así poder descargar toda esta angustia que sentía. Era vacío cargado de palabras mudas que gritaban, era mucha impotencia acompañada de fortaleza que se veía opacada por la misma debilidad que me invadía. Me sentía usada, asquerosamente usada.

Bajé las escaleras.

Prácticamente, sentía que haga lo que haga iba a estar mal. Si callaba, esto iba a seguir; si hablaba, iba a empeorar. Si me tomaba el trabajo de intentar arreglar las cosas, puedo asegurar que todo se iba a otro lado para, finalmente, terminar mal.

Entre medio de toda esta huracanada de que voy a hacer, que no voy a hacer, que debería hacer y que no debería hacer en mi camino se cruzó una persona ajena a mi agrado. Por suerte, el llanto ya se había detenido, un poco.

Historia de dos corazones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora