Capítulo 18

2.1K 97 1
                                    

¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Dónde voy a ir? 

Beep, beep, beep.

Es lo único que escucho.

¿Fue todo un sueño? ¿Esto recién ha pasado?

Siento un alboroto a lo lejos.

Oh, mis padres. Los tendré que enfrentar por querer escapar.

¿Se estarán peleando con los padres de Gael? ¿O con él?

Espero que no se enojen con él; fue idea mía escapar. Él no quería hacerlo.

Pero, ¿por qué estoy en el hospital?

¿Qué pasó?

Oh, no.

Mis manos intentan ir a mi vientre, protegiéndolo. Pero, simplemente, no se mueven.

Siento mis párpados más pesados y vuelvo a cerrar los ojos.

Una mano sostiene la mía y tiene su frente apoyada en la cama, por lo que no puedo ver su rostro.

—¿Lizzie?— logro preguntar.

Pero cuando levanta su cara confundida me quedo pasmada.

—Soy Anna, Mer. ¿Te encuentras bien?

No había sido un sueño. Todo era demasiado real.

—Sí, Annie. Sólo estoy un poco confundida.

—Te dieron unos tranquilizantes, debes estar medio grogui.

—¿Qué sucedió?

—Tuviste un ataque de pánico después de la entrevista. Te desmayaste.

—Annie, la gente no se queda inconsciente después de un ataque de pánico— río.

—Si tienes anemia porque no comes como corresponde, sí.

Su rostro era muy serio.

—Y espera a que venga América.

Oh, no.

Suspiró.

—Sólo estamos preocupados.

—¿Por qué incluyes un masculino en tu oración? ¿Quiénes se estaban peleando? Escuché alboroto. Creo que te escuché a ti. Estabas enojada.

Anna me mira incómoda y sé que no me quiere decir.

—¿Está aquí?— pregunto.

No soportaría verlo.

—¿Quieres verlo?

Se me corta la respiración, mi corazón se acelera y la máquina a la que estoy conectada lo nota por lo que empieza a hacer más ruido.

—Mer, tranquilízate, por favor.

—No, An— intento decir pero se me traba la voz.

—Meredith, por Dios tranquilízate.

Intento respirar y creo que eso me tranquiliza ya que la máquina indica que mi corazón vuelve a un latido normal.

—Él se fue, de todos modos. Creyó que no te iba a hacer bien verlo.

—¿Qué pasó con él?— pregunta Mare entrando a la habitación.

—¿Te dejaron entrar?— pregunta Anna confundida.

—Claro. Dijo que le iba a hacer bien estar con nosotras.

—¿Queremos averiguar cómo lo lograste?— pregunto riendo.

Niega con la cabeza y reímos.

De pronto, América parece recordar por qué estamos aquí y me abraza.

—No vuelvas a asustarnos de esta forma— susurra.

Las lágrimas se agolpan en mis ojos y no puedo evitar llorar.

—Mer, lo siento. No te pongas así— dice Mare apenada.

—Quiero estar sola— sentencio.

Me doy vuelta y me intento volver a dormir. Escucho como Anna y América salen de la habitación dejándome sola con el beep.

No quería ser desagradecida, pero estaba demasiado confundida. Sentía como si mis sentimientos estuvieran a flor de piel; me sentía triste, feliz, enojada y cansada. Todo a la vez, creo que ni yo me entendía.

Tenía que tranquilizarme porque no quería que mi cuerpo vuelva a colapsar. Quería irme del hospital, me traía demasiados malos recuerdos; me confundía.

Siento que una enfermera entra. Me toma los signos vitales y me pregunta cómo me encuentro.

—¿Podría darme algo para dormir?

—Oh, déjame consultarlo con el médico.

Asiento y al rato entra una profesora de mi universidad.

—¿Robbins?— le pregunta la enfermera que está fuera de la habitación.

Todavía no me ve pero yo sí puedo verla. Finalmente me ve y se sorprende.

—Oh, yo te conozco— dice confundida.

—Profesora King— digo a modo de saludo— Soy Meredith Robbins. Estuve en varias de sus clases e hice voluntariado con usted.

—Lo sé, linda. Dime Carla. Sólo me sorprendió leer lo que te pasó.

La miro confundida.

—¿Es algo muy extraño?

—No— ríe— me sorprendió que te pase a ti. ¿Me quieres contar por qué crees que estás aquí?

—Me pasaron muchas cosas el último mes y supongo que fue más fuerte que yo.

Toma asiento y me observa.

—¿Quisieras contarme cuáles son esas cosas?

—Son demasiadas— me excuso.

—Justamente, quizás son demasiadas para que las soporte una sola persona. Pero, a ver dejame adivinar y tu me dices si acierto.

Asiento.

—Estoy casi segura que el bombón que está fuera tiene mucho que ver.

Mis ojos se abren como platos.

—¿Felipe está aquí?

Ella ríe.

—No, pero me acabas de confirmar mi pregunta. Así que Felipe, ¿qué hizo él?

—Lo de Felipe es lo más ligero que me sucede pero es lo que más me duele, es irónico ¿no?

—¿Qué hizo Felipe?

—Me hizo creer que me quería de una forma y, en realidad, no era así.

—¿Estás segura de eso? No es por nada, pero yo lo vi demasiado preocupado entrando al hospital. ¿Estás segura que no te quiere?

—¿Lo conoces?— pregunto confundida.

—Te vi con él algunas veces y lo reconocí. Es socio de mi marido— dice un poco avergonzada.

—Mira, Carla. Soy casi psicóloga. No necesito saber que mi problema con Felipe es la punta del iceberg. Hay muchísimas cosas debajo. Estoy completamente jodida. Supongo que es mejor que se haya terminado todo entre nosotros.

—Bueno, ¿me quieres contar qué es lo que hay bajo el agua?

—Hace unos años hui de Manchester para empezar una nueva vida en España.

—¿Huiste? ¿Por qué?

—No podía seguir ahí. Carla, no quiero hablar más. Sólo quiero dormir. Estoy cansada.

—Mira, te voy a proponer algo. Quiero que empecemos a tener encuentros todas las semanas, ¿si? Tu situación es delicada, Meredith. Y, como dijiste, siendo psicóloga, no deberías estigmatizarlo. Si no quieres hacerlo conmigo, podemos buscar otro colega. No huyas de esto que te pasa ahora porque los ataques empezarán a ser frecuentes. Tu cuerpo te está diciendo basta, tu mente te está diciendo basta. Te dejo cómo contactarme, hazme saber qué quieres hacer.

Me saluda y se va, dejándome pasmada. 

Un nuevo caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora