5 días habían pasado desde mi “pelea” con Felipe y las cosas no iban del todo bien. Oh, a quién quiero engañar; las cosas iban horribles. Por la mañana se iba temprano a la empresa y volvía más tarde de lo habitual. Nuestras conversaciones eran forzadas y ninguno quería traspasar el límite que habíamos puesto tácitamente. Por momentos me moría de ganas de besarlo y que me diga que todo iba a estar bien, pero después veía su expresión fría hacia mí y se me iban las ganas de estar a su lado.
No soportaba más esta situación de tenerlo tan cerca pero a la vez tan lejos; me estaba volviendo loca. No quería esto para mí, quería amor. Y él no me lo estaba dando, ni me permitía acercarme. Intenté ignorarlo para ver si así podía llamar su atención, pero no había funcionado. Cada día que pasaba me frustraba más. Hoy iría al departamento de Anna.
Bufé tirando el décimo borrador al piso; estaba intentando redactar un informe sobre un paciente pero las palabras simplemente se iban de mi cabeza y terminaba escribiendo algo incoherente o utilizaba demasiadas palabras para explicar algo simple.
Miré el celular y la angustia volvió a mí. Hacía días que Mare estaba rara; no la notaba nada bien, ponía excusas cuando le decíamos de vernos y sus mensajes eran más bien escuetos. Necesitaba saber qué estaba pasando con ella, así que con Anna resolvimos que íbamos a pasar por su departamento cuando salía del hospital.
Volví a arrugar con fuerza otra hoja y la arrojé al suelo; necesitaba relajarme para poder hacer esto.
—¿Qué te hizo la pobre hoja?— pregunta Santiago, un compañero, provocando que ría.
Estaba apoyado en el marco de la puerta de la oficina de mi jefe.
—Necesito escribir un informe sobre un paciente. Y, como podrás ver,— digo señalando los papeles en el suelo— no está funcionando.
—¿Lo tienes que presentar hoy?
—Sí. Y a este paso, no lo lograré.
—Qué dramática eres— dice acercándose a mí.
—Me lo han dicho— río.
—A ver, muéstrame— dice y le muestro el historial clínico.
Mientras dejo que lea el historial, me levanto a servirme la quinta taza de café del día.
—¿Cuántos tomaste?— pregunta sin apartar la vista de su lectura.
—Como cuatro.
—¿Y qué comiste?
—Nada, no tengo hambre— bufo al darme cuenta que ya no había café.
No tenía ganas de preparar más así que volví a sentarme en mi silla, resignada.
—¿Qué está quitándote el apetito?
—Mi complicada vida— digo mientras me masajeo el cuello; estar dos horas inclinada intentando escribir no habían ayudado de mucho.
Santiago saca mi mano y empieza a masajearlo él.
—¿Qué estás haciendo?— pregunto extrañada.
Trabajabamos juntos y siempre conversábamos pero no teníamos este nivel de confianza.
—Trabajé muchos años en un spa haciendo masajes, no dramatices. Ahora, cuéntame qué te está pasando.
Suspiré, la verdad es que se sentía bien y necesitaba relajarme un poco.
—Estoy preocupada porque mi mejor amiga no está bien y no puede decírmelo. Mi otra amiga me dijo que le daba mala espina el novio que tiene y ahora, de repente, nos contesta de forma seca y pone excusas para vernos.
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Un nuevo camino
Literatura FemininaMuchas veces buscamos un nuevo comienzo, el problema es que no nos damos cuenta que, para lograrlo, debemos superar las cosas que nos llevaron a buscar ese comienzo. La necesidad de encontrar algo nuevo. Parece un juego de palabras, pero es la reali...