Capítulo 67

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—Estás preciosa, hija.

—Aún no me puse el vestido, mamá. Se supone que lo debes decir cuando me lo ponga.

—Tu cara está bonita— aclara Mare.

—También tu cabello— la sigue Annie.

—Están obligadas a decir eso; estuve vomitando toda la mañana.

—¿Tan mal se porta mi sobrina?

—Tu sobrina está sentada sobre mi vejiga, Liz. Tengo que ir al baño— me quejo.

—¿Puedo preguntar por qué se están casando ahora?— dice Lilian.

Sí, por muy sorprendente que parezca, ahora era buena conmigo.

—No me quiero casar en unos meses cuando esté más embarazada. Además, no podría disfrutar la luna de miel; Felipe no me dejaría hacer nada. De esta forma, podemos recorrer más lugares, hacer excursiones y demás porque aún conservo movilidad.

—Sabes que Felipe te cuidará como si estuvieses de 9 meses, ¿verdad?

—Lo sé, Mare. Pero no lo estoy, así que tendrá que entenderlo.

—¿Y de cuánto estás?— pregunta Anna.

—De 20 semanas.

Todas se me quedan mirando sin comprender.

—4 meses— aclaro.

—¿Y cómo se porta?— pregunta Liz.

—¿Quién? ¿Felipe?

—No, Mer. La bebé.

—Liz, aún no hace nada. No se porta de ninguna manera porque se está creando— río.

—¿Y Felipe cómo se porta?— pregunta Anna.

—Es muy atento; el otro día fue a las 4 de la mañana a comprarme helado. No me deja mucho tiempo sola.

—¿Y cómo está con la idea de ser padre?— pregunta mi mamá.

—Todo el tiempo le habla a la panza y me cuida un montón. Si me levanto en la noche, se despierta para asegurarse que esté bien.

—Bueno, ¿dónde está la novia?— dice Camille, la organizadora de la boda.

—Aquí.

—¿Por qué aún no estás vestida?— pregunta un poco atemorizada.

—Porque me cansé.

—Apúrate; ya está todo listo.

Escucho que Felipe me llama del otro lado de la puerta y me levanto para abrirle.

—Ni se te ocurra Meredith Robbins— me advierte mi madre.

—¿Por qué?

—¡Es mala suerte!— chilla Mare.

—Cariño, no me dejan abrir la puerta— grito para que Felipe pueda oírme.

—Quiero verte, saber que estás bien.

Le hago un puchero a mi madre para convencerla de que me deje salir. Pero no provoca nada en ella, sigue inmutable. Lilian se levanta y abre un poco la puerta, de modo que Felipe no puede verme.

—Está con todas nosotras; ¿qué podría pasarle? Está bien.

—Déjame verla, mamá— le pide.

—Felipe, estoy bien. Ya me verás, en unos minutos. En cuanto logre entrar en el vestido.

—¿No te arrepientes?— pregunta preocupado.

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