Capítulo 10

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El camino se desarrolla en un silencio incómodo. No podíamos negar que la noche anterior me había dicho que no me quería ver más y ahora estábamos yendo a su hogar.

Entramos al estacionamiento de uno de los edificios más destacados de la ciudad. El auto estaciona y me ayuda a bajar.

—Ven— me dice y me limito a seguirlo.

El alcohol empezaba a salirse de mi sistema pero todavía no tenía el control total sobre mi cuerpo. Me seguía sintiendo mareada.

Estamos caminando cuando doy un mal paso y mi tobillo se dobla, provocando que me caiga. O casi porque Felipe me agarró antes de que sucediera. Me pone de pie y se agacha para cargarme. Pasa sus manos bajo mis piernas y me levanta. Como si no pesara nada.

—Lo siento— digo avergonzada, escondiendo mi cara en su cuello.

Olía delicioso. Era una sensación maravillosa estar entre sus brazos.

Entramos al ascensor y suspira.

—Prométeme que no volverás a tomar tanto.

—Es que si siempre que lo haga voy a terminar entre tus brazos, lamento decirte que no puedo prometer que no lo haré. Te puedo prometer que lo haré más seguido.

¿De dónde salió todo eso? Mi lengua se había soltado con el alcohol.

Estúpido alcohol.

Estúpidas hormonas.

Estúpido este hombre que me trae loca.

Las puertas del ascensor se abren y entramos a su piso. Mi atención estaba enfocada en el hombre que me cargaba. Tenía una sonrisa de suficiencia, le gustó lo que le dije.

Su piso era muy elegante; tenía un gran ventanal y todo era muy pulcro. Minimalista. Colores muy sobrios. Había 3 obras de arte colgadas en la pared.

—¿Son de tu hermano?

—¿Las pinturas? No, aunque me aconsejó en la elección.

—Son muy bonitas. No tanto como tú pero se acercan.

Puedo notar una sonrisa en su cara.

—¿Desde cuándo es tan descarada, señorita Robbins?

—Desde que quiero que me bese, señor Mills.

Sus ojos se oscurecen pero se limita a quedarse callado y avanzar por la casa.

Llegamos a, la que supongo es, su habitación. Me sienta en la cama.

—¿El cuarto de invitados?— pregunto mirándolo.

—No, es mi habitación, ¿qué mira tanto señorita Robbins?

—A usted señor Mills; tiene un trasero de infarto. Vale mucho más que todos sus millones.

¿Quién eres y qué hiciste con Meredith, tequila? No volvería a tomar.

—Señorita Mills,— dice escandalizado— no creí que fuera tan atrevida.

—Es el teq...— empiezo a decir cuando se saca la camisa y me deja sin palabras.

Madre mía, tengo que besar a este hombre ya o moriré. Estoy segura.

—¿Piensas dormir con esa ropa?

La diversión se notaba en su risa. Así que le parecía divertido, veremos qué piensa con esto.

—Siempre me la puedes sacar— digo coqueta.

Sus ojos se oscurecen, me desea. Lo sé. Pero algo lo detiene.

Tenía que hacer algo.

Me saco la colita que tenía puesta, dejando mi cabello caer a lo largo de mi cuerpo. Él me observaba sin perder el mínimo movimiento que hacía.

Un nuevo caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora