Capítulo LXV. Alegría

159 7 28
                                    

Capítulo LXV. Alegría

Todos sabemos, hasta el momento, que Takahiro Yokozawa es un hombre despiadado, que no se tienta el corazón para lastimar a otros, ni siquiera porque se trata de su propio hijo. Pero ¿algún día alguien podrá detenerlo? Tal vez sí, tal vez no.

***

El tiempo pasó y también salió en las noticias una nota donde se daba a conocer un crimen terrible. En la escena del crimen se hallaron dos cuerpos; el de una mujer, de unos 40 años, con el cuello completamente lleno de alambres, y un hombre, de unos 40 y algo, también con lesiones en manos y tobillos, pero estas eran de menor gravedad. Lo que realmente sucedió fue que el asesino no lo mató directamente, sino que este lo había obligado a ingerir almendras amargas. Como todos, sabemos que estas almendras contienen una cantidad más elevada de cianuro, un veneno muy peligroso para el cuerpo humano. Al parecer, la victima ingirió más de diez de estos frutos secos, por lo que no pudo hacer nada más. Además, sabemos que este veneno comienza a actuar casi al instante, provocando vómitos incontrolables, dolor de estómago, sudoración excesiva, respiración acelerada y claro, la más obvia, la muerte.

—qué extraño que haya pasado algo tan horrible—expresó el castaño mientras miraba la televisión.

—¿Por qué lo dices? Sospechas de él, ¿verdad? —preguntó el peli azul, triste. Le era imposible aun creer que su padre fuera un asesino. Pero no podía bajar la guardia, tenía que proteger a su familia.

—lo siento, amor. Pero tú sabes que no puedo confiar más en tu padre. Creo entender que él mata de manera indirecta. Así como quería matarme a mí, con el veneno en el café.

—pero ¿Por qué? Tú jamás hiciste algo como para que esté haciendo algo así ahora—preguntó sin entender.

—lo hizo porque se habrá enterado de que el médico me dijo todo sobre nuestra hija. Él me habló de ella...

—¿Cómo? ¿hija?

—sí, amor, mira—le mostró la foto que el médico le había dado. En este se mostraba a la pequeña castaña. Se veía feliz al lado de su abuelo. El peli azul se tapó la boca con una mano y dejó escapar unas pocas lágrimas.

—¿es en serio? ¿tenemos una hija? ¿Dónde está?

—eso aún no lo sé. Tengo que hallar la manera de encontrarla. No podemos dejar que esté ni un minuto más con ese hombre. No quiero que le toque ni un solo cabello.

—mi pequeña está viva. Entonces todo este tiempo viví engañado, creyendo que había perdido a un niño, pero es una niña—expresó alegre.

—me alegra tanto verte así. ¿ves? Hice bien al no rendirme. Ahora sabemos que nuestra hija está viva. Solamente nos queda saber dónde está para poder ir a buscarla. Ella debe estar con sus papás.

—tienes razón. Eres muy persistente. No te diste por vencido, a pesar de que no sabías si ibas a encontrar respuestas. Eres muy valiente—se acercó a su amado y le dio un abrazo.

—te amo...

***

Algunos días después...

La vida de ambos comenzó a ser tranquila. Takafumi había decidido mudarse a Hokkaido, para vivir cerca de sus suegros, además, Zen había conseguido un trabajo en dicho lugar y no se le hacía correcto separar a su hijo de su papá. Él también trataría de encontrar un trabajo pronto. No quería dejarle toda la carga a su novio. Lo único que extrañaba de Tokio era a su amigo, Nowaki. Él siempre fue un buen amigo para y lo apoyo en los momentos más difíciles.

—¿Qué es lo que sucede, mi niño? ¿sucede algo con mi nieto? —le preguntó la señora Kirishima cuando lo vio en la cocina, pensativo.

—suegra... n-no pasa nada. Me perdí completamente en mis pensamientos—desvió la mirada, apenado.

—vamos, Takafumi, sabes que puedes confiar en mí. Zen me contó que perdiste a tu madre cuando aún eras muy pequeño. Yo seré tu madre a partir de ahora—extendió sus brazos hacia el menor, quien asintió feliz y se acercó a ella para darle un abrazo.

—muchas gracias por permitirme ser parte de su familia. Sé que mi padre no se ha comportado de la mejor manera, pero...

—mira, en estos momentos tu padre es lo que menos importa. Lo que realmente importa es que tú y mi hijo sean felices, junto a mi nieto. Espero que pronto nos den otro nieto—Takafumi sonrió, a pesar de estar sonrojado.

—hablando de eso, suegra, yo quiero contarle algo...

—sabes que puedes contarme lo que sea. Ven, vamos a sentarnos—el menor asintió y tomó al bebé entre sus brazos para colocarlo sobre su regazo. Este lo miraba y después enfoco su vista en su abuela. Extendió sus bracitos para que ella lo cargara.

—mamá...

—¿Qué pasa? —le preguntó al pequeño con voz dulce, a pesar de que las lágrimas salían de sus ojos.

—¿Por qué estás llorando? ¿estás triste? —preguntó el pequeño. Este comenzaba a hablar más fluido y sin tartamudear.

—no, no, mi amor. Es sólo que se me ha metido algo en el ojo.

—¿Takafumi? —preguntó la señora.

—estoy bien. Son lágrimas de felicidad. Hace poco me enteré de una bella noticia. ¿recuerda que hace un año y medio yo estuve embarazado? —la mujer asintió.

—fue el bebé que perdiste, ¿no?

—así es. Pero la noticia fue que ese bebé que el médico me había hecho creer estaba muerto, fue sólo una mentira.

—¿Qué estás diciendo? ¿dices que el bebé está vivo?

—sí. Exactamente, bueno, creo que tiene unos dos años y medio. Pero no es un niño como yo creía, sino una niña.

—¿en serio? Pero ¿Por qué hacer algo tan horrible como separar a un bebé de su madre y al revés? ¿Quién fue capaz de algo así?

—creo que sale sobrando la explicación, pero fue mi padre.

—como dices, no me sorprende que haya sido él. Pero ¿Por qué? ¿Por qué tanto odio hacia mi hijo? ¿Qué fue lo que hizo para que lo odie tanto?

—mire, suegra, mi padre es un hombre, o, mejor dicho, un monstruo, que no tiene sentimientos ni mucho menos corazón. Él jamás ha amado a nadie, ni siquiera a mí. Yo jamás tuve el amor de un padre. Fui criado con lujos, riquezas, pero siempre estaba deseoso de que mi padre me leyera un cuento, que jugáramos juntos, poder hablarle de lo que había hecho en la escuela. Por desgracia, también la madre murió cuando yo era muy pequeño, y sin el amor de mi padre, me sentía solo en el mundo. Además, mi padre siempre me decía que tenía que comportarme como alguien con poder, soberbio y déspota. Ese fue mi peor error. Cuando conocí a Zen, lo traté de la peor manera. Sabía que lo que hacía no era lo correcto, pero no encontraba otra manera de sentirme mejor. Tenía tantos celos al oírlo hablar de su familia, de todo el amor que recibía por parte de sus padres. Sabía que no era justificación, pero también quería una familia, alguien que se preocupara por mí, que me amara. Fue hasta después que me di cuenta de todo el mal que le había ocasionado y me arrepentí, pero ya era demasiado tarde; Zen me odiaba. No quise darme por vencido y traté de luchar por recuperar su confianza y su amor. Fue algo difícil, pero conseguí. Ahora estoy aquí, para pedirle que también me perdone. Por mi culpa estuvo a morir...

—no tienes que pedirme perdón. El pasado está en el pasado y ahí se quedará para siempre. No te sientas así por algo que ya ha pasado. Además, no fue tu culpa, ese hombre es dueño de sus propias decisiones y tienes que echarte la culpa por sus decisiones erróneas. Vamos, no llores. A Zen no le gustaría verte triste—miró a su yerno con una sonrisa, este le correspondió.

—sabe, también tengo otro secreto que contarle. Es algo que también le concierne a Zen, así que, por favor, no le diga nada—le suplicó.

—no te preocupes por eso, mi niño. Mi boca es una tumba. Pero platícamelo todo. 

—estoy esperando un bebé...

Clase baja, clase altaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora