Capítulo LXXIV. Al fin tranquilidad

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Capítulo LXXIV. Al fin tranquilidad
Al fin la familia estaba completa y feliz. Estaban seguros de que esta vez su felicidad llegaría. Se veían felices, hasta que… el sonido de un arma se dejó escuchar. La pareja se miró entre sí y asintieron. Zen salió de su habitación y se llevó una sorpresa al ver que el imbécil de Yokozawa estaba apuntándole con el arma a su madre.
—por favor, baje esa arma. Mi madre no tiene nada que ver en esto, así que, por favor, absténgase de hacer una tontería—le pidió Zen.
—¿ah sí? ¿Tu madre no tiene nada que ver? Si no mal recuerdo, ella tiene toda la culpa, por haberte traído al mundo—expresó con odio.
—¡no se atreva…!
—hey, hey, manténgase en su lugar. Si no quiere que le de un disparo en su linda frente, no intervenga—habló el peli azul.
—por favor, mamá, no te preocupes. No le hará bien a mi hermano—la señora asintió.
—¿así que la señora está embarazada? Eso sí que no me lo esperaba para nada. Bueno, como no tengo mucho tiempo, quiero que llames inmediatamente a mi hijo y a mis nietos. No quiero que ellos pasen un segundo más en esta casa, de gente pobre. ¿Por qué no dejas a mi hijo en paz? Él merece casarse con alguien mejor, no contigo. ¿Qué puedes ofrecerle tú? Nada, ¿verdad? Esa no es la vida que yo deseo para mi hijo ni para mis nietos.
—pero eso es lo que yo deseo. Papá, si es que debería llamarte así. Déjame vivir mi vida. Esta es la familia que quiero formar. Ellos son mi felicidad. Papá, tú jamás pudiste darme lo que tanta falta me hacía. Siempre estabas ocupado, sin tiempo para atender a tu hijo. Después de que mamá murió, me quedé absolutamente solo. Siempre necesité tu amor, tu cariño, pero jamás fuiste capaz de dármelo—intervino Takafumi. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y miraba a su padre fijamente.
—todo lo que hice fue por tu bien. Nunca te faltó nada, ¿o sí?
—amor, padre. Eso fue lo que tanta falta me hizo.
—¿y de qué se supone que íbamos a vivir? ¿De amor? Por Dios, deja de decir ridiculeces y vámonos. No soporto venir a casas de pobres—habló con desprecio.
—no. Yo no me voy. Estoy harto de que me manipules. Esto es lo que yo quiero para mí y para mis hijos. Zen es el hombre que amo y me quedaré a su lado. Con o sin tu permiso—habló con firmeza.
—por favor, Takafumi, no me hagas perder la paciencia. Vámonos ahora—miró al peli azul con ojos furiosos. Por el contrario, Takafumi no se movió de su lugar. El Yokozawa mayor perdió todo el control de sí mismo y se acercó a la señora Kirishima para tomarla como rehén. Le apuntó en la cabeza con la pistola y la rodeó con su brazo.
—¡mamá!—exclamó Zen.
—tranquilo, hijo. No hagas nada contra él.
—¡no! ¡Eso sí que no! No voy a dejar que dañe a mi familia. Déjala ir ahora—expresó el castaño con enojo.
—bien. Veo que estás dispuesto a dejar a mi hijo en paz. Ahora, Takafumi, vámonos de aquí. Olvida de una vez por todas a este sujeto. No puedo decirte que abortes, porque mi nieta ya está próxima a nacer. Lo único que me queda es resignarme y aprender a vivir con eso. Vámonos ya—Takafumi miró a su amado y él asintió. ¿Nuevamente se estaba rindiendo?
—está bien. Iremos contigo—subió por sus cosas y por las de sus hijos, dejando a Zen mirando al Yokozawa mayor.
—es una sabia decisión la que estás tomando. Mi hijo merece algo mejor.
—como usted diga. Ahora suelte a mi madre, por favor—el peli azul hizo una mueca de disgusto, pero aceptó. Soltó a la señora y ella corrió hacia los brazos de su hijo.
—bien, padre, ya estoy listo—miró por última vez al castaño antes de darse la vuelta para ir detrás de su padre. Los estaban separando nuevamente. ¿Es que acaso no pensaba luchar por su amor? Pensó que todo se había acabado, cuando… al abrir la puerta, las luces de un color muy intenso y cegador se dejaron ver frente a la casa. ¿De dónde provenían aquellas luces tan brillantes? Eran patrullas. Los oficiales salieron de las mismas y apuntaron con sus armas.
—¡suelte el arma! ¡Ahora!—le ordenó uno, apuntando con su arma. El Yokozawa mayor obedeció, dejando el arma en el suelo y subiendo las manos a la cabeza. Uno de los policías se acercó y lo estampó con violencia sobre uno de los vehículos. La conmoción era tanta, que a Takafumi le vinieron unos dolores de repente. Se encogió al sentir un pequeño dolor en el vientre.
—¿qué ocurre, amor? ¿Pasa algo con el bebé? Ven, vamos adentro—habló Zen.
Los oficiales se llevaron al peli azul y sólo quedaron en la casa Zen, Takafumi y su madre. Yokozawa respiró varias veces para calmar los pequeños dolores que le daban en el vientre.
—¿estás bien? ¿No quieres que vayamos al hospital?
—para nada. Sólo fue un pequeño malestar. Además, aún falta mucho para que nazca nuestra hija—acarició su vientre con amor.
—al menos tenemos un poco de paz ahora. Esperemos que así se mantenga—habló la señora Kirishima. 
—tiene razón, suegra. Esperemos que con esto, se acaben nuestras pesadillas y malos momentos…
***
Algunos días después, el señor Yokozawa Takahiro fue sometido a un juicio, donde se le culpó de varios delitos, como el asesinato del doctor que atendió el primer parto de Yokozawa, además de su esposa. Se le acusó de su asesinato con una sustancia conocida como cianuro. Otros delitos como el intento de homicidio, mediante envenenamiento, de Kirishima Zen y Usami Masamune, además de, el intento de homicidio de Kirishima Akira, madre de Zen.
La sentencia fue dura, pero era necesaria para frenar las crueldades de este hombre. Se le condenó a pasar el resto de su vida en prisión y sin derecho a fianza. Al fin la maldad se había acabado. Creo que, definitivamente, así es.
***
Algunos días después, al darse a conocer la sentencia de Yokozawa Takahiro, su hijo, Yokozawa Takafumi fue a visitarlo a la cárcel, de donde no saldría nunca.
Su vientre era más grande y pesaba aún más. Caminaba con lentitud, hasta llegar a la zona de visitas. Se sentó en la silla y esperó a su padre. Este llegó poco después, con un guardia detrás y esposado. Se sentó frente a su hijo y lo miró.
—padre. ¿Cómo estás?
—¿cómo estoy? ¿Me preguntas cómo estoy? ¿Acaso te estás burlando de mí? Lo que me faltaba, además de meterme en este lugar, te has venido a burlar de mí.
—claro que no, padre. He venido porque quería verte. No he sabido nada desde hace unos meses y quise saber si todo estaba bien. Me parece que estás muy bien, así que me voy—se levantó de golpe del asiento y se dio la vuelta para irse.
—¿eres feliz?—preguntó, deteniéndolo. Takafumi se dio la vuelta para encararlo nuevamente.
—soy tan feliz como jamás lo había sido en mi vida. Tengo una hermosa familia. Los padres de Zen, que se han comportado como si fueran también padres para mí. Mi familia es lo más importante y estoy dispuesto a cuidar de ellos como sea.
—entiendo. Pues… no me queda nada más, que pedirte perdón por todos mis errores. Lamento haberte dejado solo cuando necesitabas mi compañía, mi cariño, mi amor. Lamento haberte arrebatado a tu hija de tus brazos. Lamento todo lo que hice y… espero que algún día logres perdonarme—agachó la mirada y dejó salir unas pequeñas lágrimas.
—claro que te perdono. Sé que son cosas que no cualquiera está dispuesto a perdonar, pero yo lo hago, porque eres mi padre y sé que estás diciendo la verdad. Te amo, papá—dejó salir las lágrimas y abrazó a su progenitor.
—ay—expresó el peli azul, sintiendo una punzada de dolor en el vientre.
—¿qué pasa, hijo?—preguntó el mayor con preocupación.
—m-me está doliendo mucho… ¡ay!—exclamó con más fuerza.
—¡oh, no! ¡El bebé ya viene! ¡Ayuda! ¡Mi nieta está por nacer!—exclamó. De inmediato un guardia se acercó y ayudó a Takafumi. Tenían que llevarlo al hospital. Salieron del lugar y afuera esperaba Zen. Se preocupó al verlo salir acompañado y salió del auto rápidamente.
—¿es usted su pareja?—Zen asintió—. Bien, su pareja está por dar a luz. Vaya al hospital.
—lo haré. Gracias—ambos entraron al auto y Kirishima condujo rápidamente. Llegaron y atendieron a Takafumi rápido. Su bebé estaba perfectamente y podría nacer sin ninguna complicación. Sería un parto natural completamente normal. Lo llevaron a la sala de partos y en esta lo prepararon para el gran momento. Tenía puesta una bata de hospital y lo acomodaron en una camilla. Un médico se colocó frente a él y claro, Kirishima estaba a su lado, tomando su mano.
—bien, Yokozawa, quiero que escuches lo que te voy a decir. Cuando sientas una contracción, puja con todas tus fuerzas. Cuando termine la contracción respiras profundamente y así, sucesivamente. ¿De acuerdo?—el peli azul asintió. Los dolores eran cada vez más fuertes y duraderos.
—bien, pues, puja—habló el médico. Takafumi respiró profundamente y al sentir una contracción juntó fuerzas para pujar. Su amado se mantenía a su lado y tomaba su mano, además de acariciarle la espalda.
—vamos, vamos, puja con más fuerza. Ya casi, un poco más—lo animaba el médico. Takafumi se detuvo un momento y comenzó a respirar con dificultad.
—tú puedes, amor mío. Ya diste a luz a dos hermosos niños. Podrás con uno más. Ya falta poco—le dijo su pareja. Su amado tenía razón. Ya había lidiado con ese dolor antes. Lo haría nuevamente de ser necesario, con tal de ver a su hija entre sus brazos. Juntó fuerzas como pudo y pujó con todo. De pronto…
—¡ya nació!—expresó el castaño. El médico tomó a la bebé con sus manos. Esta lloraba y apretaba sus manos. El médico cortó el cordón umbilical y después envolvieron a la niña en una manta para llevarla con su mamá. La colocaron sobre su pecho y esta se calmó.
—qué hermosa que es nuestra hija—opinó el castaño.
—es verdad. Estoy tan feliz de tener por fin a todos mis hijos junto a mí. Gracias, Zen, por darme una hermosa familia—miró a su amado con lágrimas en los ojos y tomó su mano. El castaño también estaba feliz. Por fin tendrían la paz y tranquilidad que tanto habían anhelado.
—por cierto, ¿cómo se llama?
—le puse Karin. Así se llamaba mi mamá. Espero que no te moleste.
—claro que no. Me parece un nombre hermoso. Tan hermoso como lo que hemos vivido hasta el momento. Además, también quisiera preguntarte algo—habló el castaño.
—¿qué es?—preguntó con curiosidad.
—pues…,—sacó de su bolsillo una pequeña caja, de color negro. La abrió lentamente, dejando al peli azul sorprendido.
—Zen…
—Takafumi, amor mío, sé que nuestro amor es más grande que cualquier cosa. Sé que mi felicidad está a tu lado. Es algo que me encantaría tanto, permanecer junto a ti y amarte con todo el corazón. Acabas de darme otro hijo y no tienes idea de lo feliz que me haces cada día que pasa. Por eso, ¿me harías el gran honor de convertirte en mi esposo?
—claro que sí. Acepto casarme contigo—expresó con alegría. Zen colocó el anillo en su dedo y después los dos se dieron un beso en los labios.
—te amo…

Clase baja, clase altaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora