17 "¿Qué haces aquí?"

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—Y dime, ¿cómo te has sentido con las pastillas? —inquiere la Doctora Sánchez, cruzando las piernas.

—Me han funcionado mucho, me ha mantenido más tranquila, a pesar de todo lo que pasó con Trevor.

Estoy en psicología, tengo una cita cada mes para ver cómo voy con mi ansiedad y si me está sirviendo el tratamiento.

—Debió ser duro para ti, ¿no?

—Lo fue, y aún lo es. —digo, mirando la pared —¿Le puedo decir algo?

—Claro —dice con una sonrisa.

—Aquel día, me dió un ataque.

—¿Qué tipo de ataque? —pregunta con el ceño fruncido.

—No podía respirar, tenía taquicardia y todo me daba vueltas. Sentí que desapareció todo el aire de mis pulmones, sudaba a mares y mis manos y piernas temblaban. Fue exasperante, ya había tenido ataques, por supuesto, pero no así de fuertes.

—El T.A.G. es un tipo de ansiedad muy fuerte, cuando aparece, que tu mente comienza a imaginar un montón de cosas y te preocupas demasiado y todo aquello, —hace una pequeña pausa a lo que asiento para que continúe —te pueden dar esos ataques que acabas de mencionar, pero solo ocurre en casos graves dónde la persona de verdad está mal. Es muy común que pase esto, pero si te pasa muy seguido, deberemos aumentar la psicoterapia —explica.

—Entiendo, muchas gracias, Doc —digo a lo que ella ríe.

Si, mi tipo de ansiedad es T.A.G. (Transtorno de ansiedad generalizada), es algo así como cuando estás preocupado por algo, ya sea por la tarea, un amigo, el trabajo, sea lo que sea, las personas que padecemos de T.A.G. nos preocupamos el cuádruple y nuestros cerebro comienza a inventarse cosas, en su mayoría malas, y no puedes controlarlo, siempre estás pensando lo peor de cada situación.

La Doctora Sánchez fue la que me diagnosticó T.A.G., por lo tanto podrán imaginar que la conozco desde que tengo memoria, cómo dije, a los cinco años me lo diagnosticaron, a los diez comencé a tomar pastillas.

—Doctora, ya es turno de la siguiente paciente —informa la secretaria.

—Bueno, es hora de irme, nos vemos en un mes —me levanto y le doy un corto beso en la mejilla.

—En un mes, cuídate y sigue tomando tu medicamento.

A veces lo olvidaba, a pesar de tener años tomándolas, igual era difícil para mí recordarlo. Me daba cuenta de que no lo había tomado cuando comenzaban los malos pensamientos, esas pastillas me calmaban, y cuando no las tomaba mi día era una mierda.

Comienzo a caminar al hospital en dónde se encuentra Trevor, queda a unas pocas cuadras y quiero tomar aire fresco. Hoy lo darán de alta, por fin. Aún sigue con el yeso pero su hueso avanza muy bien, en algunas semanas se lo quitarán.

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—Amor, llegaste —dice Trevor en cuanto me ve entrar. Él está sentado en la cama, tratando de ponerse el zapato.

—Trevor, ¿qué haces? Es decir, ¿por qué lo haces solo? ¿No hay enfermeros? O ¿tus padres? ¿Dónde están? —hablo rápido, a lo que Trevor ríe. Le quito el zapato de las manos para poder ponérselo.

—No sé dónde están mis padres, creo que ya no me quieren —chilla con una mueca de tristeza, pero de inmediato esta es reemplazada por carcajadas.

¿Qué le pasa?

—¿Te sientes bien? Estás raro —digo, mirándolo de pies a cabeza.

—Estoy perfectamente bien, no te preocupes, linda —se intenta levantar pero cae de nuevo en la cama.

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