Parte sin título 3

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Lucía siguió todo el día en el hospital cuidando de su querida Rose. En el tiempo que llevaban juntas, se han conocido muy bien; se respetaban y se han cogido mucho cariño. Dejarla en esa situación le rompía el corazón, pero no estaba dispuesta a que su nieto la faltase el respeto, ni por su profesionalidad, ni por su procedencia, así que aceptaría hasta cierto punto la nueva realidad a la que iba a someterla, pero tenía claro que si se sentía sobrepasada, volvería inmediatamente a casa, pese a que eso significase enfrentarse a todo lo que dejó allí...

Lucía estuvo un mes sin moverse día y noche del hospital. James no le permitió ni un instante la habitación de Rose, sin embargo él venía por la mañana y se iba todas las tardes.

- Estoy ubicando mis cosas en la mansión y trayendo de Edimburgo todo lo que necesito para trabajar desde aquí. También te he cambiado de habitación a ti. La que ocupaste no es de servicio –dijo dejando claro el estatus de Lucía dentro de la casa... -.

James le traía a Lucía ropa limpia todas las mañana y se llevaba la del día anterior. Al principio ella no quería ni imaginarse que él pudiese revolver entre sus cosas, pero tuvo que resignarse si quería sentirse limpia. Los primeros días la ropa que traía era desaliñada, fea e impareja a todas luces. Lucía no estaba segura si la traía de su armario o de uno de la beneficencia, pero no quiso darle el lujo que supiese que ella se sentía mal llevándola. No tenía solución, así que no dijo nada, pero los días posteriores, la ropa comenzó a cambiar. James traía a Lucía ropa demasiado llamativa para estar durante horas en un hospital, desde ropa interior muy sexy, hasta vestidos minúsculos o con un gran escote y zapatos de tacón alto. Por suerte Lucía tenía un cuerpo bonito y atlético, un pelo liso y rubio y unos ojos entre castaños y verdosos.

- ¿No podría traerme ropa más cómoda? –Le preguntó ella un día-.

- Pensé que no estabas a gusto en chándal... -dijo de una forma socarrona-.

Y siguió trayéndole ropa que estaba fuera de lugar.

- Lucía porque no vas a casa, descansas, te duchas y te pones ropa más apropiada... -dijo el Dr. Scott un día que Lucía llevaba una falda y un top que dejaban ver toda su anatomía.

- Me encantaría, pero el Sr. Campbell no me permite dejar a su abuela ni un minuto. Me ducho todas las mañanas en el baño de la habitación y él me trae ropa limpia todos los días.

- ¿Pero por qué hace eso? No puedes hacer nada por Rose ahora mismo...

- Cree que no he estado haciendo bien mi trabajo...

- ¡Ohh! ¡Pero eso no es cierto! Si la Sra. Campbell está viva, es gracias a tus cuidados... Hablaré con él en cuanto venga.

Lucía nunca supo si esa conversación entre el Dr. Scott y el Sr. Campbell existió, pero su situación no cambió en absoluto, hasta que un día por fin la Sra. Campbell abrió los ojos y en perfecto castellano dijo...

- Buenos días mi querida niña ¿Cuánto tiempo he dormido? Tengo mucho hambre...

En sus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora