Lucía abrió los ojos sobre las seis y cuarto de la mañana. James dormía con una paz en su rostro que, no quiso deshacer, así que se levantó despacio y sin pretender hacer ruido para no despertarlo, aunque sintió que le dolía todo el cuerpo. Se dio una ducha rápida, se peinó, se lavó los dientes y se marchó a su habitación a por las maletas. Llegó a la puerta de la mansión Campbell justo cuando un gran coche negro aparcó. Salió un hombre que le ayudó con el equipaje y le abrió la puerta del coche para que entrase. Echó un último vistazo a la casa que había sido su hogar por los últimos dos años. Todas las ventanas seguían cerradas y las luces apagadas y su corazón estaba igual de oscuro por abandonar aquel lugar y a aquella gente. Subió al coche y tras algo más de dos horas, llegaron al aeropuerto de Glasgow.
A las cuatro y media de la tarde llegaba al aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid-Barajas y el sol del sur le dio la bienvenida. Allí cogió un taxi hasta la estación de trenes de Chamartín y tras subir al tren que le llevaba a Pontevedra, en seis horas más, llegó por fin a casa, momento que aprovechó para mandarle un whatsapp a James:
- Ya llegué a casa. No quise despertarte. Cuidaros mucho.
La familia de Lucía vivía en Cambados, donde tenían unos cuantos viñedos de uva, de los que obtenían sabrosos caldos, denominación de origen Rías Baixas, pese a que sus padres eran médicos y se dedicaban a la medicina, mientras su hermano mayor se ocupaba de la tradición vinícola. La bienvenida de sus padres y hermano, a quienes no les había dicho que volvía hoy, fue emocionante y lacrimógena. Lucía se sintió reconfortada entre sus brazos, sin reproches ni comentarios de su pasado y sin preguntas de su presente.
Lucía había abandonado Escocia, pero James seguía estando dentro de ella... Por su parte, cuando James despertó y no la vio a su lado, se angustió en sobremanera. Miró el reloj de su muñeca y vio que eran las nueve de la mañana. Lucía se había escurrido de entre sus brazos y hacía dos horas que se había ido... Gritó, lloró, maldijo y se preguntó porqué tenían que ser así las cosas. No encontró consuelo y decidió pasar el día allí metido, sin ver a nadie, sin hablar con nadie, sin comer... Sólo con su recuerdo y el olor de Lucía en las sábanas y en su piel. Cuando recibió su mensaje al final del día, una luz volvió a sus ojos. Como si a través del teléfono pudiese sentirla cerca de él. Ya está en casa se dijo, pero su voz interior le recordó que su casa, era aquella donde él se moría sin ella. Le dolía el pecho de no sentirla junto a él.
Era ya de noche cuando Lucía llegó a su habitación juvenil. Todo estaba como lo había dejado antes de marchar a la universidad y luego a convivir con su novio, así que volver allí era como un buen punto de partida. Estaba muy cansada y se durmió enseguida.
Poco a poco se fue aclimatando a una nueva rutina. Volvió a encontrarse con algunos amigos y familia, aunque ella todavía estaba algo temerosa que alguien sacase su escabroso tema. Empezó a ayudar a su hermano con las labores del vino. Seguía siendo otoño, así que tocaba recoger la cosecha de uva. Todavía no le apetecía ponerse a buscar empleo, pues necesitaba un tiempo para sí misma y para reencontrarse con su tierra, sus olores, sus luces y sus realidades. James la escribía todos los días:
- ¿Cómo estás?
- Bien ¿y tú? -contestaba Lucía-.
- Te echo de menos...
- ¿Cómo están todos? –preguntaba ella, cambiando de tema, pues creía que seguir con esa intensidad, sólo les haría más daño-.
- Bien. Todos te mandan recuerdos.
- ¿Ya encontraste una enfermera para Rose?
- Sí... Es una mujer horrible que me ha mandado el Dr. Scott.
- ¿Horrible? –Río- ¡Así no podrás encapricharte de ella!
- No podría aunque quisiera...
- ¿Te estás portando bien con el Dr. Scott?
- Digamos que nos soportamos... Se quedó muy afectado cuando le dije que te habías marchado y me pidió que te dijera que lo sentía mucho y que te deseaba mucha suerte en todo.
- Dile que gracias. Tengo que irme James...
- ¿Hablamos mañana?
- Claro. Un beso.
James no vivía. Su abuela estaba atendida y era el único ser que le hacía levantarse de la cama. El trabajo le empezaba a hastiar, aunque se obligaba a hacerlo. Todos se daban cuenta que no era el mismo, pero a él no le importaba. La echaba terriblemente de menos. La comida no le sabía a nada; el aire no le alimentaba de oxígeno; la luz... Todo le parecía insulso y vacío sin ella, sin su luz particular...
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En sus manos
RomantizmTras un suceso vergonzoso, Lucía decide huir a Escocia, donde quiere empezar de nuevo. Allí encuentra un hogar y un trabajo, y empieza una relación, pero su jefe, un guapo pero trastornado hombre, se interpondrá en todos sus planes... ¿Estará prepar...